Un clásico nunca termina de
decir lo que tiene que decir.
Italo Calvino
Hablemos
del milenarismo (sólo un momento). Conocido popularmente por la irrisoria algarada que protagonizó en su
momento Fernando Arrabal, el
milenarismo es, según la Wikipedia, la doctrina según la cual Cristo volverá
para reinar sobre la Tierra durante mil años, antes del último combate contra
el mal. El pasado fin de semana, Juan
Carlos Navarro, Juanqui, La Bomba, ha jugado su partido número 1000 como
jugador azulgrana (más de seiscientos en ACB y casi trescientos en Euroliga). No
son mil años, de acuerdo, ni Navarro es Cristo, suponemos, pero son mil partidos reinando con la camiseta de unos de los
mejores equipos de Europa en las últimas décadas. Durante sus dos primeras
temporadas alternó el primer equipo con el filial (fue Aíto García Reneses quien lo ascendió de forma definitiva en la
temporada 1999-2000). Ya en su primer partido, con 17 años, dejó en la
estadística diez puntos en otros tantos minutos de juego. Y la sensación de que
el milenarismo podía llegar al Palau de manos de aquel chico flaco con el 5 a
la espalda. Más adelante llegaría el 11. Y con él, un clásico como pocos
quedan.
Con
la selección española ha ganado tres Europeos, un Mundial y dos platas en los
Juegos de Pekín y Londres. A nivel de clubes, siempre con el Barcelona excepto
el año NBA en Memphis, tiene 8 Ligas ACB, 6 Copas del Rey, 2 Euroligas y una
Copa Korac. En el terreno individual, Navarro ha sido escogido MVP de la ACB en
2006, de la Euroliga en 2009 y del Europeo de Lituania en 2011, además de ser
el jugador más valioso en la Final Four de 2010 y en tres ocasiones en la final
de la ACB (2009, 2011 y 2014). A los datos, a los que siempre les falta un
contexto, hay que añadir múltiples momentos y jugadas inolvidables, sin olvidar
esa “bomba” que ha hecho famosa y que ha acompañado su nombre a lo largo de una
trayectoria brillante. Si esto no es un clásico, que venga Jordan y lo vea.
Su
primer título ACB fue en Sevilla, en el año 1999 (3-0 al Caja San Fernando). Pero
no jugó ni un solo minuto en toda la final. Era el momento de Djordevic, de Alston, de Dueñas. Navarro
se quedó en el banquillo, aprendiendo e imaginando cómo serían tantas finales
en las que luego sería dueño y señor del cotarro. Dice Calvino que los clásicos ejercen una influencia particular ya sea cuando
se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la
memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual. Uno de
esos pliegues nos traslada hasta la mayor exhibición de su carrera hasta ahora.
Lituania. Septiembre de 2011. El día 14 le metió 26 puntos a la Eslovenia de su
amigo Bozidar Maljkovic. Dos días más tarde le endosó 35 a Macedonia, 19 de ellos
en un tercer cuarto mágico (aquel triple a una pierna con dos defensores
encima). Y en la final aportó 27 puntos para ganar a Francia y hacerse con uno
de los MVPs más evidentes de los últimos años.
Navarro ha dominado desde el tiro y el
conocimiento del juego, armas diferentes a las que hoy prevalecen en el
baloncesto: la potencia y la velocidad (aunque por otro lado, son los triples
los que toman cada día mayor protagonismo en los partidos, y uno de los equipos
NBA más laureados en los últimos tiempos son los Spurs de Greg Popovich, paradigma de la inteligencia aplicada al juego
colectivo). En el año que pasó en Estados Unidos, en los Memphis Grizzlies (con
un sueldo de 540.000
dólares brutos, menos de la mitad de lo que ganaba en el Barcelona), fue escogido en el segundo quinteto de rookies y hasta hoy es uno de los
novatos que más triples ha metido en un partido, ocho. En Memphis compartió vestuario con Pau Gasol, hasta
que el de Sant Boi fichó a mitad de temporada por los Lakers, dejando solo a Navarro en la aventura americana.
No se perdió ni un partido a pesar de la exigencia física al otro lado del
Atlántico y dejó 11 puntos de media. Pero aquello no era para él ni para su
familia, y decidieron volver. Europa y Barcelona esperaban con los brazos
abiertos el regreso del clásico.
Solía
plantearse el gran Andrés Montes qué
íbamos a hacer cuando no estuviesen Pau
Gasol y Juan Carlos Navarro. El
4 y el 7, Daimiel, ¡el 4 y el 7! Por
suerte aún no ha llegado el momento de que los dos mejores jugadores de la
historia del baloncesto español dejen las canchas, pero lo cierto e irrefutable
es que cada vez va quedando menos. Aunque cualquiera lo diría, en el caso de
Pau, después del último Europeo de Francia. ¿Y en el caso de Navarro? Se perdió
el Europeo por lesión y ha comenzado la temporada de forma prudente, con pocos
minutos. Su estado de forma y el papel que jugará este año en el equipo, con
los juegos olímpicos como paisaje de fondo, es todavía una duda.
Lo
más probable es que veamos un Navarro menos anotador y más generador de juego,
en la línea de sus últimos años, en donde se ha confirmado como un excelente
asistente a la altura de los diez mejores de la historia ACB, el único jugador
que no es base en esta lista (¿terminará su carrera jugando en esa posición?). En
este sentido, no hay que olvidar la exhibición de Navarro en la final de los
Juegos de Pekín en 2008, contra EEUU (sí, aquella final). Contexto: EEUU nos
había ganado bien en la primera fase (82-119), y mediada la final, las
perspectivas no eran las mejores. Aíto, que conocía el material, decidió dar
descanso a Ricky Rubio y colocar de base a Navarro. Y
Juan Carlos respondió. Ni Chris Paul,
ni Jason Kidd ni Deron Williams eran capaces de parar
los fundamentos del de Sant Feliu, que no había alcanzado su nivel habitual a
lo largo del torneo. En la final, 18 puntos y 4 asistencias, y aquellos
flagrantes pasos (no pitados) en los últimos segundos del partido, como última
ironía resignada frente a una derrota que se creía injusta.
En
esta temporada, puede también que veamos un Navarro más decisivo y puntualmente
utilizado, reservado para los minutos y los partidos importantes, vital al
final de temporada y en esa Final Four que ya espera en Berlín. En cualquier
caso, pase lo que pase y le quede el tiempo que le quede jugando al baloncesto,
lo mejor que podemos hacer es disfrutar de cada una de sus acciones. Es un
clásico, y como dice Calvino, un clásico nunca termina de contarse, de decir lo
que tiene que decir. Yo permaneceré con el oído bien abierto, no vaya a ser que
nos sorprenda aún con uno de los mejores capítulos de su obra deportiva. Porque
a Navarro le pasa algo similar a lo que declaraba aquel lema para promocionar a
Lola Flores: no es el más alto ni el
más rápido, pero oigan, no se lo pierdan. En efecto, no es el más fuerte ni se
acerca (no obstante, según dicen quienes saben, tiene un físico privilegiado) y
es bajito para las alturas baloncestísticas. Pero con todo y con eso, hablamos
del segundo mejor jugador de la historia del baloncesto español, y uno de los
perimetrales, como diría Manel Comas,
más destacados de la historia del baloncesto europeo, sin entrar en
comparaciones ni clasificaciones. Navarro es otra cosa.