8 de abril de 2014

Domingo de cromos



Son muchas las cosas que puede contener una caja de cartón olvidada en un trastero. Son muchas las habitaciones del cerebro que de repente se iluminan cuando esa caja se abre. El cartón se convierte entonces en tiempo. Y viajas. Viajas de verdad. En mi caso, hasta finales de los ochenta, más o menos. Hasta la plaza de Cantarranillas, en Valladolid. Volvía a bajar de nuevo por la calle Angustias, de la mano de mi padre y con un taco de cromos en el bolsillo del abrigo, junto a la hoja de papel que registraba todos los cromos que había conseguido recopilar. Y luego llegaba el “sipi” y el “nopi” y la emoción o decepción de conseguir o no el puñetero cromo que te faltaba (ya sé que algunos decíais “sile” y “nole”, pero qué le voy a hacer, yo decía “sipi” y “nopi”, no tengo ni idea de por qué). Y después llegaba mi madre y nos íbamos a tomar algo y ya comíamos, y quizás llegábamos al final del partido de baloncesto que echaban en La 2 antes de comer.
 
Todo esto porque dentro de la caja estaban los álbumes de cromos que fui coleccionando de pequeño (creo que no falta ni uno). Entre ellos hay un álbum distinto. Uno que recordaba perfectamente (aunque no en su justa magnitud) y que se llama “Monstruos”. Es para no perdérselo. Meto portada, texto introductorio y dibujo que lo acompaña, además de otras fotos. Tremendo documento, que diría aquel.