Decíamos ayer (en el anterior post) que para hacer perfopoesía se utilizan los medios que uno considere más oportunos con el fin de sacar un poema del papel o la pantalla. En el caso de Luis Eduardo Aute, que ayer actuó en el festival, estos medios se ceñían a un vaso de whisky rebajado con agua y un espontáneo cigarrillo que solicitó en mitad de la actuación.
Después de una presentación prescindible, el poeta, que al tiempo es compositor, cantante, pintor y director de cine, hace acto de presencia en la tarima de la carpa que lo acoge junto a una nutrida mezcla de gente de variada edad, todos jóvenes, eso sí, al menos si es cierto aquello de que la juventud no viene marcada por la cercanía o lejanía de la muerte, al fin y al cabo una zorra impredecible, sino por la manera en que se afronta la vida. Aute, que carga con su orondo libro, se sienta y explica que le encantan los juegos de palabras y que no sabe definir los textos que va a leer. No son aforismos, no son greguerías, dice. Pertenecen a AnimaLhada (Siruela, 2005), se le ocurrió llamarlos poemigas, y fueron escritos con la esperanza de que en algún caso alcanzasen vuelo poético, aunque lo dudo, aclara el autor con modestia, o quizás con un aplastante –e incomprensible para los demás- conocimiento de su creación, del origen y las causas de esa creación. Lo que resulta evidente son las consecuencias: risas y carcajadas continuas, producto del tremendo ingenio que emanan los juegos de palabras del poeta; y después, la reflexión, ya sea crítica, filosófica o puramente literaria, lingüística, pero siempre con el regusto del humor, con la sonrisa en la boca.
Un fenómeno Luis Eduardo, un humorista –quién iba a decirlo escuchando sus canciones, su voz grave, ajada, pesimista- atrapado en el cuerpo de un poeta. Suerte que Perfopoesía nos haya permitido disfrutarlo.
Después de una presentación prescindible, el poeta, que al tiempo es compositor, cantante, pintor y director de cine, hace acto de presencia en la tarima de la carpa que lo acoge junto a una nutrida mezcla de gente de variada edad, todos jóvenes, eso sí, al menos si es cierto aquello de que la juventud no viene marcada por la cercanía o lejanía de la muerte, al fin y al cabo una zorra impredecible, sino por la manera en que se afronta la vida. Aute, que carga con su orondo libro, se sienta y explica que le encantan los juegos de palabras y que no sabe definir los textos que va a leer. No son aforismos, no son greguerías, dice. Pertenecen a AnimaLhada (Siruela, 2005), se le ocurrió llamarlos poemigas, y fueron escritos con la esperanza de que en algún caso alcanzasen vuelo poético, aunque lo dudo, aclara el autor con modestia, o quizás con un aplastante –e incomprensible para los demás- conocimiento de su creación, del origen y las causas de esa creación. Lo que resulta evidente son las consecuencias: risas y carcajadas continuas, producto del tremendo ingenio que emanan los juegos de palabras del poeta; y después, la reflexión, ya sea crítica, filosófica o puramente literaria, lingüística, pero siempre con el regusto del humor, con la sonrisa en la boca.