17 de agosto de 2016

Londres 2012, la final de la marmota

Tras la ilusionante desilusión de Pekín ocho años antes, Londres se planteó para muchos como la revancha necesaria. Estados Unidos acudía a Londres con un equipazo y una nueva estrella en el firmamento, Kevin Durant, dispuesto a demostrar que nada tenía que envidiar a Lebron James y Kobe Bryant. Pero esta selección española tiene una característica que sólo tienen los grandes equipos: se crecen cuanto mayor es el poderío del rival. Y así sucedió de nuevo aquel 12 de agosto de 2012 en el North Greenwich Arena londinense, ante más de trece mil espectadores que volvieron a vivir en directo un duelo que ya se ha convertido en un clásico de las finales olímpicas.

Habían cambiado algunas cosas desde 2008. En lo político, Rajoy había ganado a Rubalcaba la pelea por la presidencia del gobierno meses después de que surgiera el movimiento 15-M en la madrileña Puerta del Sol, año 2011. Montoro había puesto en marcha su “regularización de rentas y activos”, amnistía fiscal para los de la Logse. Urdangarín había pasado de Duque empalmado a imputado, al tiempo que Jaume Matas era condenado a seis años por delitos de diversa realeza y Rato dimitía como presidente de Bankia. Todo muy entretenido y acompañado de estrenos como Lo imposible de Bayona, Django desencadenado de Tarantino o Argo (pero poco) de Ben Affleck, sin olvidarnos del acontecimiento que marcó aquel año a nivel mundial: el tercer álbum de estudio de Justin Bieber, Believe. Que era precisamente lo que sentíamos todos respecto a la selección española de baloncesto cuando se enfrentaba a EEUU. Justin, así, como hermeneuta de lo real, como intérprete del sentir general. Cuatro años después de Pekín, se podía ganar. Sólo había que creer.

España venía de ganar dos europeos consecutivos, el segundo en Lituania para desquitarse de la eliminación en cuartos contra Serbia en el Mundial de Turquía de 2010 (aquel triple de Teodosic), donde EEUU ganó el oro frente a los anfitriones. En cuanto a la rotación, ahora teníamos a un Marc Gasol más experimentado y a Serge Ibaka, tipos fundamentales a la hora de hacer frente a selecciones con mayor presencia física, con treses altos y una gran capacidad reboteadora. Y en el banquillo se sentaba en esta ocasión Sergio Scariolo, que a pesar de ser criticado por muchos (faltaría más), sólo sabía ganar desde que se pusiera al frente de la selección en febrero de 2009.

EEUU llegó a la final como un vendaval, con Durant como estilete. En la primera fase superaron todos los récords frente a Nigeria. 156-73 en el marcador, ochenta y tres puntos de diferencia, conseguidos en parte a base de meter 29/43 triples, diez de ellos de Carmelo Anthony, que terminó con 37 puntos. Al descanso, EEUU llevaba 78 puntos, más de los que consiguieron meter los nigerianos en todo el partido. Un festival que intimidaba, por mucho que los nigerianos fueran una selección menor. Por su parte, España había resuelto la primera fase con dos derrotas frente a Rusia (74-77) y Brasil (82-88) en la última jornada del grupo. Los cuartos nos enfrentaron a Francia, 66-59 para los de Scariolo. Y en semis pudimos vengarnos de Rusia apeándoles de la final clavando casi el marcador del partido anterior, 67-59. Llegaba así de nuevo la reválida contra EEUU. ¿Podríamos con ellos en esta ocasión? Algo ya habíamos conseguido: que a nadie le pareciera una locura plantearse la victoria. Nos habíamos ganado el crédito internacional cuatro años antes obligando a los estadounidenses a jugar al límite para ganar el oro. Queríamos repetir el partido, sólo que modificando el resultado final.

De entrada Scariolo puso en pista a Calderón, Navarro, Rudy y los hermanos Gasol. Empezamos muy bien, aún mejor que en Pekín. Navarro inauguró el marcador español con un 3+1 sobre Kobe Bryant. Las canastas estadounidenses eran contestadas una tras otra con solvencia. Un gancho de izquierdas de Pau y otros dos triples de un inspiradísimo Navarro (19 puntos en la primera parte) colocaban el 12-7 que confirmaba la candidatura al oro. ¡El 4 y el 7, Damiel, el 4 y el 7!, que decía Andrés Montes. Pau y Navarro, Navarro y Pau. Entre los dos sostuvieron en ataque las embestidas iniciales de los pupilos de Mike Krzyzewski, que cuatro años después repetía presencia en la final al frente del team USA. Pero otra pareja que tal baila, Kobe Bryant y Carmelo Anthony, querían colgarse su segundo oro. Y malo cuando dos tipos como estos quieren algo. Malo si estás en el equipo contrario, claro; como espectador es una delicia. Entre ambos lideraron a los estadounidenses para imponerse en el primer parcial. 35-27. Nos esperaba otra final con marcador alto.

El segundo cuarto arranca con Ibaka y Sergio Rodríguez en pista. Y España se pone a cinco con triple de Rudy. Y a tres después de una canasta de Pau sobre un impotente Kevin Love. Las sensaciones eran muy buenas, le jugábamos de tú a tú a un equipazo. Y así fue hasta el descanso. Si Chandler palmeaba en ataque, Chacho contestaba con un triple liberado. Si Kobe anotaba en suspensión, Sergio Llull clavaba un triple lateral. Si Durant corría el contrataque como pantera desbocada, Ibaka lo emulaba en defensa taponando los caminos hacia el nido español. Así hasta el apretado 58-59 con el que los jugadores se fueron a vestuarios. Todo podía pasar.

El tercer cuarto fue el cuarto de Pau. Quince puntos para él sin fallo en el tiro, incluidos cuatro tiros libres. Canastas de todos los colores, por aquí, por allá, otra vez por aquí pero de otra forma, y ahora un mate en estático, ahora uno en contraataque, pero ojo que también te la meto de gancho con la izquierda. ¿Qué más quieres, quieres más?, que le decía Chavela a La Llorona. Seguramente Chandler y Love, los defensores de Pau, aún recuerdan con cariño aquellos diez minutos de master class del mayor de los Gasol. Y mientras tanto, España a un punto, 82-83, a falta tan sólo de un cuarto para el final. Sólo había un problema: los triples. Ni uno sólo en toda la segunda parte. Demasiado lastre en tiempos postmodernos.

El último cuarto comienza a rodar con canasta fácil de Lebron bajo el aro, contestada por una penetración de Llull. Cinco puntos seguidos de Paul ponen a EEUU seis arriba. Nadie anota en los siguientes dos minutos, parece que empieza a notarse el cansancio y los nervios. Rompe la sequía Marc con una canasta marca de la casa. 86-90 y faltan seis minutos y medio. Kobe falla el triple, pero cogen el rebote en ataque y Durant sí acierta desde más allá del arco. Tiempo muerto en pista, y como advierte el Martín Fierro, atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a contarles que a esta historia le faltaba lo mejor.

España era incapaz de meter desde fuera. Había que defender como nunca y tirar de garra como siempre, sacar el incansable talento de este equipo para no desfallecer. Y eso fue lo que se hizo. Una canasta de Navarro y otra de Rudy a la contra nos ponen a seis a falta de menos de cuatro minutos, 91-97. Carmelo pierde el balón y Krzyzewski pide tiempo muerto. Señores, que nos la lían, debió de decirles, o algo semejante. En el banquillo español se volvía a creer, se seguía creyendo. Los estadounidenses vuelven con el puñal entre los dientes y el codo a la altura del cuello. Marc machaca para mantener la desventaja en seis puntos, pero a España le cuesta un mundo anotar, la zona es territorio comanche. Entonces Lebron se viste de Kobe en Pekín y enchufa un triple letal a falta de dos minutos, 93-102. La final se escapa de nuevo. Una bandeja de Paul sentencia el partido definitivamente. Otra vez el mismo braceo, la misma orilla. Por un momento parece que Bill Murray va a aparecer para narrar los últimos instantes junto a la marmota. De nuevo, no pudo ser. De nuevo, medalla de plata. Y tan bien, porque aunque la plata duela, plata se queda, que diría Justin.

16 de agosto de 2016

Pekín 2008, un paso más

El cuarto álbum de Supertramp, año 1975, lleva por título Crisis? What crisis? En la portada, un hombre descansa sentado junto a sombrilla naranja y una mesa blanca con un periódico, un cubata y una botella. Los pies del tipo reposan sobre una alfombrilla a juego con la sombrilla, junto a la cual vemos un radiocasete que suponemos encendido. Todos estos elementos resaltan en colores vivos que contrastan con el blanco y negro que los rodea, un entorno con fábricas humeantes, decadencia y suciedad. Veintitrés años después de su publicación, aquella portada y aquel título se convirtieron sin quererlo en el perfecto resumen de la situación política y económica en España, donde Zapatero fue reelegido en marzo a fuerza de citar día tras día a Supertramp. En esas estábamos en lo político cuando, en agosto, España y Estados Unidos nos regalaron el que muchos dicen que fue el mejor partido de la historia del baloncesto: la final de los Juegos Olímpicos de Pekín.

Con la plata de Los Ángeles´84, el baloncesto español había conseguido un éxito sin precedentes, un momento estelar que significó un antes y un después. Dos años más tarde se esperaba con ansia el Mundial en nuestro país, pero caímos en cuartos, igual que en los siguientes Juegos Olímpicos, los de Seúl´88. Parecía aplacarse de alguna forma la ilusión generada en el 84, sensación que aumentó tras el legendario angolazo en los Juegos de Barcelona, que terminó con la longeva etapa de Díaz Miguel al frente de la selección española. Tocaba renovar, tocaba conseguir que aquel éxito de Los Ángeles pasara a asentarse en la realidad de la élite internacional. Tocaba dar un paso más. Y entonces llegaron los juniors de oro. Todo empezó en Lisboa, ya saben, con la victoria en la final del mundial sub-19 frente a EEUU. Felipe Reyes, Carlos Cabezas, Berni Rodríguez, Juan Carlos Navarro, Pau Gasol. Nombres que competición tras competición se fueron acostumbrando a ganar, a estar siempre en las últimas rondas, a ser favoritos. Y a dar un alegría tras otra.

"Kobe nos salvó de la derrota contra España en 2008". Lo ha dicho Mike Krzyzewski hace apenas unas semanas. No era ningún secreto. La Mamba metió trece puntos en el último cuarto de aquella final olímpica. Y los metió cuando los estadounidenses llegaron a pensar que podían perder y las manos empezaron a temblarles como si fueran humanos. Pero Kobe no lo es del todo, por eso asumió la responsabilidad para ganar su primera medalla con EEUU, una medalla de oro que, por momentos, llegó a peligrar.

El partido se jugó el 24 de agosto, 24 años después de la final de Los Ángeles. Fernando Romay, uno de los héroes de aquella primera medalla, comentó la final para RTVE. Al comienzo de la narración, le costaba encontrar las palabras. Estaba igual de nervioso que el resto de aficionados españoles. Sabíamos que si todo salía bien, había opciones de pelear la victoria, de estar ahí, de meterle el miedo en el cuerpo al conocido como Redeem Team, que estaba dispuesto a recuperar el prestigio perdido en el Mundial de Atenas de 2004, donde Duncan, Iverson, Odom y compañía perdieron frente a Puerto Rico, Lituania y Argentina. En esta ocasión, la selección estadounidense llegaba invicta a la final con siete victorias, incluyendo una paliza frente a España en la fase de grupos, 82-119. En el banquillo español se sentaba aquel verano Aíto García Reneses, que avisó antes de la final: las cosas iban a ser muy distintas a ese primer enfrentamiento.

Los cambios empezaron ya en el quinteto inicial que salió a pista. Llegábamos con la baja de Calderón, base titular a lo largo del campeonato. Aíto apostó por darle el mando a un joven Ricky Rubio. Junto a él, Juan Carlos Navarro, Carlos Jiménez, Felipe Reyes y Pau Gasol. Estados Unidos, por su parte, no varió el quinteto habitual: Jason Kidd, Kobe Bryant, Lebron James, Carmelo Anthony y Dwight Howard. El partido empieza con un triple de Lebron que Pau contesta con un 2+1 en el siguiente ataque. Suya fue también la siguiente canasta española, un mate en contrataque tras asistencia de Ricky que nos daba la primera ventaja. Aunque duró poco. Un triple de Carmelo devuelve la delantera a EEUU, que vuelve a perderla gracias a un triple de Jiménez. Y así todo el primer cuarto, un toma y daca que anunciaba lo que venía por delante. Kobe y Lebron se pusieron muy pronto con dos faltas, una buena noticia a pesar de que no eran cojos los recambios: Deron Williams y Dwyane Wade, uno de los mejores de la final. Los primeros diez minutos terminan con un tirón de los estadounidenses que les da siete puntos de ventaja, 31-38.

El segundo cuarto arranca con la primera presencia en pista de Rudy Fernández, que no pudo evitar un triple de Kobe que ponía diez por delante a EEUU. Algunos hacían sonar ya las alarmas -¿se repetiría la paliza de la primera fase?- mientras comenzaban las quejas por la permisividad arbitral con los pasos y la agresiva defensa de los de Krzyzewski. Era el primer momento delicado, España un tanto descentrada y el Redeem Team trece arriba después de otro triple de Carmelo. Pero poco a poco, los de Aíto fueron recortando. Dos tiros libres de Ricky, que no parece acusar la juventud, una canasta de Pau tras rebote ofensivo, dos tiros libres de Jiménez. Todos ayudan, Marc Gasol, Berni Rodriguez, Alex Mumbrú. Todos suman al menos algún punto –y lo que no son puntos- cuando están en pista.

Y entonces llega una de las decisiones del partido, a cargo de Aíto, que con la baja de Calderón se ve casi obligado a jugar con Navarro de base para dar descanso a Ricky. Y después de pasarlo mal durante todos los Juegos, muy errático, Navarro decidió marcarse una exhibición de pase, anotación y liderazgo (además de un sarcasmo final maravilloso, aquellos pasos voluntarios no pitados en el último segundo). La primera parte terminó con 61-69 (cuántas finales de la Euroliga con un marcador similar). Sólo ocho abajo. Estábamos ahí. Habíamos aguantado el primer tirón estadounidense. Wade lideraba la anotación con 21 puntos, mientras Rudy hacía lo propio en España con 13.
La segunda parte empieza con dos canastas de Felipe Reyes, gran torneo el suyo, mientras Ricky sigue sorprendiendo a propios y extraños con su desparpajo y su defensa sobre Kidd y Chris Paul. Una canasta de Pau frente a Howard y dos bombita de Navarro colocan a cuatro a España, que tiene que sentar a Rudy por cuatro faltas. Tiempo muerto de Estados Unidos mediado el tercer cuarto. ¿Empiezan a preocuparse? Tras el parón vuelve Wade, máximo anotador, y EEUU consigue marcharse de nuevo, 82-91 al final del cuarto a pesar de otro canastón de Navarro en el último ataque.
El último periodo comienza con un corrillo de los americanos, que se conjuran para ganar el oro, pero dos canastas de Pau y un triple de Rudy nos ponen a dos puntos. La locura se instala entre la afición española. A estas alturas, hasta los más escépticos se veían ganando a EEUU una final olímpica. 89-91 a falta de ocho minutos. Un triple de Williams y un mate de Howard después de cinco minutos acampado en la zona rebajan la euforia por un instante. Pero Rudy devuelve la ilusión con otro triple. 92-98, justo antes de meter la canasta de la final, la más espectacular, la más recordada. El mate sobre Howard. Llega tras una canasta de Lebron. Rudy sube el balón, le defiende Kobe, que no consigue pasar el bloqueo de Pau. Howard ayuda y sigue a Rudy en la penetración, pero llega una décima tarde, cuando el mallorquín ya ha hundido el balón en el aro. Es el póster de la final, el momento que le abriría a Rudy las puertas publicitarias de la NBA. Y vino acompañado de falta con tiro libre. 95-103 a falta de cinco minutos. Puede verse la preocupación en el rostro de los estadounidenses, comenzando por su entrenador. No consiguen romper el partido. Después de un par de minutos de reposo, vuelve Navarro a pista. Para jugar de base. Pau mete dos tiros libres y una canasta de media distancia (ya es el máximo anotador del torneo). 99-104 y tres minutos para el final. Las gradas se ponen de pie, el banquillo español es incapaz de controlar los nervios. Y entonces llega el triple de Kobe, con falta de Rudy. 3+1 y La Mamba manda callar al personal. Pero España se negaba a perder, otra bombita más de Navarro y un triple de Jiménez ponen el 104-108 a falta de 2:20. Wade contrataca con un triple, se van de siete. Navarro nos vuelve a acercar con un tiro libre, pero un triple fallado por Jiménez y una canasta de Kobe en el lado contrario sentencian la final definitivamente. 

Se perdió por 118 a 107. Estuvo cerca, muy cerca. Queda el consuelo de haber disputado uno de los mejores partidos que se recuerdan, sin duda la mejor final olímpica de la historia. Con esa plata, España y la generación de oro completaba un ciclo maravilloso: oro en el Mundial de Japón, plata en el Europeo de España y plata en los Juegos de Pekín. Se había dado el paso definitivo para instalarse en la élite. Un año después llegaría el oro en el Europeo de España, y en los siguientes Juegos, una nueva final contra Estados Unidos. Pero no adelantemos acontecimientos.

11 de agosto de 2016

La quimera de Los Ángeles

En la película Blue Chips (1994), Ganar de cualquier manera en España, Nick Nolte interpreta a Pete Bell, el entrenador de un equipo universitario venido a menos después de años de gloria. En el primer partido que aparece en la película, el entrenador rival es Rick Pitino as himself, el único técnico que ha llevado a la Final Four a tres universidades diferentes. Y en el último, el que decide el campeonato, el coach al que se enfrenta Bell/Nolte es un tipo que aparece en pantalla de camino a la cancha, saliendo de vestuarios precedido de tres o cuatro sombras: parece el presidente de los EEUU rodeado de sus guardaespaldas y asesores, salvo porque no lleva traje sino una sudadera roja arremangada. Entonces, el narrador que retransmite el partido nos aclara: ese tipo es Bobby Knight, El General, interpretándose también a sí mismo, es decir, a uno de los entrenadores universitarios más legendarios y polémicos. Además de ser el tipo que entrenaba a la selección de EEUU cuando España ganó en Los Ángeles´84 la primera de sus tres medallas de plata en unos Juegos Olímpicos. En las otras dos, 2008 en Pekín y 2012 en Londres, el entrenador de EEUU era Mike Krzyzewski, discípulo e íntimo amigo de Knight. Pero quedémonos por ahora en Los Ángeles. En 1984.

Aquel año en el que España consiguió su mayor triunfo hasta la fecha baloncestística,  Joaquín Sabina jugaba a La ruleta rusa con las palabras y Siniestro Total advertía que Menos mal que nos queda Portugal, mientras al otro lado del Atlántico El Jefe le cantaba al mundo que él había nacido en USA. En los cines se estrenaron futuros clásicos como Terminator, Los cazafantasmas o Karate Kid. En la cosa política, un hombre chaparro de cabeza lampiña era reelegido tras la primera mayoría absoluta de CIU en Cataluña bajo el nombre de Jordi Puyol, al tiempo que Ruiz Mateos amenazaba a Miguel Boyer con el reparto lácteo. La Vuelta a España de aquel año la ganó el francés Eric Caritoux, el mayor triunfo de su carrera. Y en el terreno científico, la primera niña probeta había nacido apenas un mes antes de que la selección saltara a la pista del Forum de Los Ángeles donde Magic y el showtime hacían las delicias de los angelinos durante la temporada bajo la cercana mirada de Jack Nicholson y compañía.

En la competición española, aquel año el Madrid había ganado el título en la primera temporada de la era ACB, después de que el Barcelona no se presentara al tercer partido como protesta por la sanción impuesta a Mike Davis tras el segundo encuentro. Aquella temporada fue la primera en la que se admitieron dos extranjeros por plantilla (antes había que estar nacionalizado), y la primera en la que se instauró la prórroga y el sistema de playoffs por el título.

La final olímpica se jugó el 10 de agosto, madrugada en España. Los pupilos de Antonio Díaz Miguel habían disputado la primera fase del torneo olímpico encuadrados en el Grupo B, del que acabaron en segunda posición después de ganar a Canadá (83-82), Uruguay (107-90), Francia (97-82) y China (103-82). La derrota llegó con la selección de EEUU: 68-101. Formaban el team USA futuras estrellas de la NBA como Michael Jordan, Pat Ewing, Chris Mullin, Alvin Robertson y Sam Perkins. Jordan acababa de firmar su primer contrato profesional con los Bulls.

España llegaba a la final después de ganar contra todo pronóstico a Yugoslavia en semifinales. Los balcánicos, imbatidos hasta el moment, tenían a Petrovic y Dalipagic como estiletes ofensivos. Pero Drazen se quedó sin final olímpica (llegaría a jugar dos, en Seúl con Yugoslavia y en Barcelona con Croacia) en un partido que dio pie a que Los Nikis cantaran aquello de "Mira cómo gana la selección / España está aplastando a Yugoslavia / por 20 puntos arriba". Al final fueron trece, 74-61. Suficiente para enfrentarse de nuevo a EEUU por el oro.

Este fue el quinteto español en aquella final: Juan Antonio Corbalán, Epi, Josep María Margall, Andrés Jiménez y Fernando Romay. Esperaban turno en el banquillo Ignacio Solozábal y José Luis Llorente como bases suplentes, Juan Manuel López Iturriaga, José Manuel Beirán y Fernando Arcega como recambios perimetrales y Fernando Martín y Juan Domingo De la Cruz como segunda unidad interior. Y junto a ellos, el citado Díaz Miguel con sus gafas tintadas. El entrenador que más años ha dirigido a la selección española a pesar de que en un principio se pensó en él como técnico temporal, de esos que llamamos “de transición”; el escogido para sustituir a Pedro Ferrándiz era el estadounidense Ed Jucker, bicampeón de la NCAA, pero terminó firmando un contrato NBA dejando vía libre a Díaz Miguel para que alargara la transición hasta los veintisiete años al frente de la selección: cinco Juegos Olímpicos, otros tantos Mundiales y trece Europeos. Un mito que llevo al baloncesto español a otro nivel. El origen de lo que ahora somos.

La final de Los Ángeles comenzó con un tiro fallado por Perkins y un pase “mágico” por la espalda de Corbalán que no pudo llegar a su destino pero que parecía advertir al rival: ojo, que también sabemos jugar a esto y hacerlo bonito, aunque nos vayáis a ganar de paliza. De Corbalán fueron los dos primeros puntos de la final, dos tiros libres ejecutados con aquel característico saltito sin llegar a despegar los pies del parqué. En los primeros minutos, tanto Corbalán como Solozábal se veían obligados a mantener el balón en sus manos durante mucho tiempo ante la incapacidad de sus compañeros para liberarse de los continuos cambios defensivos de los estadounidenses, que en ataque no tenían excesivos problemas para superar la zona planteada por Díaz Miguel, con el interminable Romay bajo canasta. 34-19 para los estadounidenses tras diez minutos de juego, veintitrés abajo España al final de la primera parte, con Epi como mejor hombre en ataque.

La segunda parte fue más de lo mismo. No hubo partido. España se dedicaba a disfrutar antes que a tratar de hacer frente a la inalcanzable selección estadounidense. El trabajo estaba hecho. Los minutos fueron transcurriendo mientras en España, de madrugada, la gente empezaba a cabecear en sus casas con la ventana abierta, para que corriera un poquito de aire fresco hasta el 96-65 final. El mismo aire que empezó a ventilar el baloncesto español a partir de aquella final. El mismo que empujó a finales de los noventa a la generación de Oro que pondrá el punto y final a su trayectoria este año en Río de Janeiro. El mismo que nos ha llevado a conseguir dos medallas de plata en Pekín y Londres, éxitos impensables hasta hace no tanto, por mucho que los más jóvenes vean como algo normal que la selección española llegue competición tras competición hasta la final o las semifinales como mínimo. No siempre fue así. Hubo un tiempo, hasta aquella plata de Los Ángeles, en que poder jugar de tú a tú (o casi) contra EEUU, la ex Yugoslavia o la ex Unión Soviética no entraba en los sueños de nadie. Era simplemente una quimera.