9 de abril de 2020

Día 27


 















Foto de Helena García

Empiezo a acostumbrarme. A cada página se acercan más, me rodean. No sé si sentirme protegido o amenazado. Leo muy deprisa, leo muy despacio; no las afecta. A veces parecen cansadas pero entonces vuelve a llover y siguen avanzando, más fuertes aún, más grandes cada día. Ya no quiero pisar el suelo, a saber. Me agarro fuerte a las solapas. El libro siempre abierto, tengo miedo de no poder abrirlo otra vez si lo cierro. Me pican los dedos, la nariz, detrás de la orejas. Leo, leo, leo, a veces por encima, a veces entre líneas. Leo una vez y otra el mismo libro. Cada vez tardo menos en leerlo. La primera vez me lo leí en cuatro o cinco días; por entonces podía entrar en casa, podía ir al baño, todo esto era un lujo a ratos. La última vez me lo he leído en tres horas. El propio libro, entre otras muchas cosas, dice que mi cerebro en realidad no necesita leer las palabras completas, le basta con la mitad, el resto lo completa él mismo. Ahora mismo ya sólo necesita las dos primeras palabras de cada página, las dos primeras letras de cada palabra, Ma Ma Mayte. Imagino qué diría ella en esta situación. Habría dicho que me sacase una manga larga para leer en el patio, por si acaso. No tendría yo ahora este frío.  Este comienzo de costumbre.

8 de abril de 2020

Día 26

Es la hora de los listos en el supermercado.
En torno a las 4. Es cuando, quienes nos creemos muy listos, vamos al supermercado pensando que los muy y mucho españoles están terminando de comer mientras los más europeos ya sestean. Conclusión: el supermercado estará para mí solo, mientras el resto del personal tendrá que esperar largas colas más tarde por no pensar un poco y dejarse llevar por la modorra. De tan listos que somos, nos olvidamos de los otros que son tan listos como nosotros, los que han pensado lo mismo que tú. Los que te convierten en un tonto de remate que se ha quedado sin siesta.