24 de febrero de 2022

Tiempo y energía

Una madre que le dice a su hija que no hable tanto, que se calle un poco, "que no paras de hacerme preguntas y voy aturullá, acabo de salir del trabajo, no me va a dar tiempo a..." (ahí ya he perdido la voz de la madre a mi espalda, que es lo que ha curvado la hija para quedarse mirando al suelo, cabeza gacha, callada).

No voy a caer en el error de criticar a la madre, no voy a ser tan capullo. No la conozco, no conozco a la hija, no conozco sus circunstancias ni su vida ni el día que llevan hoy.
Lo que me lleva a escribir esto es pensar que no puede ser. No puede ser la situación, no la reacción concreta de esta madre, que podría ser la de cualquier otra.
No puede ser que no tengamos tiempo ni energía ni ánimo para escuchar a nuestros hijos al salir del colegio, para oír sus preguntas. Es algo ya manido, ajado, que suena a lamento vacío, a queja hueca, algo sin solución, es el mundo en el que vivimos. Algo tan irremediable como obvio, pero es que hay muchas cosas obvias e irremediables que siguen siendo intolerables -o deberían serlo- por mucho que se hayan vuelto tan cotidianas como para pasar desapercibidas, como esos ruidos que no sabes lo molestos que eran hasta que dejan de sonar. Como tener que decirle a tu hijo que no te hable porque no puedes más.
Así que hacedme el favor de revolucionar por mí el mundo y el mercado laboral para no tener que mandar callar a Mario cuando empiece a hablar. Yo es que no tengo tiempo.