Mientras el público siga sin comprender este negocio, la clase estafadora que lo controla va a seguir saliéndose con la suya haga lo que haga, porque la mayoría de los votantes, y en especial los conservadores, tienden a asumir que las ganancias de Wall Street derivan de un negocio capitalista normal.
No recuerdo por qué llegué a saber de este libro a finales del año pasado, pero el caso es que los Reyes se portaron bien y me lo concedieron. Y con él me regalaron también la oportunidad de saber, de conocer, y con ello me facilitaron, finalmente, la base para agarrar un considerable cabreo, un cabreo necesario porque necesario es saber lo que este libro (de)muestra. La pregunta que se hace el lector es la misma que incluye el autor para terminar el último capítulo: qué vamos a hacer al respecto. Y es la misma pregunta que se habrán hecho quienes hayan visto el documental Inside Job (Charles Ferguson, 2010) o la película Margin Call (J. C. Candor, 2011), o tuvieran noticia en su momento (abril del año pasado) del artículo del propio Matt Taibbi en Rolling Stone, titulado A la cárcel con los de Wall Street, germen de este libro publicado en España por Lengua de Trapo, subtitulado Fabricantes de burbujas y vampiros financieros en la Era de la estafa.
Una cleptopía (griftopia en el original) sería un paraíso de ladrones, y eso es lo que ha sido EEUU y el resto del mundo para un grupo de personas causantes de la actual crisis mundial. Que no es tal. Taibbi utiliza la sencilla y fértil metáfora de un casino para explicar las sucesivas estafas (burbujas) que se han sucedido en los últimos diez años (1). Cada mesa de juego es una burbuja diferente: las empresas .com, la crediticia y la inmobiliaria, provocadas para redefinir el escenario financiero y estafar miles de millones que luego, además, en ningún caso se han empleado para crear empleo, construir infraestructuras o mejorar el bienestar de la sociedad y el malestar de los 40 millones de pobres existentes sólo en EEUU, el país más rico del mundo. Lo que se ha hecho es todo lo contrario. Codicia pura. Y dura.
Crisis no: ESTAFA.
Especuladores no: LADRONES.
Esto es lo que trata de explicarnos Matt Taibbi, además de una manera comprensible y entretenida, lo que es de agradecer cuando se tratan temas económicos que a la gran mayoría le producen incluso menos indignación que pereza (de lo que se trata es de que la información llegue a un mayor número de lectores). Llamar “estafa” a la “crisis” es una propuesta de cambio en el lenguaje que generaría nada más y nada menos que una persecución penal a todos los causantes del fraude, citados con nombre y apellidos (e insultos adyacentes), entre otras cosas para que dejemos ya de hablar de mercados como si fuera un ente abstracto al que no se le puede meter mano. Pensar y decir “estafa” en lugar de “crisis” ayuda a aclarar la situación y permite empezar a proyectar una solución (otra cosa es que luego se lleve a cabo). Es una nueva denominación que conlleva un cambio de punto de vista, de mentalidad. Y un cambio de narrativa. Hasta ahora, el relato decía que los banqueros eran decentes hombres de negocios [...] sometidos al maltrato de un Estado arrogante y autoritario. Ahora, tras la crisis, la estafa, perdón, la historia ha cambiado. La nueva narrativa dice que tanto los ejecutivos bancarios que estafaron como los cargos políticos que lo permitieron son nada más (y nada menos) que un grupo de delincuentes de élite (por los contactos, no por la pericia) que roban a millones de clientes usando instrumentos financieros que son demasiado complejos como para explicarlos en el telediario.
Annie Hall y El club de la lucha
Para que comprendamos la magnitud del fraude, Taibbi aporta datos, declaraciones y análisis suficientes como para que a nadie le quepa la más mínima duda: ESTAFA. Aporta también, como decía, un buen número de adjetivos calificativos conocidos popularmente por el nombre de tacos o insultos. Mi teoría es que no lo hace por la única intención de provocar (serían muy pocos los provocados a estas alturas del partido) ni por liberar la rabia acumulada (para eso bastaría con haberlos escrito –los insultos- en el primer manuscrito y después haberlos quitado en la versión definitiva), sino por mera empatía con el lector. ¿Qué es lo primero que sale de tu boca cuando te enteras de que te han estafado, timado o robado y te refieres a las personas causantes de esa estafa? A Taibbi le da lo mismo si esa persona se llama Alan Greenspan. Lo importante es que es un estafador. Algo de lo que no te queda la más mínima duda, hablando de Greenspan, una vez que te enteras de las maravillas que le ha hecho al país (EEUU) y al mundo entero durante los últimos cincuenta años. Lo que me recuerda esa escena de Annie Hall (1977) en la que Alvy Singer, el protagonista interpretado por Woody Allen, cuenta subido a un escenario aquello de que está saliendo con una mujer perteneciente a la administración republicana, y lo irónico de esa circunstancia, ya que él quería hacerle a ella lo mismo que Eisenhower le había estado haciendo al país durante los últimos ocho años.
Lo malo es que los estafadores y los gobiernos estadounidenses que han legislado para permitir la estafa (desde Clinton a Obama; por cierto, capítulo aparte, literal y metafóricamente, merece lo que ha hecho Obama con su reforma sanitaria) a menudo se agarran a una versión retorcida del conocido chiste final de esa misma película de Allen: necesitamos los huevos, necesitamos a esta gente, a los estafadores. Respecto a esto, Taibbi explica las reacciones que provocaron su artículo y otros dos más publicados en la revista New York y en el blog Zero Hedge, propiedad de un tal Tyler Durden (El club de la lucha, 1999), ambos especialmente críticos con Goldman Sachs, el banco protagonista absoluto de la estafa. Es curioso y escandaloso escuchar los argumentos con los que se defendieron los acusados y el aparato mediático correspondiente, con la CNBC a la cabeza, una televisión financiada por los ingresos publicitarios de la industria de servicios financieros (es decir, propaganda). Esos argumentos aceptaban la mayoría de las acusaciones. Sólo daban una explicación para lo que habían hecho, para defenderse de unas acusaciones que en ningún momento negaron: una política basada en castigar a las elites no producirá una fuerza de trabajo mejor educada, ni más inversión, ni más innovación, ni ninguno de los factores que se necesitan para el progreso y el conocimiento. La estafa tampoco a dado lugar a todo eso. Y quien habló así no fue ni siquiera un periodista de la CNBC sino que fue David Brooks, de The New York Times. Y añadió: Con la narrativa populista, basta con culpar a Goldman Sachs. La narrativa de nuevo. Traducción de sus palabras, de la historia nos cuenta: no vayamos a meter a esta gente ahora en la cárcel y a regular el sistema para que no vuelvan a estafarnos porque la sociedad funciona gracias a ellos. Es decir: necesitamos los huevos. Pero no es cierto. Además, estos huevos están podridos, no como los de Woody Allen. Los del chiste de Woody Allen, me refiero.
Paul, Wall Street, González Pons y De Guindos
Este pensamiento tiene sus raíces en el randismo, una de las bases ideológicas del movimiento conocido como Tea Party(2) y de buena parte del republicanismo estadounidense. En el libro se explica muy bien la manera de pensar y actuar de estos políticos (y de los ¿millones? de ciudadanos que les apoyan). El randismo es una especie de antiteología que tiene su origen en las ideas de la refugiada soviética Ayn Rand, escritora fanática del objetivismo que influyó decisivamente en Greenspan, gurú económico de los sucesivos gobiernos de EEUU y supremo líder de las finanzas globales durante medio siglo, ese capullo excepcional que hizo de Norteamérica el desastre monumental en que se ha convertido, en palabras mucho más concretas de Taibbi. Brevemente: el randismo, que ha supuesto una enorme influencia en el pensamiento económico y en la cultura norteamericana, se basa en la legitimación del egoísmo, puro darwinismo social que tiene como fin otorgar moralidad a la ausencia de otros puntos de vista, sus seguidores no sienten la necesidad de cuestionar sus creencias o de ponerse en el lugar de los otros (los estafados). Una versión de la fórmula "La codicia es buena", el famoso lema de Gordon Gekko en Wall Street (Oliver Stone, 1987). Su principal aplicación política cotidiana(3) suele tomar forma de resquemor (odio en muchos casos) hacia cualquier redistribución de la riqueza o intervención gubernamental en forma de impuestos, siempre, claro está, que esa intervención no sirva para permitir que la redistribución se dirija a sus bolsillos. En ese caso (nuevamente el lenguaje y la narrativa) se le llama rescate y se presenta ante la opinión pública como una necesidad de la trama. Y a otra cosa.
Este pensamiento fanático, en su vertiente más religiosa y moral, es satirizado en la película Paul (Greg Mottola, 2011) mediante Ruth, el personaje interpretado por Kristen Wiigen, en una escena en la que Ruth es incapaz, en principio, de refutar sus creencias antidarwinistas incluso ante la evidencia más palpable (para nosotros ficticia, para ella real), ante la imposible materialización física de todos los argumentos que niegan sus creencias antievolucionistas: el alienígena, Paul. Y todo esto en un país, dice Taibbi, en el que la elección presidencial es un espectáculo que los estadounidenses [y el resto del mundo] hemos aprendido a consumir como entretenimiento, completamente divorciado de cualquier expectativa de cambio concreto para nuestras vidas [...] El interés en el juego electoral no es el de un ciudadano. Es el interés de un hincha. De un fanático.
Pero además de estafa , a mi me viene a la cabeza otro término para calificar lo sucedido en el mundo financiero durante los últimos años: guerra de bancos. Al estilo de las guerras de mafias. El resultado de la crisis ha sido el siguiente: el paisaje financiero está (aún más) concentrado que antes, tanto en la banca de inversión como en la banca comercial: son muy pocos los bancos que controlan ahora la mitad de las hipotecas y dos tercios de las tarjetas de crédito. Y en esa guerra, los demás países (y el propio EEUU) son guetos de droga y los ciudadanos son adictos: su dosis es la deuda, el crédito. La seguimos necesitando pero ya no podemos pagarla. Y todo gracias a Greenspan, gracias a Clinton, Bush y Obama, gracias a otra mucha gente cuyo nombre (Paulson, Geithners, Bernanke) nos suena tan a chino (o a saudí) como la deuda estadounidense. Y gracias, por supuesto, a Goldman Sachs. Por suerte ahora se proponen estafar a toda Europa y ya están en donde tienen que estar para conseguirlo: en el poder, y gracias a que ningún país se ha revelado contra ello. El nuestro se llama Luis de Guindos y es ministro de economía. Le doy las gracias también. Por adelantado.
La mayor parte de la gente ordinaria no tendrá voz alguna en toda esta serie de cuestiones que establecerán las normas para el capitalismo futuro, y que afectan a lo más íntimo e inmediato de su vida diaria: de hecho, la mayoría ni siquiera tendrá conciencia de que alguien está tomando estas decisiones por ellos.
NOTAS:
(1) En este sentido, el libro se convierte en un buen complemento, entre otros, a Desinformación (Península, 2009, no me cansaré de recomendarlo) para enterarse de lo que ha pasado –de verdad- en el mundo en la última década. Si el libro de Serrano se encarga de desvelar las estafas informativas de los últimos diez años centrándose en lo político y social, Cleptopía se encarga de lo económico, lo que completa la visión del simulacro que hemos comprado como realidad desde que comenzara el siglo XXI.
(2) Esta es la canción que se considera himno del Tea Party, compuesto e interpretado por Lloyd Marcus, curioso personaje:
http://www.youtube.com/watch?v=q1byTDgu7iA
(3) A modo de comentario distendido e indicativo de cierta manera de pensar, no me resisto a resaltar el asombroso parecido entre la base ideológica del randismo y una frase que González Pons declama con envidiable tono melodramático en uno de los vídeos de la campaña para las recientes elecciones generales: Lo poco que tenemos en casa no puede venir el gobierno a quitárnoslo. Randismo puro. Y duro.
Una cleptopía (griftopia en el original) sería un paraíso de ladrones, y eso es lo que ha sido EEUU y el resto del mundo para un grupo de personas causantes de la actual crisis mundial. Que no es tal. Taibbi utiliza la sencilla y fértil metáfora de un casino para explicar las sucesivas estafas (burbujas) que se han sucedido en los últimos diez años (1). Cada mesa de juego es una burbuja diferente: las empresas .com, la crediticia y la inmobiliaria, provocadas para redefinir el escenario financiero y estafar miles de millones que luego, además, en ningún caso se han empleado para crear empleo, construir infraestructuras o mejorar el bienestar de la sociedad y el malestar de los 40 millones de pobres existentes sólo en EEUU, el país más rico del mundo. Lo que se ha hecho es todo lo contrario. Codicia pura. Y dura.
Crisis no: ESTAFA.
Especuladores no: LADRONES.
Esto es lo que trata de explicarnos Matt Taibbi, además de una manera comprensible y entretenida, lo que es de agradecer cuando se tratan temas económicos que a la gran mayoría le producen incluso menos indignación que pereza (de lo que se trata es de que la información llegue a un mayor número de lectores). Llamar “estafa” a la “crisis” es una propuesta de cambio en el lenguaje que generaría nada más y nada menos que una persecución penal a todos los causantes del fraude, citados con nombre y apellidos (e insultos adyacentes), entre otras cosas para que dejemos ya de hablar de mercados como si fuera un ente abstracto al que no se le puede meter mano. Pensar y decir “estafa” en lugar de “crisis” ayuda a aclarar la situación y permite empezar a proyectar una solución (otra cosa es que luego se lleve a cabo). Es una nueva denominación que conlleva un cambio de punto de vista, de mentalidad. Y un cambio de narrativa. Hasta ahora, el relato decía que los banqueros eran decentes hombres de negocios [...] sometidos al maltrato de un Estado arrogante y autoritario. Ahora, tras la crisis, la estafa, perdón, la historia ha cambiado. La nueva narrativa dice que tanto los ejecutivos bancarios que estafaron como los cargos políticos que lo permitieron son nada más (y nada menos) que un grupo de delincuentes de élite (por los contactos, no por la pericia) que roban a millones de clientes usando instrumentos financieros que son demasiado complejos como para explicarlos en el telediario.
Annie Hall y El club de la lucha
Para que comprendamos la magnitud del fraude, Taibbi aporta datos, declaraciones y análisis suficientes como para que a nadie le quepa la más mínima duda: ESTAFA. Aporta también, como decía, un buen número de adjetivos calificativos conocidos popularmente por el nombre de tacos o insultos. Mi teoría es que no lo hace por la única intención de provocar (serían muy pocos los provocados a estas alturas del partido) ni por liberar la rabia acumulada (para eso bastaría con haberlos escrito –los insultos- en el primer manuscrito y después haberlos quitado en la versión definitiva), sino por mera empatía con el lector. ¿Qué es lo primero que sale de tu boca cuando te enteras de que te han estafado, timado o robado y te refieres a las personas causantes de esa estafa? A Taibbi le da lo mismo si esa persona se llama Alan Greenspan. Lo importante es que es un estafador. Algo de lo que no te queda la más mínima duda, hablando de Greenspan, una vez que te enteras de las maravillas que le ha hecho al país (EEUU) y al mundo entero durante los últimos cincuenta años. Lo que me recuerda esa escena de Annie Hall (1977) en la que Alvy Singer, el protagonista interpretado por Woody Allen, cuenta subido a un escenario aquello de que está saliendo con una mujer perteneciente a la administración republicana, y lo irónico de esa circunstancia, ya que él quería hacerle a ella lo mismo que Eisenhower le había estado haciendo al país durante los últimos ocho años.
Lo malo es que los estafadores y los gobiernos estadounidenses que han legislado para permitir la estafa (desde Clinton a Obama; por cierto, capítulo aparte, literal y metafóricamente, merece lo que ha hecho Obama con su reforma sanitaria) a menudo se agarran a una versión retorcida del conocido chiste final de esa misma película de Allen: necesitamos los huevos, necesitamos a esta gente, a los estafadores. Respecto a esto, Taibbi explica las reacciones que provocaron su artículo y otros dos más publicados en la revista New York y en el blog Zero Hedge, propiedad de un tal Tyler Durden (El club de la lucha, 1999), ambos especialmente críticos con Goldman Sachs, el banco protagonista absoluto de la estafa. Es curioso y escandaloso escuchar los argumentos con los que se defendieron los acusados y el aparato mediático correspondiente, con la CNBC a la cabeza, una televisión financiada por los ingresos publicitarios de la industria de servicios financieros (es decir, propaganda). Esos argumentos aceptaban la mayoría de las acusaciones. Sólo daban una explicación para lo que habían hecho, para defenderse de unas acusaciones que en ningún momento negaron: una política basada en castigar a las elites no producirá una fuerza de trabajo mejor educada, ni más inversión, ni más innovación, ni ninguno de los factores que se necesitan para el progreso y el conocimiento. La estafa tampoco a dado lugar a todo eso. Y quien habló así no fue ni siquiera un periodista de la CNBC sino que fue David Brooks, de The New York Times. Y añadió: Con la narrativa populista, basta con culpar a Goldman Sachs. La narrativa de nuevo. Traducción de sus palabras, de la historia nos cuenta: no vayamos a meter a esta gente ahora en la cárcel y a regular el sistema para que no vuelvan a estafarnos porque la sociedad funciona gracias a ellos. Es decir: necesitamos los huevos. Pero no es cierto. Además, estos huevos están podridos, no como los de Woody Allen. Los del chiste de Woody Allen, me refiero.
Paul, Wall Street, González Pons y De Guindos
Este pensamiento tiene sus raíces en el randismo, una de las bases ideológicas del movimiento conocido como Tea Party(2) y de buena parte del republicanismo estadounidense. En el libro se explica muy bien la manera de pensar y actuar de estos políticos (y de los ¿millones? de ciudadanos que les apoyan). El randismo es una especie de antiteología que tiene su origen en las ideas de la refugiada soviética Ayn Rand, escritora fanática del objetivismo que influyó decisivamente en Greenspan, gurú económico de los sucesivos gobiernos de EEUU y supremo líder de las finanzas globales durante medio siglo, ese capullo excepcional que hizo de Norteamérica el desastre monumental en que se ha convertido, en palabras mucho más concretas de Taibbi. Brevemente: el randismo, que ha supuesto una enorme influencia en el pensamiento económico y en la cultura norteamericana, se basa en la legitimación del egoísmo, puro darwinismo social que tiene como fin otorgar moralidad a la ausencia de otros puntos de vista, sus seguidores no sienten la necesidad de cuestionar sus creencias o de ponerse en el lugar de los otros (los estafados). Una versión de la fórmula "La codicia es buena", el famoso lema de Gordon Gekko en Wall Street (Oliver Stone, 1987). Su principal aplicación política cotidiana(3) suele tomar forma de resquemor (odio en muchos casos) hacia cualquier redistribución de la riqueza o intervención gubernamental en forma de impuestos, siempre, claro está, que esa intervención no sirva para permitir que la redistribución se dirija a sus bolsillos. En ese caso (nuevamente el lenguaje y la narrativa) se le llama rescate y se presenta ante la opinión pública como una necesidad de la trama. Y a otra cosa.
Este pensamiento fanático, en su vertiente más religiosa y moral, es satirizado en la película Paul (Greg Mottola, 2011) mediante Ruth, el personaje interpretado por Kristen Wiigen, en una escena en la que Ruth es incapaz, en principio, de refutar sus creencias antidarwinistas incluso ante la evidencia más palpable (para nosotros ficticia, para ella real), ante la imposible materialización física de todos los argumentos que niegan sus creencias antievolucionistas: el alienígena, Paul. Y todo esto en un país, dice Taibbi, en el que la elección presidencial es un espectáculo que los estadounidenses [y el resto del mundo] hemos aprendido a consumir como entretenimiento, completamente divorciado de cualquier expectativa de cambio concreto para nuestras vidas [...] El interés en el juego electoral no es el de un ciudadano. Es el interés de un hincha. De un fanático.
Pero además de estafa , a mi me viene a la cabeza otro término para calificar lo sucedido en el mundo financiero durante los últimos años: guerra de bancos. Al estilo de las guerras de mafias. El resultado de la crisis ha sido el siguiente: el paisaje financiero está (aún más) concentrado que antes, tanto en la banca de inversión como en la banca comercial: son muy pocos los bancos que controlan ahora la mitad de las hipotecas y dos tercios de las tarjetas de crédito. Y en esa guerra, los demás países (y el propio EEUU) son guetos de droga y los ciudadanos son adictos: su dosis es la deuda, el crédito. La seguimos necesitando pero ya no podemos pagarla. Y todo gracias a Greenspan, gracias a Clinton, Bush y Obama, gracias a otra mucha gente cuyo nombre (Paulson, Geithners, Bernanke) nos suena tan a chino (o a saudí) como la deuda estadounidense. Y gracias, por supuesto, a Goldman Sachs. Por suerte ahora se proponen estafar a toda Europa y ya están en donde tienen que estar para conseguirlo: en el poder, y gracias a que ningún país se ha revelado contra ello. El nuestro se llama Luis de Guindos y es ministro de economía. Le doy las gracias también. Por adelantado.
La mayor parte de la gente ordinaria no tendrá voz alguna en toda esta serie de cuestiones que establecerán las normas para el capitalismo futuro, y que afectan a lo más íntimo e inmediato de su vida diaria: de hecho, la mayoría ni siquiera tendrá conciencia de que alguien está tomando estas decisiones por ellos.
NOTAS:
(1) En este sentido, el libro se convierte en un buen complemento, entre otros, a Desinformación (Península, 2009, no me cansaré de recomendarlo) para enterarse de lo que ha pasado –de verdad- en el mundo en la última década. Si el libro de Serrano se encarga de desvelar las estafas informativas de los últimos diez años centrándose en lo político y social, Cleptopía se encarga de lo económico, lo que completa la visión del simulacro que hemos comprado como realidad desde que comenzara el siglo XXI.
(2) Esta es la canción que se considera himno del Tea Party, compuesto e interpretado por Lloyd Marcus, curioso personaje:
http://www.youtube.com/watch?v=q1byTDgu7iA
(3) A modo de comentario distendido e indicativo de cierta manera de pensar, no me resisto a resaltar el asombroso parecido entre la base ideológica del randismo y una frase que González Pons declama con envidiable tono melodramático en uno de los vídeos de la campaña para las recientes elecciones generales: Lo poco que tenemos en casa no puede venir el gobierno a quitárnoslo. Randismo puro. Y duro.