19 de febrero de 2016

Entre Copas (IV): El último trago de San Epifanio



Casi puedo olerlas, sentir su tacto en los dedos. Hablo de las Pump, aquellas botas de baloncesto que a mediados de los 90 empujaron los sueños de muchos a base de apretar una pequeña pelota naranja que llevaban en la lengüeta y transportaba aire hasta una cámara trasera. Eso sí que era un asalto a los cielos. De pronto, uno podía llegar donde sólo llegaban los grande a cambio de unos pocos billetes. El encargado de promocionarlas fue Dee Brown, jugador de los Boston Celtics (aquí el anuncio en el All Star de Charlotte de 1991). Recuerdo cómo el aire iba rellenando la cámara, lo notabas en los tobillos y el talón. Te sentías más alto, te sentías mejor. Jodida publicidad.

En aquella época la Copa del Rey aún no había descubierto su exitoso formato actual. Se jugaba a lo largo de varios meses, sin prisa. Aquella temporada, la 93/94, se disputaron entre regalos y turrones tres rondas previas de eliminatorias para decidir que cuatro equipos jugarían en marzo junto al Madrid, el Barcelona, el Estudiantes y el Joventut, cabezas de serie. Partidos de ida y vuelta, un formato similar al que hoy mantiene el fútbol, aunque más reducido. Los afortunados fueron el Coren Orense de Andre Turner y Chandler Thompson, el Unicaja Polti de Nacho Rodríguez y Alfonso Reyes, el Taugrés Baskonia de Pablo Laso y Velimir Perasovic (hoy entrenador vitoriano), que llegaría a la final contra el Barcelona, y el OAR Ferrol del gran Anicet Lavodrama.  

La fase final se disputó en dos ciudades: los cuartos en Córdoba, en el pabellón de Vista Alegre, y las semis y la final en el pabellón San Pablo de Sevilla. A la capital andaluza llegaron los cabezas de serie, con la excepción del Taugrés, que eliminó al  7UP Joventut. Los baskonistas se enfrentaron en semifinales con el Estudiantes. Muchos recordarán el susto que dio Marcelo Nicola en aquel partido (uno de mis jugadores predilectos de aquellos tiempos, tres años después ficharía por el Barcelona). Fue en un mate en contraataque, iba solo, sin oposición, pero se desequilibró en el último momento. La caída congeló el ánimo del pabellón. Nicola fue traslado de urgencia al hospital. El propio Manel Comas, entrenador del Taugrés, tranquilizaba a los aficionados antes de empezar la final: “Nicola está como una moto”. Hubo suerte. Pero la baja era sensible. El Taugrés tenía además un ojo puesto en la final de la Recopa, que ganarían diez días después en Lausana frente al Olimpia de Liubliana. Pero primero esperaba el Barcelona de Aíto, que en semis se había deshecho del Madrid de Arvidas Sabonis y Joe Arlauckas gracias a una gran actuación de José Antonio Montero y Tony Massenburg.

La final fue el domingo 6 de marzo. El Pabellón San Pablo iba a presenciar, sin saberlo, el último trago copero de uno de los más grandes: Juan Antonio San Epifanio. Al año siguiente viajaría a la Copa de Granada, pero no saltó a la pista en los cuartos de final, donde el equipo cayó ante el Anway de Zaragoza, precisamente la ciudad natal desde la que Epi, veinte antes, había viajado a Barcelona para jugar en el club culé (previo paso por . Su hermano mayor, Herminio, puso entonces como condición para fichar por el BarÇa que contratasen también al pequeño de la familia. Empezó jugando en el Colegio Alpe, enseguida fue llamado por la selección española juvenil. En 1979 pasó a formar parte de la primera plantilla. Era el principio de una trayectoria en la que Epi ganó siete ligas, diez copas del Rey (diez), dos recopas y una copa Korac. Le faltó una Copa de Europa.

Manel Comas puso en pista a Laso, Perasovic, Santi Abad, el puertorriqueño Ramón Rivas y Ken “Animal” Bannister, una mezcla explosiva entre Schorchianitis y Hervelle.  Por el Barcelona, Aíto García Reneses puso para empezar a Salva Díez, Corey Crowder, el carmonense Andrés Jiménez (se retiraría al final de esa temporada), Fred Roberts y Massenburg. Laso era prácticamente el único base con el que contaba el Taugrés, era de esperar que el Barcelona, con la dupla Montero-Díez (no jugó Galilea) forzase al hoy entrenador del Madrid para desgastarlo lo máximo posible. La final, tras empezar con retraso por problemas con uno de los aros, arranca con aroma a cuadrilatero. El Barcelona se queda en el primer minuto sin su máximo anotador en la semifinal frente al Madrid. Tras una falta desmedida de Rivas, Massenburg se levanta del suelo y sin pensarlo lanza un jab que impacta en la barbilla del puertorriqueño. Salva Díez trata de convencer al árbitro de que La Tierra es cuadrada, pero Massenburg termina expulsado. Abad se encara con él, pero Jiménez le echa narices para poner paz. Las siguientes jugadas transcurren entre una buena defensa del Barsa y continuas jugadas trabadas. Llega entonces el minuto 9, y Bannister parece haber quedado también para cenar. Se borra de la final con un puñetazo a Andreu. Empate a expulsados. Y faltaba un tercer round: el propio Andreu le pone el codo en la boca a Abad. Siete puntos de sutura como única consecuencia: los dos continúan el partido. Había batalla por delante.

La primera parte es para el Barcelona gracias al dominio en las dos zonas, a un 62% de tiros de campo y a una defensa que deja por ahora al Taugrés en 32 puntos. 40-32 para los culés. La segunda parte empieza con los baskonistas tratando de recortar, pero entre Andreu y Jiménez, uno de los mejores hasta el momento, consiguen mantener la distancia. Apenas hay transiciones, el ritmo es lento. Laso consigue romperlo con un par de transiciones rápidas que colocan a su equipo a cuatro. La grada, del lado del más débil, se viene arriba. Hay partido. Anota Jiménez, contesta Perasovic de tres. Aíto coloca una zona 2-3 y el BarÇa vuelve a escaparse con dos mates consecutivos de Crowder. A falta de doce minutos, los culés vencen 57-48. El Taugrés parece cansado, su rotación es más corta y empieza a notarlo. Llevan todo el partido a remolque en el marcador, aunque el Barcelona no termina de marcharse (Comas lo llamaba la táctica del conejo: perseguir a la presa a cierta distancia, no alertarlo hasta el último momento, para que la víctima no tenga ya tiempo de reaccionar). Perasovic sigue a lo suyo, 19 puntos para mantener a seis puntos a los suyos. Andreu machaca, lleva 16. Llegan los últimos cinco minutos con canasta de San Epifanio, 69-61. Bannister y Massenburg contemplan el final desde la bocana de vestuarios. Canasta de Andreu y 2+1 de Epi. Nueve arriba. La presa parece escaparse, pero dos canastas consecutivas de Perasovic (25 puntos en la final, MVP del torneo) y una de Abad (gran partido) entonan el resistiré. El Taugrés se pone a tres puntos. Faltan tres minutos. Jiménez silencia al público tirando de veteranía. El Taugrés pierde el balón, pero Roberts falla en el siguiente ataque. Rebote para Laso, que corre el contraataque, no hay tiempo. Pero pierde el balón. Trata de recuperarlo presionando a Montero, que bota y bota hasta encontrar a Roberts en la zona. Dentro-fuera con el propio Montero, que mete un triple que sentencia al Taugrés. Comas pide tiempo muerto para rumiar la derrota. En el último minuto sólo quedaba esperar que la final más accidentada de la Historia no añadiese más sorpresas al guion. El Barcelona volvía a conseguir un título nacional después de algunos años de sequía. Y Epi podía levantar la décima. Su última copa.

Aquella temporada el Madrid ganaría la Liga y el Joventut de Obradovic se impondría al Olympiakos en la final de la entonces llamada Liga Europea, que sumada a la Recopa del Tau, cerraría un año redondo a nivel de clubes para el baloncesto español, atemperado por un décimo puesto de la selección en el Mundial de Canadá. Los Juniors de oro aún lo veían por televisión, pero ya faltaba menos para empezar a disfrutar.





17 de febrero de 2016

Entre Copas (III): El maravilloso defecto de la juventud


Domingo. 10 de febrero de 2008. Faltaba un mes para las elecciones generales y España no dejaba de escuchar el mismo disco rayado en boca de Zapatero. El periódico de aquel día, consumido entre cerveza y aceitunas, anunciaba el fin de la huelga de guionistas en Hollywood, mientras Javier Bardem se acercaba al Oscar en un país que no era para viejos y ya andaba entusiasmado con la candidatura de Obama. Tras el repaso a la prensa, esperaba un cocido en casa (con tocino, porque si no, claro, no es cocido). Luego tocaba siesta, tan poco saludable como inevitable después de semejante pitanza dominical. Y por la tarde, baloncesto, una de las citas del año: la final de Copa. El Tau Cerámica de Neven Spahija y el DKV Joventut de Aíto García Reneses se jugaban la 72ª edición en Vitoria. Significaba la revancha de cuatro años antes en Sevilla, donde se impuso el Tau (81-77) con MVP para Rudy Fernández (dieciocho años tenía la criatura). El propio Rudy y Dimitri Flis (además de Aíto) eran los únicos supervivientes verdinegros de aquella final. Por el lado baskonista repetían Sergi Vidal, Pablo Pigrioni y Tiago Splitter, suplente en 2004 de Luis Scola. Y por mi parte, repetían los garbanzos. O quizás era el tocino. El caso era que el Joventut, después de eliminar al Madrid de Joan Plaza y Bullock en semifinales, tenía la oportunidad de devolver la moneda al TAU, ahora en manos del croata Neven Spahija, sustituto de Bozidar Maljkovic. Pero para ello tenían que superarlos en su propio campo, el Buesa Arena. Contaban con jugadores como Damon Mallet o Lubos Barton, además de la habitual columna de canteranos en la que además de Rudy (22 años), empezaban a destacar jugadores como un insultante Ricky Rubio (17) o Pau Ribas (20). El reto no era pequeño frente a un equipo que contaba en nómina con veteranos del calibre de Prigioni, Pete Mickeal o Will McDonald.

Baskonistas y verdinegros eran los dos equipos más anotadores de la ACB en aquel momento, pero la final comienza con las defensas muy cerradas y poco acierto en el tiro, con la excepción de dos triples del espigado alemán Jan Lagla que colocan al Joventut 6-11. Pero enseguida llega un parcial de 6-0 del Tau para igualar el marcador. Los baskonistas han subido el nivel defensivo, aumenta la dureza en los contactos, y parece que los verdinegros se vienen abajo por momentos. El partido llega trabado a la última jugada del primer cuarto: 1x1 de Rudy contra Pete Mickeal. El estadounidense reta al balear palmeando con fuerza las manos delante de él. Rudy es joven, no tiene miedo, acepta el desafio, pero Mickeal le roba la pelota en el bote. Espoleado por la acción, el propio Mickeal lanza al Tau para ponerse seis arriba al comienzo del segundo cuarto, 20-14. Anota Ricky tras penetración, pero los vitorianos consiguen un parcial de 8-0 tras triple del bosnio Mirza Teletovic. Prigioni controla el ritmo, McDonald y Splitter son los dueños en la zona (Hernández Sonseca y el francés Jerome Moiso no pueden con ellos). Pero los equipos de Aíto siempre han sido muy leídos. Escribió Jardiel Poncela que la juventud es un defecto que se corrige con el tiempo. En el caso concreto de Rudy, con diez minutos le bastaron para asentarse en el campo y anotar ocho puntos consecutivos para corregir la diferencia que amenazaba con disparar a los anfitriones antes de llegar al descanso. 33-30 y jugadores a vestuarios.

La segunda parte comienza con Damon Mallet enrachado y Rudy más caliente a cada minuto que pasa, pero el Tau no quiere fallar delante de su afición. Igor Rakocevic, hasta entonces por debajo de su nivel, parece despertar con un contrataque que mantiene al Tau cuatro arriba. Los verdinegros hacen la goma (o táctica del conejo), no parecen sentirse incómodos en su papel de supuesta víctima. Al final del tercer cuarto, 58-53 tras una última canasta de Ricky,  que parece llevar tres o cuatro finales a sus espaldas. Llega el momento clave con todo aún por decidir. Los últimos diez minutos (el Joventut aún no ha ganado ningún cuarto) comienzan con un triple de Rudy y otro de Mallet (con adicional) que ponen al Joventut cinco arriba: 63-68. A medida que pasan los minutos, el público del Buesa Arena empieza a ponerse nervioso. Mi novia me pregunta si vamos a cenar, le digo que no creo (el cocido aún causa estragos). Rudy sigue a lo suyo, cada vez que coge el balón tiembla la grada. Pero es el momento de Teletovic. El bosnio, hombre de rachas, ha decidido que la Copa se tiene que quedar en casa: dos triples seguidos y una de dos bajo el aro colocan al Tau uno arriba, 72-71, a falta de tres minutos. Tiempo muerto de Aíto. En la reanudación, los tiros libres y una pérdida importante de Vidal con mate posterior de Rudy voltean el marcador: 74-78. Pero Teletovic enchufa otro triple (5 de 6 en la final), 77-78. En el siguiente ataque, Ricky penetra y Prigioni tiene que hacer falta: dos tiros libres para el catalán. La grada se viene abajo, pocos confían en que un chaval de 17 años meta los dos. Pero los mete. Tres arriba para el Joventut y faltan 27 segundos. La grada empieza a temerse lo peor. Teletovic tira un triple lateral, pero falla. Rebote para el Joventut y dos tiros libres para Mallet. Mete los dos. 77-82, final sentenciada. Sólo quedaba un inútil triple a tablero de Prigioni, que ya no alteraría el nombre del equipo que iba a figurar como campeón de aquella edición de 2008. La afición verdinegra podía ya disfrutar de la Copa que los vitorianos les ganaran cuatro antes en Sevilla. Y Rudy repetía MVP. 32 puntos, 3 rebotes, 2 asistencias para él.  22 años, recordamos.

Esa temporada el Tau quedaría campeón de liga tras ganar la final a un Barcelona sin Navarro (fue la temporada que jugó en Memphis), así que la derrota en la Copa con el Joventut dejó sin doblete aquel año a los baskonistas. Mi novia se declaraba oficialmente enamorada de Ricky. Y yo al final terminé cenando esa noche, como siempre, mientras los verdinegros rociaban de cava el trofeo que devolvía a La Penya a la élite una década después del último título. Meses más tarde levantarían también la Copa ULEB tras ganar en la final al Akasvayu Girona de Marc Gasol, Victor Sada, San Emeterio (y un incombustible Darryl Middelton). Rudy, a pesar de jugar lesionado, se llevó también aquel MVP. Era el fin de una etapa. Portland y la NBA esperaban al otro lado del Atlántico.

12 de febrero de 2016

El día que volvió la magia

1992 es uno de esos años que abren muchos cajones en la memoria, sobre todo en la deportiva. Uno de ellos corresponde al día en que Earvin Johnson anunció su retirada porque había dado positivo en el virus VIH. Magic tenía SIDA. Eso fue lo que muchos creyeron, incluido el propio Magic, tal y como cuenta en su autobiografía escrita junto a William Novak. Poco a poco la información se abrió camino entre la maleza ignorante y comprendimos que uno podía ser portador del virus sin desarrollarlo. Esa era la teoría, muy reciente, pero en la práctica, y en un primer momento, no todo el mundo lo veía tan claro. Karl Malone fue uno de los que se mostraron más reacios a jugar con Magic en el All Star de Orlando, sede de Disneylandia. El 32 de los Lakers fue votado a pesar de estar retirado (no jugaba desde que diera aquella triste conferencia el 7 de noviembre de 1991). La gente quería verle en pista una vez más, no concebían un fin de semana de las estrellas sin él. La NBA se lo permitió (fue cuando se instauró la norma que prohíbe estar sobre el campo a un jugador que sangra), y gracias a ello todos pudimos disfrutar de uno de los All Star más emocionantes que se recuerdan. 

El fin de semana comenzó en la tierra de Mickey Mouse con un concurso de triples que contó con la participación de Dell Curry (padre de Stephen) y Drazen Petrovic, por entonces en los Nets de New Jersey, y que vio como Craig Hodges, compañero de Jordan en los Bulls, se hacía con la victoria por tercer año consecutivo tras ganar en la final a Jim Les, de los Sacramento Kings. En el concurso de mates Cedric Ceballos (Phoenix Suns) se imponía a Larry Johnson con aquel mate con los ojos ¿vendados? (llamadme escéptico, pero no me lo creo). El sábado, Don Nelson, entrenador de la Conferencia Oeste, se saltó la costumbre de no hacer más que un par de carreras como entrenamiento previo: organizó una pachanga. “Es posible que Don pensara en mí y tratara de darme la oportunidad de volver a practicar frente a algunos grandes jugadores y recuperar la confianza en mí mismo. Si esa fue su idea, dio resultado”, cuenta Magic en su autobiografía. 

Y entonces llegó el día. 9 de febrero de 1992. Todo estaba preparado para el regreso. Magic is back, rezaban las pancartas. El domingo por la mañana, Magic llegó el primero al campo, no era cuestión de romper una costumbre que venía cumpliendo los doce años que había jugado hasta entonces como profesional. Sus compañeros de conferencia fueron apareciendo uno a uno en el vestuario. John Stockton, Clyde Drexler, Chris Mullin, David Robinson, James Worthy. Karl Malone. Cuando Magic saltó a la pista en la presentación, el público empezó a gritar y a corear su nombre. Él soplaba y trataba de no emocionarse, no aún. Había un partido que jugar, uno que no olvidaría jamás. Quería estar a altura de ese recuerdo, de su trayectoria. Pero entonces el equipo de la Conferencia Este, con su amigo Isiah Thomas al frente, cruzó el campo para saludar a Magic, que se vio sorprendido por los abrazos de Michael Jordan, Scottie Pippen, Patrick Ewing, Charles Barkley y compañía. Llegaba después el himno. Michael Bolton, melena rubia al viento, fue el encargado de interpretarlo. Así no había quien se concentrase.
Quintetos: Robinson, Malone, Mullin, Drexler y Magic en el Oeste, vestidos de azul; Ewing, Barkley, Pippen, Jordan y Isiah Thomas en el Este, de blanco, dirigidos por Phil Jackson (muchos de estos jugadores que compartieron pista y vestuario con Magic aquella mañana de domingo serían compañeros suyos meses después en aquel Dream Team que provocó la permanente salivación de los aficionados al baloncesto en los Juegos Olímpicos de Barcelona). Pero volvamos a Orlando. Robinson puntea en el salto inicial por delante de Ewing, y el balón llega a Magic. La grada se vuelve loca, pero sólo durante un segundo, el que tarda Magic en perder el balón. Se lo ha robado Isiah, que no parece haberse leído el guion de la noche. Drexler evita con falta sobre Jordan la que podría haber sido la primera canasta del Este. Todos los objetivos enfocan al 32 del Oeste, es el protagonista de la película. Sus dos primeros puntos llegan desde el tiro libre, en el segundo ataque del Este. Para los dos siguientes apenas hay que esperar medio minuto, el que tarda en coger el balón y hacer un coast to coast que termina en bandeja. Magic quiere jugar, tiene ganas. El público sonríe, el mundo entero sonríe. Y su padre al fin suspira tranquilo en la grada. Ahora al fin se cree que su hijo saldrá adelante. Ahora que lo ve disfrutar como siempre en una pista de baloncesto. El primer cuarto termina con una canasta fuera de tiempo de Joe Dumars. El Oeste gana de trece, 44-31. 

El segundo cuarto comienza con un triple de Stockton. Los suplentes se dedican a hacer números y a disfrutar de su parte del pastel. Drexler está con ganas, Olajuwon baila en la zona, Mutombo cierra caminos, Worthy roba y machaca a una mano en contrataque (sería también el último All Star de Big Game), mientras Rodman busca su lugar en un partido que no va con él. Magic se va a los vestuarios con 16 puntos en once minutos, es el máximo anotador. Le siguen con diez Drexler y con ocho Jordan y Pippen. La conferencia Oeste gana por 79-55. Pero el marcador muy pocas veces importa en un All Star. Aún menos un día como aquel.  

La segunda parte transcurre entre los habituales contrataques, mates de concurso y asistencias sin mirar. Magic está gozando, juega, corre, sonríe. Todo estaba saliendo más o menos como había imaginado antes del partido. Pero quedaba lo mejor. El momento de la noche. El desenlace del guion que todos estaban aguardando sin saberlo. Las últimas que todo basketero guarda en la memoria. Magic abre la veda con un triple lejano. Isaih Thomas coge el balón y desafía a Mutombo bailando en la zona como un boxeador, para terminar asistiendo a Michael Adams, que la enchufa de tres. Balón para Magic. Sube el balón y amaga el pasa, un leve gesto para despistar a Isaiah, que se come la finta y deja sólo al protagonista: tres más para la mochila. Luego llegan un mate de Dikembe Mutombo y una asistencia made in Magic que deja sólo a Dan Majerle para anotar debajo de canasta. Magic no se quiere ir. Nadie quiere que se vaya. Llega entonces el 1x1 con Isaiah, que se pasa el balón una y otra vez por debajo de las piernas, por detrás de la espalda y hasta entre los dientes. Bota casi de cuclillas, el resto de jugadores contemplan el espectáculo mientras el público se pone en pie. Lanza Isaiah. Airball. Magic levanta los brazos como si su defensa le hubiese dado el campeonato. Se le ve exhausto. Pero quiere más. Es el turno de Jordan. Magic y él frente a frente. Faltan 40 segundos para que termine el partido. Jordan bota, amaga a un lado y sale por el otro, se levanta en suspensión. Falla. Rebote para Drexler y balón para Magic. El 32 mira a Jordan, le reclama revancha, ven aquí, le dice con la mano al 23. Isiah se entromete provocando un dos contra uno. Magic suelta el balón. Jordan le defiende por anticipación, no quiere que reciba. Drexler trata de encontrar a Magic, faltan ocho segundos para el final de posesión cuando lo consigue. Magic bota de espaldas a canasta, más allá de la línea de tres. Ahora le cubre Isaiah. El público corea la cuenta atrás. Siete, seis, cinco… De repente, Magic se gira y lanza. El balón vuela, casi a cámara lenta, parece una de esas escenas de final de película. Entra limpio, sin tocar un milímetro de aro, ese sonido indescriptible en el que el balón y la red se encuentran. Faltan unos segundos pero los jugadores dan por terminado el partido. 153-113 para el Oeste. 25 puntos y 9 asistencias para Magic, que a pesar del guion, el MVP y todo lo demás, echó algo en falta esa noche. Alguien, más bien. Le faltó Larry Bird. Su amigo y sempiterno rival ya desde la Universidad. El 33 de los Celtics se lo perdió por una lesión en el hombro. 

Una semana después de aquel All Star de Orlando, los Lakers retiraron la camiseta con el número 32 de Magic. El acto tuvo lugar en el descanso de un partido contra los Celtics. No fue casual, Magic lo quiso así. Tenía que ser así. Unos meses más tarde llegaría  Barcelona y el Dream Team, segundo epílogo para la carrera de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos (allí sí coincidió con Bird). Y faltaba un tercero: el regreso de Magic a la NBA, a los Lakers, en 1996, después de haber pasado por el banquillo como entrenador (16 partidos) y por los despachos como accionista de la franquicia angelina. Jugó 32 partidos en su último regreso (con un promedio de 14´6 puntos, 5´7 rebotes y 6´9 asistencias), llegando a disputar los playoffs, pero Houston eliminó a los Lakers en primera ronda. La magia se había terminado.