Durante los últimos años, la
economía y la política han sido objeto de una crítica
general que ha provocado o acelerado la introducción de ciertos cambios, por
muy escasos, lentos o superficiales que puedan ser. En esos pequeños cambios
los optimistas verán la esperanza y los pesimistas una nueva dosis de
maquillaje. De cualquier forma, esa crítica popular no lo han sufrido, o no con
la misma intensidad, los medios de comunicación, que son precisamente
quienes deberían haber formado la vanguardia crítica que denunciara este asedio
ideológico y clasista disfrazado de crisis económica.
Esto se debe, en buena medida,
a que ellos mismos, los
dueños de los medios, se han convertido más que nunca en juez y parte de un
poder financiero y político que controla así la capacidad de contar el mundo, de
transmitir la auténtica realidad de los hechos en favor de una realidad
fabricada que ignora o reduce todo aquello que se sale del guión
preestablecido. “La capacidad para estructurar una visión política no con
argumentos racionales, sino contando historias, se ha convertido en la clave de
la conquista del poder y de su ejercicio en unas sociedades hipermediatizadas”,
escribe Christian Salmon en Storytelling. Esta herramienta
formal, la estructura narrativa adaptada al periodismo, se convierte en un
mecanismo útil para informar y captar la atención de los lectores, pero se
transforma en un arma peligrosa cuando es utilizada para extender determinado
relato interesado (y bien pagado) de la realidad, ese “discurso único oficial”,
sin alternativas, que al poder le beneficia propagar a través de los medios de
comunicación (y los periodistas) bajo su propiedad. Así, estos se convierten,
como dice Salmon en su libro, en “armas de distracción masiva”.
Igual que tenemos derecho a
reclamar unos representantes políticos dignos y una política económica justa,
también deberíamos exigir con la misma insistencia nuestro derecho a una
información honesta y veraz, base para que una democracia pueda respirar y no
ahogarse en la inconsciente ignorancia de los ciudadanos respecto al poder y
sus practicas. En ocasiones se abre el debate sobre el papel de la información
en nuestra sociedad y la manera en que nos llegan las noticias. Es habitual
centrar el asunto sólo en la forma, cuando no se tiende a confundir “medios
de comunicación” con “periodismo”. Los medios, da pudor recordarlo, son los
encargados de transmitir la tarea periodística, al menos en teoría, ya que
ahora, si nos remitimos a los mass media, su gestión se enfoca como si
otro tipo de empresa se tratara, confundiendo además información con
comunicación, con espectáculo, con una ficción en la que triunfe la anécdota
sobre el análisis y que sólo persiga la tercera de las máximas periodísticas
que nos contaran en primero de carrera: entretener. Y una cuarta que no nos explicaron
en toda su sutil complejidad: desinformar. Ambas destinadas, aunque no
exclusivamente, a obtener los mayores beneficios posibles. Económicos. No
informativos.
El periodismo no está en crisis
Varios casos recientes así lo certifican. Su adecuado
ejercicio es más necesario que nunca. Lo que necesita una urgente revisión son
los medios de comunicación, las empresas periodísticas, los grandes grupos
mediáticos bajo control de quienes deberían ser los controlados. ¿Y los
periodistas? Hace tiempo que se han visto reducidos a meros altavoces del
discurso oficial, de esa trama que no admite preguntas, no admite réplicas y
contrarréplicas, no permite el debate. Aquí pueden jugar y están jugando un
papel renovador Internet (nuevos medios digitales) y las redes sociales, que
dificultan de alguna forma ese relato único gracias a la viralidad de su
estructura. Si siempre fue la literatura uno de los primeros destinatarios de
toda dictadura y todo deseo de acallar nuevas ideas y comportamientos, en la
actualidad es Internet una de las primeras víctimas a la hora de censurar la
libertad.
En definitiva, el deber del
periodismo es luchar por el derecho a la información, por que un mayor
número de ciudadanos tengan acceso a ese derecho si quieren hacer uso de él. Su
tarea, aún desde la precariedad laboral y la falta de independencia a la que se
ven empujados (cuándo no ha sido así), es reconquistar el territorio que les
pertenece en los medios de comunicación, recuperar la capacidad de contar y
explicar el mundo. Y todos deberíamos reclamar con vehemencia que cumplieran
esa responsabilidad y, lo más importante, que tuvieran las condiciones
necesarias para ejercerla con libertad e independencia, sea cual sea el sujeto
o entidad denunciables. No hay otra manera de empezar a cambiar el final de una
historia que no va por buen camino. No para la mayoría.