24 de septiembre de 2015

El talento profesional del baloncestista Pau Gasol como paradigma emocional de ciertas ideas sobre el deporte, el liderazgo colectivo, las limitaciones humanas y el uso de sombrero


Lo que ha hecho Pau Gasol en este último Europeo es la enésima demostración de liderazgo y confianza que les ha regalado a tantos conferenciantes y motivadores profesionales obsesionados con adaptar la competición deportiva a los valores empresariales. Otra master class audiovisual que mostrar a todo el que pretenda liderar un grupo, no sólo por los números inesperadamente estratosféricos de Pau a lo largo de todo el torneo (ya de por sí admirables), sino por cómo ha conseguido empujar al resto del equipo hacia una continua progresión: había que estar a la altura de tanta grandeza. No olvidemos las declaraciones del propio Pau –también de Sergio Scariolo- sobre el menor nivel del equipo respecto a convocatorias previas. Si usted fuera uno de los sujetos implicados en ese nivel menor, ¿no trataría de elevarlo por todos los medios?

Cada partido tiene sus duelos y quebrantos, sus alegrías, pero la semifinal entre España y Francia del pasado Europeo y la exhibición de Pau Gasol fue uno de esos momentos deportivos épicos que hacen afición, que están por encima de las habituales consideraciones. De esos partidos en los que al espectador, al final, después de dos horas de espectáculo, ya casi ni le importa quien gane o pierda. Pero lo grandioso es que además ganamos. Como decía Santini Rose en su artículo, cuántos “vamooos” y cuántos “tomaaaa” recibimos en nuestros móviles durante aquel partido. Esa es una buena medida del alcance de estas gestas: lo que provocan. Ante encuentros como el que completaron Pau y sus secuaces (les robamos la final a los galos), ante semejante esfuerzo televisado que nos metía en la final (y en los Juegos Olímpicos del año que viene), lo único que a uno le sale es aquello que dijera en su momento Pepu Hernández, seleccionador español, tras ganar en 2006 el oro en Japón: BA-LON-CES-TO.

El campeonato que ha completado Gasol ha sido indescriptible. Ayudan los números: 30´5 puntos y 9´7 rebotes de media a partir de octavos de final (sin despreciar, claro, lo que hizo durante la fase de grupos). Pero el punto álgido, el momento épico que pasará al recuerdo, será la semifinal contra Francia. Pau metió la primera canasta y la última, y entre medias las siguió metiendo de todos los colores, como una gallina a la que se le cayesen los puntos (y así todo el campeonato). La última jugada de esa semifinal es una de las más hermosas que he visto nunca. No por su estética (que también), no por su importancia (que también), sino por las emociones que desató.  Ese mate de Pau después de que todo el equipo eludiese con brillantez la falta de los franceses (por entonces ya abatidos por la revancha) provocó que millones de españoles saltaran, gritaran y se emocionaran olvidando por completo problemas varios. Porque no nos engañemos: no sólo ganaba España, además perdía Francia. Y esto es también el deporte para el aficionado y telespectador: diversión, evasión, soltar adrenalina para eliminar rabias cotidianas. La sensación de que estamos todos juntos en algo, una hora y media o dos, no más. De ahí las pasiones que despierta, porque en el fondo, no queremos estar solos, queremos formar parte del grupo, de la tribu. Queremos ser como este equipo, queremos parecernos a ellos. Nos sentimos orgullosos.

Muchos de quienes no entendemos la patria en función de los habituales términos, sin embargo sentimos en momentos como este una especie de satisfacción por compartir nacionalidad y deporte con un tipo así. “Pautriotismo” podría servir como concepto para acercarnos a las emociones que despierta este hombre en todos los españoles, tanto los que le ven siempre que pueden como los que le ven cuando quieren. Porque en estos casos no hay diferencia entre quienes sabíamos lo grandioso que es y quienes han admirado por primera vez esa grandeza: ninguno esperábamos que fuera a pasar lo que ha pasado. En principio siempre hay unos que confían más, y otros que menos (el carro siempre es grande para que todos vayan subiendo en distintas paradas), pero al final todos somos de Pau cada verano. De Pau y los suyos.

La patria aquí sería él, su generación, su manera de afrontar el juego y de enfocar el deporte profesional. No olvidemos que hablamos de un jugador de 35 años, y aquí reside una de sus mejores cualidades: la capacidad física y mental para mantenerse en la élite durante tanto tiempo. Me decía un amigo que Gasol refleja la mejor versión de un español que los españoles imaginamos ser. Y es que la manera de ser de Pau en la pista sería así un paradigma deportivo y vital en el que reflejar nuestra esperanza. A ella nos agarramos aunque el sudor nos haga resbalar en ocasiones, aunque a veces el balón no quiera entrar. Simples matices del azar.

A lo largo de su carrera, cuyo final nadie se atreve a predecir, Gasol ha ganado a nivel de clubes dos ligas ACB y una Copa del Rey a este lado de Atlántico (volverá para intentar ganar la Euroliga). En la NBA ha ganado dos anillos con los Lakers, una de las dos franquicias más laureadas de la liga, además de participar en otra final y en cinco All-Stars. Y con la selección tiene dos platas olímpicas en 2008 y 2012, un Mundial en 2006 (y otro junior en 1999, cuando empezó todo) y tres Europeos (2009, 2011, 2015), además de un bronce y dos platas en 2001, 2003 y 2007. Más de una década de ensueño con la absoluta. Una barbaridad que le convierten sin duda en el mejor jugador europeo de todos los tiempos si hablamos de selecciones. Y si no, lo mismo también.

Las absurdas quejas arbitrales de los franceses tras la semifinal, la mezquina música de viento mientras Pau recogía el MVP más contundente de la Historia y, por último, las recientes dudas esparcidas sobre la “limpieza” del jugador que los ha sacado del campo, sólo significan una cosa: Pau es demasiado bueno, mucho más de lo que algunos pueden soportar al norte de la frontera, en donde parecen dedicarse más a sospechar sobre los límites ajenos que a recapacitar sobre las propias limitaciones. Hay que reconocer la grandeza cuando se manifiesta. C'est la vie, mon amis. No es sencillo cuando uno es la víctima, por supuesto, pero ahí reside la clase. En esos momentos no queda más que disfrutar, aprender y echar de menos el sombrero. Para poder quitárselo.

Y es que cada año que pasa, cada torneo internacional en el que compite, Pau agranda esos recuerdos que formarán parte del saco de batallitas que contaremos en el futuro a quien quiera escucharnos (¿hablamos del mejor jugador europeo de todos los tiempos?). Recordaremos la imagen de Pau Gasol gritando después de machacar, con la camiseta de la selección, no con la del BarÇa, no con la de Memphis, no con la de los Lakers, no con la de los Bulls. Porque a pesar de todo lo que ha hecho Pau en sus clubes (lo de ganar dos anillos NBA se ponderará aún más con el paso del tiempo), alcanza el siguiente nivel si hablamos de lo que ha hecho a lo largo de su carrera con el equipo español (que no selección), participación tras participación. Gracias a Pau, gracias a los doce campeones de Europa. La pautria está con vosotros. Nos vemos el verano que viene en Río 2016. Sabemos que ya tenéis una misión en mente: que a la tercera vaya la vencida. Objetivo de nuevo muy complicado, tiempo habrá para analizar optimismos y pesimismos al respecto. Desde luego sería el final soñado para los últimos mohicanos de esta generación. La jugada perfecta.

21 de septiembre de 2015

Colaboración entre cuevas

Comienza la colaboración entre esta cueva y La cueva del erizo.

Para empezar, he publicado un micrrorrelato: EL ÚLTIMO TIRO

Tensión, intriga y dolor de barriga, todo en menos de un minuto.


Cuando colgarse el oro es cuestión de recuerdos



Una de las sensaciones basketeras que está grabada en mi memoria es el frío de aquellos madrugones infantiles para jugar al aire libre castellano, en invierno, sobre cemento, sin importar nieblas ni lloviznas mientras las suelas no empezaran a resbalar. Había que tener muchas ganas de jugar al baloncesto para hacerlo en esas condiciones. Las manos ateridas, violáceos los dedos y rojas las mejillas. Una caída era sinónimo de sangre y mercromina. Pero daba igual: eran más fuertes las ganas de jugar. Ya llegaría el día de poder botar bien el balón en parquet, con gradas, con marcador, con un aro que no estuviera torcido, todos esos matices que convertían el baloncesto en algo más que un juego de patio de colegio.

Para entender el afán de superación de esta selección española, para comprender el coraje, el pundonor, el valor y cualquier otro eufemismo impreciso que pensemos para no referirse a los huevos que han demostrado en este Eurobasket (entre muchas otras cosas, claro está), podemos recordar aquellas ganas irracionales con las que íbamos a jugar de pequeños y nos haremos una pequeña idea. Ellos nunca hagan olvidado esas ganas, las conservan a pesar de los éxitos acumulados y a pesar de tener ya, en varios casos, más de treinta años. Ganas de ganar, de seguir ganando. De incluir otro fotograma en la lista de recuerdos basketeros que todos tenemos.

Uno piensa en baloncesto y son multitud las imágenes que de pronto se encienden en la memoria. Ver a Sabonis jugando en el Pisuerga y caminando por la calle Santiago (que es como si un día apareciese Gulliver paseando por las Ramblas). El partido televisado de los domingos entre aceitunas y cortezas, con Pedro Barthe a la narración (otros tiempos). Las vigilias para ver los playoffs de la NBA, Magic repartiendo sonrisas en forma de asistencias, Jordan metiendo el último tiro (otra vez). Petrovic vestido de blanco tirándoselas todas (y metiéndolas), Magic y Jordan y todo el Dream Team en los Juegos de Barcelona, el triple de Ansley con Unicaja, Karnishovas alucinando a todos en su debut en la Supercopa (qué grande Arturas), Djordevic haciendo lo que quería primero con el Barsa y luego con el Madrid, Navarro y Bodiroga ganando –al fin- la primera Euroliga del Barsa en el Palau, el triple de Herreros para ganar la liga con el Madrid antes de retirarse, el año culé de Pau Gasol antes de llevar su sueño al otro lado del Atlántico. Y tantos otros que ahora se escapan de la memoria. A partir de hoy esa película de recuerdos tendrá que incluir más de un fotograma con lo que ha hecho la selección española en este Europeo, con la semifinal contra Francia como momento cumbre y el último mate de ese partido como orgásmica epifanía visual. Y con la imagen icónica de Pau golpeándose el pecho como líder de la manada europea.

Antes de la final, Rudy enlazó en su cuenta de twitter el vídeo del conocido mónologo de Un domingo cualquiera, la película de Oliver Stone. Al Pacino interpreta a un entrenador de fútbol americano, y en un momento de su discurso previo al partido decisivo, dice: “O nos curamos ahora como equipo o moriremos como individuos”. Todos arrastramos heridas y la de España en este Eurobasket tenía la marsellesa como fondo musical. Había que curar esa herida, y había que hacerlo como equipo, que es la única manera en la que esta selección sabe hacer las cosas. Pero la solidaridad era aún más necesaria que en otras ocasiones debido a las dudas provocadas por las sensibles bajas con las que llegábamos a Berlín. Eso sí, contábamos con un individuo con el 4 a la espalda para guiar al colectivo a través de esa incertidumbre, y no un individuo cualquiera. Y no nos olvidemos de Scariolo. No conviene acordarse del entrenador sólo cuando se pierde.

La derrota en el debut con la Serbia de Teodosic, subcampeona del mundo, amenazó con abrir heridas nuevas Pero empezamos a curarnos a tiempo con Turquía, como un equipo. No queríamos morir antes de tiempo. Y no lo hicimos, a pesar de que otro tropiezo con los cañoneros italianos nos dejaba sin margen de error. Defensa a defensa, canasta a canasta, siempre con Pau omnipotente, íbamos ganando partidos, aunque siempre sufriendo, excepto con Islandia. La Alemania de Nowitzki y Schroeder casi nos manda para casa. Pero ya no íbamos a perder más. Ni contra la Grecia de Spanoulis –para muchos favorita por delante de España- ni siquiera contra la anfitriona, que nos debía revancha, y vaya si la cobramos. Luego estaba el asunto de la final. El rival, la Lituania de  Valanciunas, que tampoco estaba en las apuestas. Había que jugarla y pelearla, claro que iba a ser duro, ¿pero alguien dudaba de que se fuera a ganar después de la semifinal? El principio del partido confirmó ese optimismo emocional previo. Se vio que los jugadores estaban finos, sueltos: la experiencia catártica con Francia, lejos de relajarles tras la euforia, les había liberado definitivamente. Ni con Sabonis padre hubieran podido ganar los lituanos, esa era la impresión en la segunda parte. 

Dos detalles de esa final: la sonrisa de Sergio Rodríguez un segundo antes de que entrase el triple de Pau que sentenciaba el marcador (a veces el destino es inevitable, ese triple entraba seguro) y el propio Pau liderando –cómo no- el saludo a los lituanos antes de empezar a celebrar la victoria. Grandes durante y después del partido. Y a lo largo de todo el campeonato, pasando por encima de dudas razonables y de críticas tempranas. Dominar durante tanto tiempo el baloncesto terrenal (por debajo del cielo estadounidense) tiene sus consecuencias positivas, la mayoría, pero también alguna que otra negativa.  Como por ejemplo, acostumbrar a la prensa y a los aficionados a ese nivel top, que diría Mourinho. En el momento en que el nivel baja a priori, parece que se nota más, que hasta fuéramos malos si hiciéramos caso de algunos buscatitulares ocasionales (ay las portadas si hubiéramos perdido con Alemania), cuando simplemente hemos dejado de ser los mejores sin discusión. Ahora sí que hay que discutir, hay que pelearlo mucho más, incluso el aficionado tiene miedo a perder, algo que parecía desterrado si el rival no llevaba la palabra USA en la camiseta. Pero estos tipos no tienen miedo a la pelea, al sufrimiento. Ni a llevarse su tercer Europeo, cuando la mayoría no les colocaba ni siquiera en la final.