20 de mayo de 2016

El relevo de los dioses



Se cumple un cuarto de siglo desde que Michael Jordan ganara su primer anillo de la NBA al tiempo que Magic Johnson jugaba su última final. Learning to fly, como la canción de Tom Petty & The Heartbreakers, fue el título del documental oficial de la liga en aquella temporada 1990/91, la primera que coronó a los Bulls tras vencer por 4-1 a los Ángeles Lakers. Hacia la mitad de ese documental, hay una secuencia que resume la trascendencia histórica del momento: aparece un primer plano del rostro de Magic escuchando el himno, luego la cámara desciende lentamente para captar en su camiseta el escudo de los Lakers, que se va desenfocando poco a poco al tiempo que se enfoca, al otro lado de la pista, la figura de Jordan. Y es que aquella serie supuso el relevo simbólico de dos de las mayores estrellas que ha dado el baloncesto mundial. El 32 se convertía en el 23 en un juego de espejos que sustituía un genio por otro. En octubre de ese año, meses después de aquella final contra Chicago y tras ganar en París el Open McDonalds al Joventut de Lolo Sainz, Magic anunciaría que dejaba el baloncesto. Si sus Lakers habían dominado los años 80 con cinco títulos (por tres de los Celtics de Larry Bird), los años 90 sería la década de Michael Jordan y sus Bulls, que se harían con hasta seis títulos divididos en dos three-peats. La visión periférica daba paso a la ausencia de gravedad.

Los Bulls, a fuerza de caer y volver a levantarse, ya habían aprendido a volar aquella temporada 90/91 de la mano de un Jordan más generoso en el juego de ataque, y se lo quisieron demostrar a todos durante la temporada regular. El paso adelante de Scottie Pippen y Horace Grant, junto a la solvencia de Bill Cartwright, la agresividad de Cliff Levingston y la implicación de otros exteriores como John Paxon, B. J. AMstrong y el triplista Craig Hodges permitió al equipo llegar a los playoffs con la mejor marca del Este, lo que les aseguraba el factor cancha hasta la final de Conferencia. Este dato se antojaba clave para poder vencer al fin a los Detroit Pistons de Isiah Thomas, Dennis Rodman, Joe Dumars y Bill Laimbeer, después de tres años consecutivos cayendo a manos de los Bad Boys. Antes de esa batalla, los Bulls se deshicieron de los Knicks de Patrick Ewing en primera ronda y de los Sixers de Charles Barkley en semifinales de Conferencia. En la eliminatoria con los Knicks tuvo lugar la conocida jugada en la que Jordan, con una maravillosa mezcla de reverso y cambio de dirección, se deshace de Charles Oakley y John Starks para terminar con un mate por encima de Ewing. Fue una de las dos maravillas más recordadas de Jordan en aquellos playoffs. La otra fue en la final con los Lakers. Pero antes llegarían los Pistons, otro año más. Aunque esta vez todo sería distinto. Para los Bulls, los pupilos de Chuck Daily eran una obsesión, la piedra con la que habían tropezado una y otra vez en el camino hacia el anillo. Aquella eliminatoria supuso una liberación para el equipo, un 4-0 que dolió mucho en Detroit, vigente bicampeón de la NBA: los jugadores, liderados por Isiah Thomas, se retiraron al vestuario unos segundos antes de que sonara la bocina para no tener que felicitar a los Bulls al final del cuarto y definitivo encuentro en Auburn Hills. Con felicitación o sin ella, Jordan, Scottie Pippen y compañía estaban en la final. Esperaban los Lakers de Magic, entrenados por Mike Dunleavy, que se habían deshecho de los Blazers de Clyde Drexler y Terry Porter en la final de la Conferencia Oeste.

Por aquel entonces, el sistema repartía los partidos 2-3-2, es decir, dos partidos en casa del equipo con factor cancha a favor, tres en campo contrario y, en caso de ser necesario, dos más en campo propio. El primer partido en el Chicago Stadium comienza con nervios por parte local. Los Bulls parecen notar su inexperiencia frente al saber estar de Magic, Byron Scott, James Worthy, Sam Perkins y Vlade Divac, quinteto titular de los angelinos. Pero pronto empieza a funcionar el triángulo ofensivo y los de Phil Jackson se asientan en el campo y en el marcador, que llega igualado hasta el final del partido. Perkins había puesto por delante a Lakers con un triple asistido por Magic. 91-92 y nueve segundos por jugar. Territorio Jordan. Worthy le defiende, pero enseguida recibe un bloqueo para cambiar de hombre. Ahora Jordan está con Perkins, más lento. Michael se hace hueco con un cambio de dirección, ya tiene el tiro, pero el balón se sale de dentro y los Lakers consiguen robar el factor cancha a los Bulls tras un tiro libre convertido por Scott y un lanzamiento a la desesperada de Pippen que no consigue evitar la derrota.

El segundo partido fue muy distinto. Los Bulls dominan desde el principio y lo único que pueden hacer los Lakers es asistir a la exhibición de Pippen en defensa (emparejado con Magic) y a la explosión en ataque de Jordan (33 puntos y 13 asistencias), que en la segunda parte realiza su segunda jugada mítica de aquellos playoffs de 1991: en un contrataque, coge la calle central, pasa el balón a su izquierda, a Levingston, que se la devuelve a Jordan, que penetra en la zona y se eleva para machacar, pero entonces, en apenas unas décimas de segundo que parecen horas, Airness decide hacer honor a su apodo y ante la presencia de Perkins, se suspende en el aire de forma que le da tiempo a rectificar para, en lugar del mate, terminar la acción con una bandeja a mano cambiada, con la izquierda. Una de las jugadas más espectaculares que uno haya visto. Y un mensaje claro a los Lakers: he llegado hasta aquí, y de aquí no me bajo hasta que consiga mi objetivo. 

El tercer partido se presentaba estadístico para los Bulls: nunca habían ganado en playoff en el Fórum de Los Ángeles. El encuentro transcurrió similar al primero, con el marcador igualado hasta el final. Esta vez fue Divac, con un 2+1, quien colocó a los Lakers dos arriba a falta de… segundos. De nuevo Jordan tenía el último tiro en su mano. Y esta vez el balón quiso entrar, forzando la prórroga. En el tiempo extra, los Bulls ganaron por ocho y recuperaron el factor cancha. Pero no lo necesitarían. El cuarto partido fue un paseo, “Nos han dado una paliza”, declaraba Magic en rueda de prensa tras el 82-97 que dejaba a los Bulls a un paso del primer título para la franquicia después de un cuarto de siglo de existencia. Los de Phil Jackson se mostraron serios, eficientes, agresivos, todo lo que les faltó a unos Lakers que parecían quedarse sin energía delante de los mismos espectadores que les habían visto correr la cancha en los años del showtime. Y así, llegó el quinto partido, el que sería definitivo.

Los Lakers aguantan el empuje de Jordan y los suyos en la primer parte, uno arriba al descanso para los angelinos, que aún sueñan con remontar la final. Pero los Bulls no quieren volver a Chicago, se sienten capaces de ganar tres partidos consecutivos en el Forum. Parece que van a escaparse en el marcador en un par de ocasiones, pero la insistencia de Magic y la sorprendente aportación de los rookies Elden Campbell y Tony Smith llevan el partido al 80-80 al final del tercer cuarto. Los Lakers parecen perder fuelle de nuevo mediado el último periodo, pero los Bulls no terminan de rematar. Con 91-90 para los locales, Jordan se llena de balón y suma otra pérdida. Tiempo de muerto de Phil Jackson. El tiempo muerto del famoso “Who´s open?”. Parece que Jackson, viendo la defensa (im)presionante sobre Jordan y el empecinamiento de este, habría preguntado aquello de “¿Quién está sólo?”. Y el que estaba solo era Paxon. Jordan lo reconoció, lo tuvo en cuenta y Paxon anotó diez puntos consecutivos que llevaron a los Bulls hasta el 101-108 que daba a la franquicia su primer título de la NBA. Todo un reflejo del cambio de mentalidad de Jordan, influenciado por un Phil Jackson empeñado en inculcar a su estrella la dosis de compañerismo necesaria para ganar un campeonato y convertirse en uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Jordan, MVP de la temporada regular, fue escogido también jugador más valioso de aquella final. Fue su primer anillo, el comienzo de una era que se vería pausada después del tercer campeonato consecutivo en 1993, cuando Jordan se retiró tras la muerte de su padre. Volvería en 1996 para ganar otros tres anillos y otros tantos MVPs, superando así a Magic en ambos apartados. Aunque para muchos, el debate sobre quién fue mejor sigue ahí. De lo que no hay duda es de que ambos forman parte de ese olimpo de los dioses que todos los aficionados veneran, y son la razón de que tantos se enamoraran de este deporte en los años 80 y 90, al ritmo de los pases sin mirar de uno y los vuelos sin motor de otro. Larga vida a ambos.