11 de agosto de 2009

Verdades a bajo coste

Artículo publicado hoy en El País por Ramón Muñoz. Crítica, verdad y humor unidos en cuatro párrafos.

Estamos creando una sociedad low cost o de bajo coste, a imagen y semejanza de esas aerolíneas que te llevan al Polo Norte, ida y vuelta, por diez eurillos, botella de agua no incluida y con derecho a un solo pipí en todo el trayecto. Muchos creen que ese modus operandi, rácano pero práctico, se está trasladando al ámbito productivo, es decir, que la paga de los curritos y su capacidad para llenar el carrito del híper también se está volviendo low cost a marchas forzadas.

Yo voy más allá. Creo que el bajo coste se está enraizando en nuestras costumbres como una hiedra pegajosa y urticaria. En realidad, esto viene de antiguo, justo cuando Burger King abrió en Madrid su primer restaurante, allá por 1975. Muchos se quedaban entonces estupefactos: los fugaces comensales, después de zamparse la hamburguesa, limpiaban y recogían sus bandejas, sin rechistar y sin que nadie se lo ordenara. Les hablo de la España en la que no había papeleras en los bares y las barras eran verdaderas cochiqueras porque estaba hasta mal visto no arrojar al suelo colillas, huitos y cabezas de gambas.

Ese virus Whopper disfrazado de civismo se propagó, y ahora amenaza a la razón de ser de nuestras vidas: el consumismo. El que paga ya no manda; al contrario, curra. Repostamos gasolina, nos pesamos la fruta en el súper, depositamos la basura en veintisiete cubos de colores, montamos los muebles del Ikea, nos autoinstalamos el ADSL... ¡Y encima pagamos por todo ello! Pronto, las funerarias repartirán cartelitos por los hospitales que digan: "Por favor, momentos antes de morirse, métase en el féretro, y cierre delicadamente la tapa". ¡Cómo diablos no va a haber cada vez más mileuristas si el personal está dispuesto a ejercer de camarero, frutero y técnico-instalador por la cara!

La protesta también se ha vuelto low cost. Lo de tirar adoquines no se lleva. Ya puede estar la cola del INEM a reventar o las cuentas públicas en barrena, que la calle sólo se pone en pie para denunciar que el presidente de su fútbolclub es un chorizo. En estos tiempos de política ciberlight, el colmo de lo reivindicativo es ir a un concierto y corear "eo eo eo" cuando el rockstar, generalmente cincuentón y multimillonario, jalea consignas manidas de paz, amor y verde que te quiero verde. La peña sale encantada con su inconformismo popero. Y eso que les han cobrado 80 eurazos por la entrada.

Pero si hasta la Coca-Cola va a sacar un refresco low cost, unos polvitos a los que se añade agua y saben a jarabe. Lo va a llamar Menos es más. No les digo más.

9 de agosto de 2009

Charles Spencer Chaplin


Dice Rohmer: Si bien Charlot –o Chaplin- no es todo el cine […] todo el cine, para quien sepa buscarlo, está en Charlot.
De un libro sobre Chaplin escrito por André Bazin, con prólogo de Truffaut y epílogo de Rohmer, que incluye un capítulo escrito por Renoir y parte del discurso final de El gran dictador –escrito por el propio Chaplin-, poco más tengo yo que decir. Por tanto, me limitaré a trasladar y resumir.
Chaplin pasó a ser el más pobre de los vagabundos que sobrevivían por Kensington Road a finales del siglo XIX a ser, tras la primera guerra mundial y en palabras de Truffaut, el hombre más popular del mundo. No hay nadie que no lo conozca –a él o a Charlot-, sobre todo por el pequeño bigote trapezoidal y por sus andares de pato, más que por el hábito, que tampoco en esta ocasión hace al monje, dice Bazin.
Si hay algo, más allá de ese bigote, el bombín, el bastón y los zapatones, que caracterice las películas de Charlot es su relación con los objetos, de la que habla Bazin: Es como si los objetos aceptaran ayudar a Charlot al margen del sentido que la sociedad les ha asignado. El más bello ejemplo de estos desfases es la famosa danza de los panecillos, donde la complicidad del objeto estalla en una coreografía gratuita.




Hay en Charlot una tendencia a romper la rutina y toda mecanización derivada de ella, aunque le beneficie en un momento concreto. En Charlot en la calle de la Paz pone la cama entre él y el villano que lo persigue. Los dos comienzan a dar vueltas alrededor de la cama o a moverse lateralmente, de manera que el héroe consigue salvarse momentáneamente de su adversario. Pero es entonces cuando entra en escena la rutina de una persecución que no tendría fin, y Charlot reacciona de la única manera en que podría hacerlo: empieza a jugar. Esto –que Bazin presenta como el pecado capital de Charlot- a mí me parece que es una manera brillante de mostrarnos que: a) hasta la rutina puede llegar a ser positiva y necesaria en un momento dado; b) es básico saber reírse de uno mismo (en los gags en los que la mecanización derivada de la rutina se vuelve contra él porque se ve obligado a romperla, Charlot siempre hace que nos riamos de él, no de los demás, como en otras escenas).
Para la historia maniquea queda el debate entre Charles Chaplin y ese otro gran clown cinematográfico que es Buster Keaton (debate guionizado por Bertolucci en la película Soñadores). Yo creo que no hay por qué priorizar a uno sobre otro. Pero como, entre otras cosas, escribir es contradecirse, procedo a priorizar: me quedo con Chaplin.

1 de agosto de 2009

Un poquito de buena música



Os dejo un enlace para que escuchéis a Arizona Baby, uno de mis grupos preferidos. Pinchad aquí para escucharlos. Son de Valladolid y no van a tardar en ser conocidos, o al menos llegarán a un mayor número de personas que hasta ahora, que ya son muchas (son uno de los grupos que recientemente han participado en El Día de la Música y ya empiezan a ser incontables los conciertos por todo el país y las veces que los pinchan en Radio 3).
No sé si os pasará lo mismo con su música, pero a mí me entran ganas de coger la furgoneta que no tengo, empezar a conducir –con el carnet que sí tengo- y, pitillo en boca, no parar hasta que haya escuchado su primer disco una y otra vez (ya está el segundo al caer), tantas veces como kilómetros fuesen necesarios. Como dirían los de ABBA, gracias por la música, chicos. Acordaros de este frustrado conductor de furgoneta cuando las groupies os asalten a cada paso del camino. Estaré escribiendo en algún rincón, puede que frente al mar. Por el momento nos vemos en Aranda el 15 de agosto.