28 de mayo de 2013

El derecho a la información, el deber del periodismo

Mi artículo en TRIBUNA INTERPRETATIVA, publicado el 27/05/2013:



Durante los últimos años, la economía y la política han sido objeto de una crítica general que ha provocado o acelerado la introducción de ciertos cambios, por muy escasos, lentos o superficiales que puedan ser. En esos pequeños cambios los optimistas verán la esperanza y los pesimistas una nueva dosis de maquillaje. De cualquier forma, esa crítica popular no lo han sufrido, o no con la misma intensidad, los medios de comunicación, que son precisamente quienes deberían haber formado la vanguardia crítica que denunciara este asedio ideológico y clasista disfrazado de crisis económica. 

Esto se debe, en buena medida, a que ellos mismos, los dueños de los medios, se han convertido más que nunca en juez y parte de un poder financiero y político que controla así la capacidad de contar el mundo, de transmitir la auténtica realidad de los hechos en favor de una realidad fabricada que ignora o reduce todo aquello que se sale del guión preestablecido. “La capacidad para estructurar una visión política no con argumentos racionales, sino contando historias, se ha convertido en la clave de la conquista del poder y de su ejercicio en unas sociedades hipermediatizadas”, escribe Christian Salmon en Storytelling. Esta herramienta formal, la estructura narrativa adaptada al periodismo, se convierte en un mecanismo útil para informar y captar la atención de los lectores, pero se transforma en un arma peligrosa cuando es utilizada para extender determinado relato interesado (y bien pagado) de la realidad, ese “discurso único oficial”, sin alternativas, que al poder le beneficia propagar a través de los medios de comunicación (y los periodistas) bajo su propiedad. Así, estos se convierten, como dice Salmon en su libro, en “armas de distracción masiva”.

Igual que tenemos derecho a reclamar unos representantes políticos dignos y una política económica justa, también deberíamos exigir con la misma insistencia nuestro derecho a una información honesta y veraz, base para que una democracia pueda respirar y no ahogarse en la inconsciente ignorancia de los ciudadanos respecto al poder y sus practicas. En ocasiones se abre el debate sobre el papel de la información en nuestra sociedad y la manera en que nos llegan las noticias. Es habitual centrar el asunto sólo en la forma, cuando no se tiende a confundir “medios de comunicación” con “periodismo”. Los medios, da pudor recordarlo, son los encargados de transmitir la tarea periodística, al menos en teoría, ya que ahora, si nos remitimos a los mass media, su gestión se enfoca como si otro tipo de empresa se tratara, confundiendo además información con comunicación, con espectáculo, con una ficción en la que triunfe la anécdota sobre el análisis y que sólo persiga la tercera de las máximas periodísticas que nos contaran en primero de carrera: entretener. Y una cuarta que no nos explicaron en toda su sutil complejidad: desinformar. Ambas destinadas, aunque no exclusivamente, a obtener los mayores beneficios posibles. Económicos. No informativos.

El periodismo no está en crisis

Varios casos recientes así lo certifican. Su adecuado ejercicio es más necesario que nunca. Lo que necesita una urgente revisión son los medios de comunicación, las empresas periodísticas, los grandes grupos mediáticos bajo control de quienes deberían ser los controlados. ¿Y los periodistas? Hace tiempo que se han visto reducidos a meros altavoces del discurso oficial, de esa trama que no admite preguntas, no admite réplicas y contrarréplicas, no permite el debate. Aquí pueden jugar y están jugando un papel renovador Internet (nuevos medios digitales) y las redes sociales, que dificultan de alguna forma ese relato único gracias a la viralidad de su estructura. Si siempre fue la literatura uno de los primeros destinatarios de toda dictadura y todo deseo de acallar nuevas ideas y comportamientos, en la actualidad es Internet una de las primeras víctimas a la hora de censurar la libertad. 

En definitiva, el deber del periodismo es luchar por el derecho a la información, por que un mayor número de ciudadanos tengan acceso a ese derecho si quieren hacer uso de él. Su tarea, aún desde la precariedad laboral y la falta de independencia a la que se ven empujados (cuándo no ha sido así), es reconquistar el territorio que les pertenece en los medios de comunicación, recuperar la capacidad de contar y explicar el mundo. Y todos deberíamos reclamar con vehemencia que cumplieran esa responsabilidad y, lo más importante, que tuvieran las condiciones necesarias para ejercerla con libertad e independencia, sea cual sea el sujeto o entidad denunciables. No hay otra manera de empezar a cambiar el final de una historia que no va por buen camino. No para la mayoría.

21 de mayo de 2013

La libertad de los horarios esclavos

Curioso cómo se aprovechan más las horas libres cuando se tienen, es decir, cuando trabajas unas horas determinadas del día y por tanto dispones de otras horas limitadas a las que llamar ocio. Curioso, digo, porque conlleva necesitar la “esclavitud” de los horarios para liberar nuestro tiempo libre y aprovecharlo en toda su amplitud. Tendrá que ver también con eso de que sólo se aprecia lo que se tiene cuando se pierde. O no. 

18 de mayo de 2013

Territorio McDonalds

Soy consciente de que la sobrerracionalización del mundo no tiene marcha atrás (gracias, McDonalds, sin ti no hubiera sido posible) pero lo de los festivales de música ha alcanzado ya límites grotescos hasta con la propia esencia del acontecimiento. Querida organización de TERRITORIOS SEVILLA: si dos personas juntas hablan al mismo tiempo no se entiende lo que dice ninguna de las dos porque se mezclan las palabras de una y de otra. Lo mismo pasa cuando pones dos escenarios demasiado juntos (la fusión musical consiste en otra cosa). Pero tranquilos, como el abono era barato, no nos importa, seguiremos acudiendo fielmente a hacer media hora de cola para poder beber una cerveza mientras el arte nos entra por un oido y también por el otro. Es en estas ocasiones cuando se agradecería llevar sombrero. Para poder quitárselo.


Pony Bravo


16 de mayo de 2013

Prohibido entrar sin pantalones, Juan Bonilla


Había que enseñarle el lenguaje del futuro a los nuevos lectores [...] arrebatarles el poder de contar historias a los que las contaban.


Negarse a admitir la superioridad moral de quien manda y da órdenes precisas acerca de cómo vivir, cómo amar, cómo comportarse, qué leer, qué aplaudir, cómo vestirse. Había que ehcar abajo todo eso, destruir todos los detalles del mundo heredado e inventar un nuevo territorio de libertad absoluta [...] Librar a la humanidad entera de la esclavitud en la que vivía, librarla de la aplastante rutina, de los amores averiados que se consumían sin pasión, del aburrimiento anestesiante, de la pobreza conformista, librarla en fin de la Realidad, ese invento de la Autoridad Competente.


Esa cobardía de grabar sólo lo que existía, documentar lo que vemos a diario para reproducir meramente una realidad a todas luces insatisfactoria y patética, renunciar a la creación de nuevos mundos que trajeran nuevas verdades y que dejaran al Futuro, el ansiado Futuro, sin esa condición de ser apenas el lugar donde nos espera nuestra muerte.

http://www.quelibroleo.com/images/libros/prohibido-entrar-sin-pantalones_9788432215605.JPG

Gente rara

No hay horarios, ten en cuenta que puede surgir algo las 24 horas del día. Afectará a tu vida personal, claro, es complicado no llevarse el trabajo a casa, no seguir pensando en ello mientras estás cenando o viendo la televisión. Bueno, trabajarías solo todo el tiempo, no tendrías a nadie con quien echar un cigarrillo o tomar un café en los descansos. Sí, hay opciones de ascender, siempre que tengas paciencia, es un camino largo, los hay que han trabajado treinta años o más hasta ser reconocidos. ¿Salario? ¿Cómo salario? No hay salario. ¿Oiga? ¿Hola? Joder, yo no sé qué quieren estos escritores...

9 de mayo de 2013

Cine y literatura, hasta el infinito y más allá


A partir de este mes empiezo a colaborar con el periódico digital TRIBUNA INTERPRETATIVA. Este es el texto de mi primer artículo, publicado el 8/05/2013:


Mucho se ha escrito sobre la relación entre estas dos artes clásicas. Cine y literatura, literatura y cine, ambos se dan la mano a menudo en busca del fondo que hay detrás de toda forma: la historia. Para ello cuentan, entre otras, con dos herramientas principales: la palabra y la imagen, si bien ambas se entremezclan en la mente del lector y el espectador, en la actualidad fundidos en uno debido a la presencia masiva de las pantallas y lo audiovisual en nuestra vida cotidiana. Pareja de hecho hace mucho tiempo, no parece probable que el cine y literatura vayan a separar sus caminos. Todo lo contrario.


Tanto monta

Desde la aparición del invento de los hermanos Lumière, el cine ha ido aumentando de manera progresiva su influencia en la literatura. Más allá de la novelización de películas o series, es sobre todo en la estructura y en la mirada en donde más se nota ese ascendente. Igual que sucedería más tarde con la llegada de la televisión y ahora ha ocurrido con Internet, el cine modificó la interpretación de la realidad y nuestra relación con ella, y por tanto, la manera de representarla en las ficciones literarias. Así, del mismo modo que anteriormente la literatura había contribuido a dar forma al lenguaje cinematográfico, el cine ha dejado su huella en la literatura gracias a esa evolución tanto en la manera de mirar como en la de contar y entender lo que vemos.


Monta tanto

La influencia de la literatura en el cine se centra más, en apariencia, en la adaptación concreta del contenido, pero no sólo. Ya D.W.Griffith y Sergei Eisenstein, considerados los padres de la narrativa y el montaje cinematográficos, reconocieron la influencia que ejerció en sus películas la obra de Charles Dickens (uno de los escritores más adaptados), sobre todo en cuanto a la estructura y el lenguaje. Es decir: la manera de contar, más allá de lo que contaban.

Son innumerables las películas basadas en libros u obras literarias. Más de las que pensamos. En el mes de mayo, hasta cuatro estrenos de la cartelera serán una adaptación literaria: 360, de Fernando Meirelles (obra teatral La ronda, de Artur Schnitzler), La mula de Michael Radford (novela de Juan Eslava Galán), La Estrella de Alberto Aranda (novela de Belén Carmona) y Hijo de Caín de Jesús Monllaó Plana (novela de Ignacio García-Valiño).

Todos podemos reconocer que Ana Karenina (2013), la última versión de Joe Wright, está basada en la obra de Tolstoi, o que Di Caprio interpreta al millonario imaginado por Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby (2013). Son clásicos, libros ya conocidos antes que las películas, por más que estas puedan aumentar la difusión de aquellos. Pero qué ocurre con tantos libros que también son la base de tantas películas y sin embargo no son tan (re)conocidos. 

A lo largo de la historia del cine, son muchos los casos de obras literarias “engullidas” por el alcance y la fama de la película a la que dieron origen de una u otra manera. Algunos ejemplos: Perdición (1944), el clásico del cine negro de Billy Wilder, viene de la novela Double Indemnity (Pacto de sangre en España), de James M. Cain. Uno de los nuestros (1990), de Scorsese, está basada en un ensayo de Nicholas Pileggi, Wiseguy (1986). Y un caso “extremo”, El milagro de Ana Sullivan (1962), película dirigida por Arthur Penn y basada en la obra teatral homónima de William Gibson (guionista de la película), que a su vez es una versión de Story of my life, la autobiografía escrita por Helen Keller, la protagonista de la historia real.

Si avanzamos más en el tiempo, sin salir de nuestras fronteras, encontramos también muchos ejemplos, como La piel que habito (2011), de Almodovar, inspirada en la novela Tarántula (2003), del francés Jonquet Thirrey. O La lengua de las mariposas (1999), de José Luis Cuerda, basada en tres cuentos del libro de Manuel Rivas ¿Qué me quieres, amor?De todo esto podríamos sacar una pequeña conclusión (positiva, si se quiere) sobre la literatura: influye más de lo que podría parecer, aunque no sea de una manera directa y (re)conocida. Está a kilómetros de distancia de afectar a la sociedad como lo hacía en siglos anteriores, y no hay duda de que está a años luz de ser tan protagonista como el propio cine, y no digamos ya la televisión, a la hora de formar gustos y opiniones. Pero lo cierto es que la literatura sigue estando ahí, sembrando historias que luego germinan en pantalla grande o pequeña, de una forma más o menos explícita, de una manera más o menos libre, acertada o equivocada, aunque luego los flashes y los premios deslumbren otros orgullos y las críticas y buena parte del público olvidemos el origen de todo aquello.