Se veía a sí mismo como un raro sin permiso de residencia, pero más que orgullo, su condición le daba rabia [...] No convirtió el rechazo en un programa de trabajo, ni se alimentó de la resistencia que le oponía el entorno para superarla con un incendio que exigía ser visto. Buscaba oídos, elogios, patrocinios [...] Un derrotado por la sociedad literaria que despreciaba, pero cuyas infinitas regulaciones terminó por aceptar; luchó hasta el final por tener un mínimo espacio; pensaba que el repudio que sufría era injusto, pero no se hizo a un lado ni desapareció [...] Reconoció, como nadie, la validez del sistema que lo rechazaba; con cada golpe que se daba en la frente, ratificaba la supremacía del muro [...] Le gustaba sufrir de gratis [...] ¿Habría optado, como tantos otros, por combatir la barbarie desde el Estado, al precio de mitigar la rebeldía?
El testigo, JUAN VILLORO