Cualquier manifestación pública –artística, política o de otro pelaje- siempre provocará tanto alabanzas como críticas. Esto es evidente, inevitable y positivo (siempre que las críticas sean constructivas). Pero más allá de esto y de las diferentes propuestas que se vayan consensuando a partir de ahora, lo esperanzador de todo este movimiento ciudadano surgido a partir del 15-M, a mi modesto entender, es que da visibilidad y presencia públicas a un estado de malestar social que viene cuajándose desde hace tiempo (desde antes de la crisis). Y le da fuerzas a todo aquel que piense que otro mundo es, quizás, posible.
Ese estado de malestar es consecuencia, principalmente, de un modelo en el que el sistema político está al servicio del sistema económico, lo que limita la libre (y real) participación de los ciudadanos y nos convierte en meros productores y consumidores que no elegimos a quienes toman las decisiones que influyen en nuestra vida. Motivo más que suficiente para la indignación y la reflexión.
¿Culpables? Todos, cada uno en su justa medida. Los bancos, los especuladores, las multinacionales, los partidos políticos, los medios de comunicación, y los ciudadanos, que, no lo olvidemos, hemos dejado que las cosas lleguen hasta el punto en el que están. En este sentido, me llama la atención un aspecto de las reivindicaciones: la gran mayoría de las críticas, al menos de las que están llegando a los medios y a la opinión pública (quizás me equivoque), se concentran en los políticos, ya sea en general, como colectivo, ya sea en su forma partidista mayoritaria. Son unos de los culpables, sin duda: ellos son los antisistema y ellos son a quienes más debemos exigir porque nos representan y cobran por ello. Pero no rebajemos la labor de los demás en el camino. Los bancos, las multinacionales, los medios de comunicación, y nosotros, los ciudadanos, que con nuestro modo de vida (yo el primero, por supuesto) legitimamos, nos guste o no, el sistema que denunciamos, un sistema que, en la práctica, deja las decisiones que afectan a un mayor número de personas en las manos interesadas de unos pocos que sólo buscan el beneficio económico, por encima de cualquier componente ético y moral.
En el caso de los medios de comunicación, su responsabilidad es sangrante. Su papel es tan importante como el de los partidos políticos, sino más. Ahora llenan sus portadas y alguna que otra página con un movimiento que les sirve para aliviar la pesadez repetitiva de una campaña electoral que cada vez recibe la atención de menos ciudadanos, cansados ya de tanto teatro. Pero ellos, los medios, son parte del problema. Ellos son los que perdieron hace tiempo la responsabilidad que conlleva el oficio, una de las más grandes dentro de una sociedad que se llame democrática. No todos podemos apagar fuegos, no todos podemos juzgar a los criminales, no todos podemos dar clase, no todos podemos operar a corazón abierto. Delegamos esas y otras responsabilidades en unos tipos que se llaman bomberos, policías, profesores, médicos, etc. Es una cuestión de organización. Y con los periodistas es igual. Es evidente que las nuevas tecnologías han modificado tanto la producción como la distribución de información, pero aún seguimos viendo el mundo a través de los medios. Y en ellos delegamos la tarea de informar, analizar y criticar la sociedad en la que vivimos. Los periodistas profesionales siguen siendo –deberían de serlo- los responsables de controlar y denunciar tanto a los gobernantes como a ese poder económico que (a)campa a sus anchas. Ellos son quienes deberían darnos una base sobre la que apoyar un pensamiento crítico que destierre la inmediatez informativa y favorezca la reflexión y el análisis serio y equilibrado, sin intereses políticos ni publicitarios de por medio. Ellos son quienes deberían denunciar el sistema que les da de comer, con todo lo que eso conlleva. Ellos son los que manipulan, cuando deberían ser los denunciantes de la manipulación.
Tengo ya ganas de ver lo que pasa a partir del lunes. ¿Cómo evolucionará la indignación? ¿Será esto el comienzo (emocionante) de un gran cambio? ¿Tratarán los partidos (mayoritarios) de ignorar esa indignación una vez pasadas las municipales o lo seguirán utilizando para arrimar el ascua a su sardina? ¿Y los medios? ¿Continuarán dándole visibilidad a un movimiento que también los critica a ellos (o debería) y a quienes los financian? ¿Será posible ver una portada de El Mundo o El País con una foto a cuatro columnas en la que se vea una pancarta contraria a Telefónica o al Banco Santander, acompañada de una editorial que ataque de frente a Alierta o Botín y al modelo económico que ambos defienden? Lo veremos después de la publicidad. De las elecciones, vaya.
Ese estado de malestar es consecuencia, principalmente, de un modelo en el que el sistema político está al servicio del sistema económico, lo que limita la libre (y real) participación de los ciudadanos y nos convierte en meros productores y consumidores que no elegimos a quienes toman las decisiones que influyen en nuestra vida. Motivo más que suficiente para la indignación y la reflexión.
¿Culpables? Todos, cada uno en su justa medida. Los bancos, los especuladores, las multinacionales, los partidos políticos, los medios de comunicación, y los ciudadanos, que, no lo olvidemos, hemos dejado que las cosas lleguen hasta el punto en el que están. En este sentido, me llama la atención un aspecto de las reivindicaciones: la gran mayoría de las críticas, al menos de las que están llegando a los medios y a la opinión pública (quizás me equivoque), se concentran en los políticos, ya sea en general, como colectivo, ya sea en su forma partidista mayoritaria. Son unos de los culpables, sin duda: ellos son los antisistema y ellos son a quienes más debemos exigir porque nos representan y cobran por ello. Pero no rebajemos la labor de los demás en el camino. Los bancos, las multinacionales, los medios de comunicación, y nosotros, los ciudadanos, que con nuestro modo de vida (yo el primero, por supuesto) legitimamos, nos guste o no, el sistema que denunciamos, un sistema que, en la práctica, deja las decisiones que afectan a un mayor número de personas en las manos interesadas de unos pocos que sólo buscan el beneficio económico, por encima de cualquier componente ético y moral.
En el caso de los medios de comunicación, su responsabilidad es sangrante. Su papel es tan importante como el de los partidos políticos, sino más. Ahora llenan sus portadas y alguna que otra página con un movimiento que les sirve para aliviar la pesadez repetitiva de una campaña electoral que cada vez recibe la atención de menos ciudadanos, cansados ya de tanto teatro. Pero ellos, los medios, son parte del problema. Ellos son los que perdieron hace tiempo la responsabilidad que conlleva el oficio, una de las más grandes dentro de una sociedad que se llame democrática. No todos podemos apagar fuegos, no todos podemos juzgar a los criminales, no todos podemos dar clase, no todos podemos operar a corazón abierto. Delegamos esas y otras responsabilidades en unos tipos que se llaman bomberos, policías, profesores, médicos, etc. Es una cuestión de organización. Y con los periodistas es igual. Es evidente que las nuevas tecnologías han modificado tanto la producción como la distribución de información, pero aún seguimos viendo el mundo a través de los medios. Y en ellos delegamos la tarea de informar, analizar y criticar la sociedad en la que vivimos. Los periodistas profesionales siguen siendo –deberían de serlo- los responsables de controlar y denunciar tanto a los gobernantes como a ese poder económico que (a)campa a sus anchas. Ellos son quienes deberían darnos una base sobre la que apoyar un pensamiento crítico que destierre la inmediatez informativa y favorezca la reflexión y el análisis serio y equilibrado, sin intereses políticos ni publicitarios de por medio. Ellos son quienes deberían denunciar el sistema que les da de comer, con todo lo que eso conlleva. Ellos son los que manipulan, cuando deberían ser los denunciantes de la manipulación.
Tengo ya ganas de ver lo que pasa a partir del lunes. ¿Cómo evolucionará la indignación? ¿Será esto el comienzo (emocionante) de un gran cambio? ¿Tratarán los partidos (mayoritarios) de ignorar esa indignación una vez pasadas las municipales o lo seguirán utilizando para arrimar el ascua a su sardina? ¿Y los medios? ¿Continuarán dándole visibilidad a un movimiento que también los critica a ellos (o debería) y a quienes los financian? ¿Será posible ver una portada de El Mundo o El País con una foto a cuatro columnas en la que se vea una pancarta contraria a Telefónica o al Banco Santander, acompañada de una editorial que ataque de frente a Alierta o Botín y al modelo económico que ambos defienden? Lo veremos después de la publicidad. De las elecciones, vaya.