1992 es uno de esos años que
abren muchos cajones en la memoria, sobre todo en la deportiva. Uno de ellos
corresponde al día en que Earvin Johnson
anunció su retirada porque había dado positivo en el virus VIH. Magic tenía SIDA. Eso fue lo que muchos
creyeron, incluido el propio Magic, tal y como cuenta en su autobiografía
escrita junto a William Novak. Poco
a poco la información se abrió camino entre la maleza ignorante y comprendimos que
uno podía ser portador del virus sin desarrollarlo. Esa era la teoría, muy
reciente, pero en la práctica, y en un primer momento, no todo el mundo lo veía
tan claro. Karl Malone fue uno de
los que se mostraron más reacios a jugar con Magic en el All Star de Orlando,
sede de Disneylandia. El 32 de los Lakers fue votado a pesar de estar retirado
(no jugaba desde que diera aquella triste conferencia el 7 de
noviembre de 1991). La gente quería verle en pista una vez más, no concebían un
fin de semana de las estrellas sin él. La NBA se lo permitió (fue cuando se
instauró la norma que prohíbe estar sobre el campo a un jugador que sangra), y
gracias a ello todos pudimos disfrutar de uno de los All Star más emocionantes que
se recuerdan.
El fin de semana comenzó en la
tierra de Mickey Mouse con un concurso de triples que contó con la
participación de Dell Curry (padre
de Stephen) y Drazen Petrovic, por
entonces en los Nets de New Jersey, y que vio como Craig Hodges, compañero de Jordan en los Bulls, se hacía con la victoria por tercer año consecutivo tras ganar en
la final a Jim Les, de los
Sacramento Kings. En el concurso de mates Cedric
Ceballos (Phoenix Suns) se imponía a Larry
Johnson con aquel
mate
con los ojos ¿vendados? (llamadme escéptico, pero no me lo creo). El sábado, Don Nelson, entrenador de la
Conferencia Oeste, se saltó la costumbre de no hacer más que un par de carreras
como entrenamiento previo: organizó una pachanga. “Es posible que Don pensara
en mí y tratara de darme la oportunidad de volver a practicar frente a algunos
grandes jugadores y recuperar la confianza en mí mismo. Si esa fue su idea, dio
resultado”, cuenta Magic en su autobiografía.
Y entonces llegó el día. 9 de
febrero de 1992. Todo estaba preparado para el regreso. Magic is back, rezaban las pancartas. El domingo por la mañana,
Magic llegó el primero al campo, no era cuestión de romper una costumbre que
venía cumpliendo los doce años que había jugado hasta entonces como
profesional. Sus compañeros de conferencia fueron apareciendo uno a uno en el
vestuario. John Stockton, Clyde Drexler, Chris Mullin, David Robinson,
James Worthy. Karl Malone. Cuando
Magic saltó a la pista en la presentación, el público empezó a gritar y a
corear su nombre. Él soplaba y trataba de no emocionarse, no aún. Había un
partido que jugar, uno que no olvidaría jamás. Quería estar a altura de ese
recuerdo, de su trayectoria. Pero entonces el equipo de la Conferencia Este,
con su amigo Isiah Thomas al frente,
cruzó el campo para saludar a Magic, que se vio sorprendido por los abrazos de Michael Jordan, Scottie Pippen, Patrick
Ewing, Charles Barkley y
compañía. Llegaba después el himno. Michael
Bolton, melena rubia al viento, fue el encargado de interpretarlo. Así no
había quien se concentrase.
Quintetos: Robinson, Malone,
Mullin, Drexler y Magic en el Oeste, vestidos de azul; Ewing, Barkley, Pippen,
Jordan y Isiah Thomas en el Este, de blanco, dirigidos por Phil Jackson (muchos de estos jugadores que compartieron pista y
vestuario con Magic aquella mañana de domingo serían compañeros suyos meses después
en aquel Dream Team que provocó la permanente salivación de los aficionados al
baloncesto en los Juegos Olímpicos de Barcelona). Pero volvamos a Orlando. Robinson
puntea en el salto inicial por delante de Ewing, y el balón llega a Magic. La
grada se vuelve loca, pero sólo durante un segundo, el que tarda Magic en
perder el balón. Se lo ha robado Isiah, que no parece haberse leído el guion de
la noche. Drexler evita con falta sobre Jordan la que podría haber sido la
primera canasta del Este. Todos los objetivos enfocan al 32 del Oeste, es el
protagonista de la película. Sus dos primeros puntos llegan desde el tiro
libre, en el segundo ataque del Este. Para los dos siguientes apenas hay que
esperar medio minuto, el que tarda en coger el balón y hacer un coast to coast que termina en bandeja.
Magic quiere jugar, tiene ganas. El público sonríe, el mundo entero sonríe. Y
su padre al fin suspira tranquilo en la grada. Ahora al fin se cree que su hijo
saldrá adelante. Ahora que lo ve disfrutar como siempre en una pista de
baloncesto. El primer cuarto termina con una canasta fuera de tiempo de Joe Dumars. El Oeste gana de trece,
44-31.
El segundo cuarto comienza con
un triple de Stockton. Los suplentes se dedican a hacer números y a disfrutar
de su parte del pastel. Drexler está con ganas, Olajuwon baila en la zona,
Mutombo cierra caminos, Worthy roba y machaca a una mano en contrataque (sería
también el último All Star de Big Game),
mientras Rodman busca su lugar en un partido que no va con él. Magic se va a
los vestuarios con 16 puntos en once minutos, es el máximo anotador. Le siguen
con diez Drexler y con ocho Jordan y Pippen. La conferencia Oeste gana por
79-55. Pero el marcador muy pocas veces importa en un All Star. Aún menos un
día como aquel.
La segunda parte transcurre
entre los habituales contrataques, mates de concurso y asistencias sin mirar.
Magic está gozando, juega, corre, sonríe. Todo estaba saliendo más o menos como
había imaginado antes del partido. Pero quedaba lo mejor. El momento de la
noche. El desenlace del guion que todos estaban aguardando sin saberlo. Las
últimas que todo basketero guarda en
la memoria. Magic abre la veda con un triple lejano. Isaih Thomas coge el balón
y desafía a Mutombo bailando en la zona como un boxeador, para terminar
asistiendo a Michael Adams, que la
enchufa de tres. Balón para Magic. Sube el balón y amaga el pasa, un leve gesto
para despistar a Isaiah, que se come la finta y deja sólo al protagonista: tres
más para la mochila. Luego llegan un mate de Dikembe Mutombo y una asistencia made in Magic que deja sólo a Dan Majerle para anotar debajo de
canasta. Magic no se quiere ir. Nadie quiere que se vaya. Llega entonces el 1x1
con Isaiah, que se pasa el balón una y otra vez por debajo de las piernas, por
detrás de la espalda y hasta entre los dientes. Bota casi de cuclillas, el
resto de jugadores contemplan el espectáculo mientras el público se pone en
pie. Lanza Isaiah. Airball. Magic
levanta los brazos como si su defensa le hubiese dado el campeonato. Se le ve
exhausto. Pero quiere más. Es el turno de Jordan. Magic y él frente a frente.
Faltan 40 segundos para que termine el partido. Jordan bota, amaga a un lado y
sale por el otro, se levanta en suspensión. Falla. Rebote para Drexler y balón
para Magic. El 32 mira a Jordan, le reclama revancha, ven aquí, le dice con la
mano al 23. Isiah se entromete provocando un dos contra uno. Magic suelta el
balón. Jordan le defiende por anticipación, no quiere que reciba. Drexler trata de encontrar a Magic, faltan ocho
segundos para el final de posesión cuando lo consigue. Magic bota de espaldas a
canasta, más allá de la línea de tres. Ahora le cubre Isaiah. El público corea
la cuenta atrás. Siete, seis, cinco… De repente, Magic se gira y lanza. El
balón vuela, casi a cámara lenta, parece una de esas escenas de final de
película. Entra limpio, sin tocar un milímetro de aro, ese sonido
indescriptible en el que el balón y la red se encuentran. Faltan unos segundos
pero los jugadores dan por terminado el partido. 153-113 para el Oeste. 25
puntos y 9 asistencias para Magic, que a pesar del guion, el MVP y todo lo
demás, echó algo en falta esa noche. Alguien, más bien. Le faltó Larry Bird. Su
amigo y sempiterno rival ya desde la Universidad. El 33 de los Celtics se lo
perdió por una lesión en el hombro.
Una semana después de aquel All Star
de Orlando, los Lakers retiraron la camiseta con el número 32 de Magic. El acto
tuvo lugar en el descanso de un partido contra los Celtics. No fue casual,
Magic lo quiso así. Tenía que ser así. Unos meses más tarde llegaría Barcelona y el Dream Team, segundo
epílogo para la carrera de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos
(allí sí coincidió con Bird). Y faltaba un tercero: el regreso de Magic a la
NBA, a los Lakers, en 1996, después de haber pasado por el banquillo como
entrenador (16 partidos) y por los despachos como accionista de la franquicia
angelina. Jugó 32 partidos en su último regreso (con un promedio de 14´6
puntos, 5´7 rebotes y 6´9 asistencias), llegando a disputar los playoffs, pero
Houston eliminó a los Lakers en primera ronda. La magia se había terminado.