16 de diciembre de 2010

Malentendidos

Si uno consulta diccionarios varios observa que un cuento es la narración oral o escrita de un suceso falso, de poca extensión y de asunto sencillo. Y si buscamos cuentista encontramos que es alguien chismoso que, por vanidad u otro motivo semejante, suele narra o escribir cuentos. Así que cuando me pregunten qué escribo, yo debería responder, siempre según las directrices académicas, que soy un tipo chismoso y vanidoso que cuenta sucesos engañosos y de escasa complejidad. Se van a pensar que soy periodista del corazón, coño.

29 de octubre de 2010

La grandeza de lo pequeño

Ha muerto David Lagmanovich, un grande de lo pequeño, del microrrelato. Quizás ahora empiece a leerse más.

Ahí va un trío de (e)lecciones, una teórica y dos prácticas:
-El microrrelato: teoría e historia. Menoscuarto, 2006.
-Los cuatro elementos. Menoscuarto, 2007.
-La otra mirada. Menoscuarto, 2005 (antología del microrrelato hispánico recopilada por Lagmanovich).


22 de octubre de 2010

Cambada

Dícese de la frase o párrafo escritos por Julio Camba.

Hay dos procedimientos principales para dejar el tabaco: el gradual, que no da resultado casi nunca, y el radical, que fracasa casi siempre.
Del artículo Anatomía de un vicio.

Dichosos los personajes del cine mudo porque, no pudiendo expresarse en ningún idioma, eran comprendidos por igual en todos los países del mundo.
Del artículo La flauta y el trombón.

Todas las generalizaciones son falsas, esta generalización también es falsa, y si esta generalización es falsa, entonces no son falsas todas las generalizaciones.
Del artículo La razón de la sinrazón.


15 de octubre de 2010

El ansiado prestigio de la comedia

Howard Jacobson ha ganado recientemente el Booker con la novela The Finkler question. No conozco a este escritor, pero lo importante, si es cierto lo que dicen, es que es un libro de tono humorístico (sobre lo que significa ser judío en la actualidad). Esperemos que este premio -que pasa por ser el más reconocido en lengua inglesa- ayude, de alguna manera, a la literatura que pretende hacer reír sin renunciar a la seriedad, al compromiso artístico, con todo lo que este conlleva. Y cuando digo "ayudar" me refiero a darle el prestigio que no tiene, aunque quizás esta carencia afecte más a los premios y reconocimientos públicos que al lector o al espectador. Porque lo mismo pasa con el cine. ¿Por qué nos cuesta tanto otorgar la calidad de buena, con todo lo que el término tiene de vago e insustancial, a una película que nos haya hecho reír y sin embargo, no nos cuesta nada alabar una historia que nos haya hecho, por ejemplo, llorar? ¿Por qué la superioridad de lo trágico frente a lo cómico? ¿Acaso las películas de Wilder o Lubitch son peores o merecen un prestigio menor que las de Fritz Lang o Rossellini? Son caminos distintos, nada más.

UNO, DOS, TRES - Billy Wilder (1960)


NINOTCHKA - Ernst Lubitsch (1939)



ANEXO (18 de octubre): Eduardo Mendoza ha ganado el Planeta, que no es el más prestigioso en lengua española, como parece ser el caso del Booker en lengua inglesa, pero sí el que más lectores tiene (o al menos compradores). Así que buena noticia de nuevo para el humor.

Nostromo 04: Eduardo Mendoza, Humor y Literatura


14 de octubre de 2010

Perfopoesía AUTÉntica

Decíamos ayer (en el anterior post) que para hacer perfopoesía se utilizan los medios que uno considere más oportunos con el fin de sacar un poema del papel o la pantalla. En el caso de Luis Eduardo Aute, que ayer actuó en el festival, estos medios se ceñían a un vaso de whisky rebajado con agua y un espontáneo cigarrillo que solicitó en mitad de la actuación.


Después de una presentación prescindible, el poeta, que al tiempo es compositor, cantante, pintor y director de cine, hace acto de presencia en la tarima de la carpa que lo acoge junto a una nutrida mezcla de gente de variada edad, todos jóvenes, eso sí, al menos si es cierto aquello de que la juventud no viene marcada por la cercanía o lejanía de la muerte, al fin y al cabo una zorra impredecible, sino por la manera en que se afronta la vida. Aute, que carga con su orondo libro, se sienta y explica que le encantan los juegos de palabras y que no sabe definir los textos que va a leer. No son aforismos, no son greguerías, dice. Pertenecen a AnimaLhada (Siruela, 2005), se le ocurrió llamarlos poemigas, y fueron escritos con la esperanza de que en algún caso alcanzasen vuelo poético, aunque lo dudo, aclara el autor con modestia, o quizás con un aplastante –e incomprensible para los demás- conocimiento de su creación, del origen y las causas de esa creación. Lo que resulta evidente son las consecuencias: risas y carcajadas continuas, producto del tremendo ingenio que emanan los juegos de palabras del poeta; y después, la reflexión, ya sea crítica, filosófica o puramente literaria, lingüística, pero siempre con el regusto del humor, con la sonrisa en la boca.

Un fenómeno Luis Eduardo, un humorista –quién iba a decirlo escuchando sus canciones, su voz grave, ajada, pesimista- atrapado en el cuerpo de un poeta. Suerte que Perfopoesía nos haya permitido disfrutarlo.

13 de octubre de 2010

Poesía a pie de calle


¿Qué es la perfopoesía? Responde Antonio G. Villarán, director del festival: es la acción de llevar el poema fuera del papel o la pantalla usando los medios que mejor se estimen oportunos para ello. Más allá de definiciones, la perfopoesía es la poesía misma. Y en este caso, la poesía sale a la calle a buscar a sus lectores. O mejor dicho, a sus espectadores, a sus oyentes. Y esto no es más que ampliar el campo de acción de la literatura, sacarla de ese salón con chimenea y sillón orejero en el que a veces la recluimos, airearla al menos durante una semana, en la calle, allí donde reside la poesía, porque es allí donde se mueven las almas, donde vagan, donde se cruzan sin un verso que llevarse a la boca. Bienvenidas sean ideas como éstas.

11 de octubre de 2010

Impresiones

¿Puede ser comparado el periodista con un trabajador sometido a la voluntad del amo? [...] El periodista, la enorme mayoría [...], ha de vivir sometido, efectivamente, a esa tiranía [...] Poco a poco vemos que las trabas y las prohibiciones se enroscan a nosotros. Primero, nos rebelamos; después nos dejamos invadir por el desaliento; luego nos conformamos porque ya no hay más remedio, porque hemos ido demasiado lejos y no podemos retroceder [...] Y vamos tejiendo sin fe nuestra obra, dejándonos fecundar de mala gana por espíritus y convicciones en pugna con las nuestras.

Esto los escribió Wenceslao Fernández Flórez en 1916, en una de sus crónicas políticas recogidas en el libro Impresiones de un hombre de buena fe (Austral, 1964), una joya del ingenio y la sátira. A mí me parece que todo sigue igual. Y ha pasado casi un siglo.




Por otro lado, me parece curiosa la mención que hace Fernández Flórez a la obra de un periodista. En la actualidad se habla de obra si el implicado es un pintor, un fotógrafo, un escritor, un arquitecto, un director de cine. Pero no si el sujeto es periodista, con la excepción de determinados autores que de cuando en vez publican en forma de libro una recopilación de sus artículos (en la mayoría de los casos suelen ser autores más cercanos a la literatura que al periodismo, aunque publiquen con determinada frecuencia en algún medio). Es posible, se me ocurre, que algunos no perpetrasen los artículos y reportajes que perpetran si tuvieran esa conciencia de obra, si pensasen que lo que están escribiendo y publicando con nombre y apellidos –aunque el texto no comulgue con sus ideas y principios sino con los de instancias superiores- va a quedar ahí para siempre, en las hemerotecas ahora digitalizada. Pero se trata tan sólo de una ocurrencia, una impresión, que, como suele ser habitual, peca de nocturnidad. Aunque no de alevosía.

7 de octubre de 2010

Asuntos propios



El libro empieza citando a Pessoa, que es una buena manera de empezar. Después te encuentras horarios esclavos que encarcelan, una oda a la resaca, vacunas contra uno mísmo, hojas de muerto que nos hacen compañía, dudas, quimeras, niños como narcisos suplicantes de atención, la vida al final. Y luego, previo paso por Gil de Biedma y sus días escasos y laborables, encuentras el Breviario y enciendes el cigarrillo que se había apagado, presa del olvido, de la lectura. Aquí se cruzan cuatro manos en la ducha en busca de compasión, lo que tú llamas amor pero el poeta llama rutina, sumisión, dependencia, miedo a caminar solo. Piensas entonces, con el sosiego mudado en insomnio, si la verdad es un prejuicio, lo que deviene en silencio y en una llamada a los distractores de la memoria, a los amigos interesados del olvido, a los forjadores de dogmas, a los elaboradores de teorías con nuestra ciega ignorancia. Todos ellos aumentan la plaga. Por fortuna hay besos que no mienten y días de veinticuatro horas. Y memoria compartida, diálogos con sombras, bocas desnudas que no hablan de lo mismo ni de la misma forma que si estuvieran vestidas. De repente, el poeta confiesa que escribe porque conviene pensar que el azar no es el completo dueño del sueño y que ser futuro propietario de las horas bien merece el esfuerzo de llenar hojas vacías hasta la estupidez. Y nada más, para qué. Mejor aprovechar que la gente habla para guardar silencio.

ASUNTOS PROPIOS
Javier Anisa Prior
Ed. Poesía eres tú, 2010

5 de octubre de 2010

Quimera 322

No es la próxima película de Monzón. Es la última obra publicada de Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970). ¿Es un libro? ¿Es una revista? Por lo visto y escuchado, es lo mismo que uno se pregunta al leer Alba Cromm, novela del mismo autor, de quien no he leído nada hasta el momento, con la excepción de habituales paseos por su blog. O eso creía yo hasta hace un par de días.


El número 322 de la revista Quimera, correspondiente al mes de septiembre, venía dedicado al divertido arte de la impostura literaria, que nada tiene que ver, en este caso, con determinados premios, sino con ese jugosa tarea de la falsificación y el engaño que estrecha los límites de lo que llamamos realidad (y ensancha los de la ficción, o quizás sea al revés) al tiempo que amplia nuestro sistema de alerta como lectores y como seres pensantes, cada vez más sedado gracias, entre otros muchos tranquilizantes, a esos mundos fáciles y literales de los que hablaba Sorela hace poco en Letras Libres (ver anterior post), si bien en un contexto radicalmente distinto a este y que no viene al caso.
El número me gustó, incluso más de lo habitual en algunas secciones, como el manifiesto final firmado mensualmente por Manuel Vilas y Agustín Fernández Mallo, por ejemplo. Sentí interés por los dos escritores que se entrevistaban, ambos desconocidos para mí: Lorenzo Ibaterra y Yolimar Ford-Echeverría. Respecto a la segunda, me sorprendió, en cierta manera, que la escritora no mostrase su rostro en ninguna de las dos fotos que acompañan al texto. En cuanto al segundo, busqué su nombre en google y no encontré nada. Miré en el catálogo de Pre-Textos, la editorial que había publicado el libro, según decía la entrevista. Nada. Ni rastro de Ibaterra. Me di cuenta entonces de que en la portada ponía “Ibaterra” y en la entrevista “Ibarreta”. Busqué en google otra vez, ahora con Ibarreta. Nada. Frustrado, incluso envié un mensaje por facebook a la redacción de Quimera para que me aclararan el apellido verdadero de este escritor, pues quería leer su libro de cuentos “teleoeconómicos”. No recibí respuesta, y me extrañó. Como también me extrañó la ácida reprimenda (con magnífico título) que recibía un libro de Vicente Luis Mora en la sección de críticas. Pasado el tiempo, viaje a Dublín mediante, llega a mis manos un ejemplar del Cultural, y en él leo algo que me deja perplejo. El número 322 de Quimera es una impostura literaria. Entero, desde la primera hasta la última línea. Una metafalsificación. La perfecta conjunción entre teoría y práctica Todo lo ha escrito Vicente Luis Mora, a quien ahora sí, he leído. Se ha inventado escritores (cuentistas, poetas, novelistas, ensayistas), se ha inventado libros, se ha inventado críticas, ha suplantado a colaboradores habituales de la revista (Germán Sierra, Damián Tabarovski, Vilas y Fernández Mallo). Una enorme ficción que, gracias a meses de trabajo y a la colaboración de Quimera (revista de tirada nacional, prestigiosa), se va a convertir en una de las obras más originales del año. Una creación que tiene la intención de responder, lo dice el autor, a la pregunta que tantos escritores nos hacemos (o deberíamos hacernos): hacia dónde debe caminar la literatura del siglo XXI. El propio Vicente Luis Mora reconoce que este experimento responde también a su antigua intención de hacer literatura en todos aquellos lugares que sea posible, utilizando al efecto cualesquiera formatos existentes. Intención lograda pues.
Para los que estéis más interesados en todo esto y en las relaciones entre realidad y ficción, visitad el blog del autor. En la entrada titulada El hoax de Quimera, explica el qué y el por qué de esta revista-libro que me hizo darme cuenta de varias cosas como lector. ¿Cómo puede ser posible que con esa serie de curiosidades un tanto extrañas que percibí –y como yo tantos otros lectores- mi cabeza no llegase a la conclusión de que toda la revista podía ser una impostura, sobre todo, teniendo en cuenta que el tema del número era precisamente ese, las imposturas? Y dejemos de lado la propia portada de la revista y que en la penúltima página, donde se incluyen los colaboradores de cada número, se confesase el crimen. Pero más allá de mi mayor o menor inoperancia y exhaustividad como lector en este caso (que hubiese sido más grave en el caso de que mi tarea fuese la de crítico y no la de escritor; y precisamente esto, la reflexión sobre la crítica actual, es uno de los objetivos de la obra), surgen otras preguntas. ¿Sabemos lo que leemos en realidad? ¿Somos conscientes de a qué y a quién le damos credibilidad y a qué y a quién le otorgamos nuestra confianza sin un ejercicio previo de crítica, sin un filtro personal que piense, que dude, que pruebe a mirar las cosas desde otro ángulo diferente al que se nos muestra como cierto, como verdadero, como real? ¿De verdad seguimos creyendo que una ficción –las hay que sí, claro está- sólo puede servir para entretenernos, por el mero hecho de ser ficción y no realidad? ¿Y quién me quita a mí ahora el interés por Ibaterra, un tipo que no existe, que es ficción? ¿Debería Vicente Luis Mora empezar a publicar cuentos bajo el seudónimo de Lorenzo Ibaterra?
En fin. Mi enhorabuena a todos los implicados en este número de Quimera. Ha sido un placer que me engañarais. Un placer pedagógico además. Doble placer. Y lo dejo ya, que esto empieza a parecer el anuncio de un vibrador.

4 de octubre de 2010

Busca compara imagina

Y si algo está hoy en crisis es lo imaginario. Vivimos en mundos literales, progresivamente unidos en uno solo, en los que está proscrita hasta la sugerencia de lo distinto. Con lo distinto no nos identificamos. No lo compramos. No es rentable. Y en estos prometedores comienzos del tercer milenio de la civilización occidental, ya se sabe lo que le pasa a lo que no es rentable.
Pedro Sorela, escritor colombiano.

28 de septiembre de 2010

Apuntes dublineses

Llueve, como corresponde. Entramos en un callejón que comunica dos calles más amplias y transitadas. Escuchamos una melodía de piano cuya procedencia no acertamos a ubicar. Unos pasos más adelante nos encontramos un enorme bulto plastificado junto a lo que parece la puerta trasera de un local. Delante de la puerta hay un chico tratando de que los goterones no le mojen el cigarrillo. Nos damos cuenta entonces de que el enorme bulto es una mujer tocando el piano bajo un plástico que lo cubre todo, piano y mujer. El chico levanta unos plásticos más pequeños y nos ofrece sentarnos a escuchar el concierto en dos pequeños sillones. Lo dice Peter Haining en una antología de autores irlandeses publicada en España por La otra orilla en 2009 con el magnífico título de Beber para contarla: en Irlanda la música y la bebida son indisociables. Parece que la música y la lluvia también.



No se puede fumar en la habitación del hotel, así que, incapaz de idear algo para anular el detector (la ventana apenas se podía abrir una rendija), me decido a infringir la ley en el cuarto de baño, donde a mi entender, no corro peligro de ser descubierto por las autoridades hoteleras. Me vienen a la mente los años de instituto, cigarrillos furtivos que sabían a adulto. Para acompañar el humo leo a Joyce. Dublineses, traducción de Cabrera Infante, tapa blanda. Leo una frase de Un encuentro, el segundo relato: El que la escribió supongo que debe de ser un condenado plumífero que escribe estas cosas para beber. Pienso en Brendan Behan, el irlandés alcohólico con problemas de escritura al que cita Vila-Matas en Dublinesca y en un artículo en el que habla de Mi Nueva York, el libro de Behan. Y de repente, empapado por el humo que trata de escapar por el respiradero, con la literatura, el alcohol, Vila-Matas, Behan, y Joyce convocados por azar en un cuarto de baño dublinés, se me ocurre algo. Y no es un algo cualquiera para mí. Ese algo es el pegamento que necesitaba el (proyecto de) libro de cuentos que tengo en la cabeza desde hace un par de meses. Ese algo que es indispensable tener para que un libro empiece a tomar forma. No sé por qué, me gusta que el descubrimiento haya tenido lugar en el cuarto de baño de un hotel de Dublín, mientras leía un cuento de Joyce. Ya me lo advertía Vila-Matas en su novela: Quizá Dublín tenga razón. La tenía. Ahora hay que escribirlo, claro. Pero esa es otra historia.



En ese mismo cuarto de baño, convertido ya en musa de porcelana de tres estrellas, se me ocurre una idea para un cuento. La anoto en el móvil, pero justo antes de guardarla, el pulgar presiona la tecla equivocada. Se borra la nota. Salgo del cuarto de baño y anoto la idea en un papel, con un bolígrafo. Conclusión: Riba, el editor vilamatiano, se equivoca. Dublín no es la ciudad ideal para enterrar la imprenta.



En un restaurante italiano sirven el agua con hojas de hierbabuena. ¿Costumbre o subterfugio? ¿Para dar sabor o para quitarlo? Lo bebo imaginando que es un mojito.



Nunca antes había visto a tanta gente leyendo. En los cafés, en los pubs, en el autobús. Hasta caminando por la calle, a la altura del Trinity College. ¿Qué estaría leyendo para no poder esperar?



Yeats, el pintor. Lo descubro en la National Gallery: Yeats, el poeta, tenía un hermano que pintaba: Jack Butler Yeats. Un miembro del museo, un hombre pelirrojo muy amable, me explica que su cuadro más famoso fue The Liffey Swim, pintado en 1923, dos años después de la independencia irlandesa. El cuadro muestra una carrera de natación por el río Liffey, una competición que aún se sigue disputando y que en su día –la primera carrera tuvo lugar en 1920- atraía a gran cantidad de público. Yeats introduce entre ese público a un niño que trata de ver a los nadadores por encima de los adultos que lo rodean. El niño representa la infancia, el futuro de un país que, tras dar sus primeros pasos, se vio envuelta en una guerra civil en la que el enemigo estaba en casa




Kilmainhaim Goal
. La cárcel en la que estuvieron presos –y donde fueron ejecutados- la mayoría de los personajes clave en la independencia irlandesa (allí se filmaron The Italian Job -la versión original-, Michael Collins y En el nombre del padre). Funcionó como cárcel hasta 1924, fecha en la que terminó la guerra civil y en la que el último recluso fue puesto en libertad. Era Eamon de Valera, líder revolucionario que luego se convirtió en primer ministro y presidente de la nueva Irlanda. Actualmente la prisión es un museo, de nueve a cinco. Lo primero que te enseñan es la capilla. Allí se casó en 1916 Joseph Plunkett, compañero de Valera en el levantamiento de Pascua. Horas después fue ejecutado. Fue uno de Los 14, a quienes se recuerda con una cruz en el lugar en que fueron fusilados, en el patio de la prisión.



Winding Stair. Una librería junto al río, en la orilla norte. Libros de primera y segunda mano. Sofás para sentarse a leer y tomar un té, lámparas de novela y chimenea. Pregunto, just wondering, por autores españoles. Me indican una estantería en la sala más pequeña, en donde están las ediciones antiguas. Busco. Y encuentro. Sólo dos libros. Pepita Jiménez, de Valera, y El cuarto de atrás, de Martín Gaite. Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que esa sala de la librería es en realidad el cuarto de atrás. Hecho en falta un piano bajo la lluvia para rematar la escena. Me entran ganas de escribir.

17 de septiembre de 2010

Tierra de escritores

Viaje a Dublín la próxima semana.
Alive alive oh!
¿Consejos y/o recomendaciones?




27 de agosto de 2010

Antipoética de la localización

Le preguntan a Woody Allen por el lugar en el que rodará su próxima película. Y él contesta: Todavía no lo sé. Tengo que hablarlo con mi mujer.

18 de agosto de 2010

Nostalgia


Suele creerse que la nostalgia es el ánimo de quien parte, de quien recuerda un lugar del cual se aleja. En realidad lo nostálgico es lo contrario. Mientras viajamos apenas hay tiempo para el recuerdo. Nuestros ojos están llenos. Nuestro músculos, cansados. Y sólo quedan fuerzas para seguir moviéndonos. Hacer maletas nos obliga a suspender el pasado. El tiempo resbala por la piel del viajero. Para el sedentario, en cambio, el tiempo pasa lento y deja huella. La quietud es el motor del recuerdo. La nostalgia recae en quien se queda. No hay nada que nos deje tan pensativos como acudir a una estación a despedir a otro, quedarnos viendo un transporte que se hace pequeño hasta desaparecer. ¿Cuál de los dos desaparece?


Andrés Neuman, en Cómo viajar sin ver.

23 de julio de 2010

Preguntas y respuestas

Hay escritores que responden preguntas y escritores que las plantean. Los primeros paren novelas; los segundos, cuentos.
Julio Ramón Ribeyro



22 de julio de 2010

Presentación


Dicen de este hombre que nació muy delgado y con bizquera, en un barrio de clase media de una Sevilla que aún veía la televisión en blanco y negro. Escribió su primera novela (inédita) mientras hacía la mili y desde entonces busca historias que contar. Se llama Salvador Navarro y hoy presenta la novela que le convirtió en finalista del Premio Luis Berenguer.

Ciudad: Sevilla
Lugar: FNAC
Hora: 20 h.

Se titula No te supe perder (Guadalturia, 2010), y la historia merece mucho la pena (y la alegría). Es una especie de novela negra perversa, con el maltrato como hilo conductor, donde lo importante no es tanto la acción, que también, como los personajes. Puede que Yann, uno de ellos, el que llena todo el libro, aparezca por la presentación. Estaremos atentos.


20 de julio de 2010

Cuerdas, tabaco y bocatas

No os fiéis de los grupos que no rompen cuerdas.

La frase es de Javier Vielba, compositor, cantante y guitarrista de Arizona Baby, con quienes tuve el placer de compartir la final del Mundial después de escucharlos tocar en Mojácar, en un bar cerquita de la playa, el Pachamama Rock. Tremendo lo que hay que andar para conseguir un paquete de tabaco con el que celebrar la victoria (menos mal que me acompañó el señor Hermo). Noche inolvidable (una vez más, se me puso la piel de gallina cuando el señor Marrón empezó con X´d out). Por cierto, Arizona va a ser el grupo que cierre el festival Músicos en la Naturaleza, donde va a tocar un tal Mark Knopfler.
Os dejo con un vídeo del concierto que dieron el día anterior en el Pulpop, al que también tuve el gusto de asistir (saludos chancleteros). El tema se conoce popularmente como "Bocata me comí". Escuchad y veréis.



19 de julio de 2010

Cuenta propia

Hay escritores que son síntoma de su tiempo y otros que son testigos. La clasificación es de Chirbes, don Rafael, que prefiere ser de los testigos. Para él un escritor tiene que ser una especie de alarma que alerte a la sociedad de los males de su época, esos males que el poder trata de ocultar (lo consigue). Todo poder es malo, dice, hay que escapar de sus garras, aunque no sea fácil. Pero un escritor no es un político, no tiene que prometer el paraíso en la tierra. Un escritor no es un cura, no tiene que prometer la vida eterna. Un escritor no es un psiquiatra, no tiene que ayudar a la gente a resolver sus problemas mentales con consejos mejor o peor escritos. Qué es entonces un escritor, podemos preguntarnos, cuál es su función social. Chirbes opina que en la actualidad, ninguna, o no la que debería. Me remito a Max Aub, citado y admirado por Chirbes (también valenciano), para tratar de encontrar una respuesta. Dice Aub en El laberinto mágico: Hoy se ha olvidado mucho, dentro de poco se habrá olvidado todo. Claro está que, a pesar de todo, siempre queda algo en el aire. Ese algo es lo que persigue el escritor. La literatura es una especie de memoria del olvido, de todo eso, como dice Vila-Matas en su Bartleby y compañía, sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia. Escribimos para un improbable futuro desde un presente que se agarra al pasado más o menos inventado. Vivimos en el aire. Y este aire es más respirable cuando se leen libros como el de Chirbes (Anagrama, 2010).
Da gusto encontrarse con un punto de vista tan refrescante. Y la frescura no viene de la mano de la juventud ni va vestida de atractivos colores (Chirbes tiene 61 años y parece sacado de la puerta de una casa de pueblo), lo que podría indicarnos lo relativa que es la edad, y más si hablamos de la edad literaria.



En uno de los textos, el autor hace referencia a una frase de Víctor Hugo: La revolución es pasar de la retórica a la realidad. Es decir, añade Chirbes, hay que contar lo que hay, mal que les pese a los políticos, reyes, primeros ministros, escritores, clérigos y papas, mal que les pese a quienes se sienten hijos privilegiados de una gran patria o de patrias chiquitas. Este es el espíritu del libro y el espíritu de este testigo de su tiempo. Uno de los motores de su escritura, me atrevo a conjeturar: contar lo que hay, lo que hubo, para entre otras cosas, saber lo que seguramente habrá. Y saberlo por cuenta propia.
El libro nos pasea por un amplio recorrido de lugares que va desde alguno de los maestros del autor, Fernando de Rojas (brillante el ensayo sobre el lenguaje del autor de La Celestina), Cervantes, Galdós (a quien reivindica con fervor argumentado), hasta escritores que fueron sus contemporáneos, como Martín Gaite (su locutora) o Vázquez Montalbán, sin olvidar todo tipo de consideraciones literarias (y sobre la escritura) del pelaje más variado. Pero los textos que, en mi opinión, tienen más fuerza del libro son los titulados De qué memoria hablamos y Una nueva legitimidad. Son un claro ejemplo de eso que llamamos pensamiento crítico. Suponen una perspectiva a la que no solemos asomarnos. Son dos textos que debería leer todo el mundo, en especial algunos (no daré nombres), por aquello que decíamos de la cuenta propia con la que deberíamos pensar. Pero sobre todo, y parafraseando al otro gran Iniesta (Robe), hay que leerlos porque abren las mentes socialadormecidas y ensanchan el alma, sin necesidad de que tiemblen las montañas. Y dejan claro que Chirbes prefiere ser un indio antes que un importante abogado. Testigo antes que síntoma. Escritor antes que esclavo.



Algunas frases del libro:

Una ficción lograda encarna la subjetividad de una época.

...la convicción de que sólo la fuerza de una idea puede ayudarnos a seguir adelante en un mundo en el que todo es inseguro y hostil; cuyo sentido no se encuentra, sino que se construye (sobre la herencia de El Quijote)

Habría que cumplir con la obligación de contar nuestro tiempo, meter el bisturí en lo que este tiempo aún no ha resuelto -o ha traicionado- de aquel, y en lo que tiene de específico.



16 de julio de 2010

Microrrelatos inconscientes (I)

TIEMPO
Con todas nuestra fuerzas hemos luchado para que no llegase el invierno. Nos hemos agarrado a todas las horas tibias, y a cada puesta de sol hemos procurado sujetarlo en el cielo todavía un poco, pero ha sido inútil. Ayer por la tarde el sol se ha puesto irrevocablemente en un enredo de niebla sucia, de chimeneas y de cables, y esta mañana es invierno.

Primo Levi, en Si esto es un hombre

30 de junio de 2010

Piglia y la nouvelle

Se habla mucho de la novela, se habla menos del cuento y no se habla nada de la nouvelle o novela corta. Hay grandes libros que pertenecen –o podrían pertenecer- a este género. Pedro Páramo de Rulfo, El gran Gatsby de Fitzgerald, La invención de Morel de Bioy Casares o Los papeles de Aspern de Henry James, son algunos de los ejemplos más conocidos. Ricardo Piglia (Argentina, 1940), uno de los autores que más han teorizado sobre el cuento (conocido es su análisis de las dos historias de un relato) y sobre la nouvelle, añade a la lista de clásicos de la novela corta dos narraciones que no suelen incluirse en este género: El perseguidor de Cortázar (cuento) y El corazón de las tinieblas de Conrad (novela). Y entre los escritores contemporáneos, podríamos citar al también argentino César Aira como uno de los más firmes exponentes de un género que recibe aún menos focos que el cuento.
Piglia aporta una pequeña tesis sobre el tema en el prólogo de El arquero inmóvil (Páginas de espuma, 2006). La particularidad de la nouvelle como género reside, para el escritor argentino, en la distinción entre tres formas de conocimiento que nos ayudan a formar la intriga de una historia: el enigma, el misterio y el secreto. En los tres casos hay una información que desconocemos. La diferencia está en la causa de ese desconocimiento: el enigma porque hay que descifrarlo, el misterio porque no hay una explicación lógica, y el secreto porque alguien no nos da esa información que queremos conocer. En torno a uno de estos tres elementos (o dos de ellos, o los tres) se estructura toda nouvelle, y en realidad, podríamos añadir que toda historia.
Un aspecto clave que comparten las mejores novelas cortas es lo que Piglia llama el narrador débil, que surgió a finales del siglo XIX, en paralelo a la más citada irrupción del yo y al fin del narrador omnisciente (Joyce, Proust). Se trata de un narrador que titubea, que duda, que narra una historia que no termina de comprender: un secreto que no termina de conocer, aunque pueda intuirse. Un narrador que cuenta una historia que no es la suya, con lo que es importante que sepamos qué es lo que lo impulsa a contar esa historia. En el caso de la novela de Rulfo, por ejemplo, las primeras líneas son definitivas en este sentido: Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo cuando ella muriera.
Como en todo género, se hace necesario una especie de ideólogo. Piglia propone a Henry James y su casa de la ficción: el narrador pasa por delante de una casa que tiene las ventanas iluminadas y ve una escena, ve a un hombre y a una mujer que se besan, por ejemplo, y trata de entender qué pasa ahí, o qué podría pasar, y con esa percepción parcial empieza a averiguar, a construir la historia.

Room Tourists, de Edward Hopper

23 de junio de 2010

La cabeza del narrador

Con el paso del tiempo, a veces me es difícil diferenciar lo vivido de lo soñado y de lo inventado. Todo pertenece a la misma nebulosa.
Rosa Montero, en el curso Lecciones y maestros organizado por la Fundación Santillana y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

Curiosidades

Escribo en google: “Libro sobre...”. Estas son las opciones que me aparecen para continuar la frase:

- Zapatero
- maestría en glifos
- Aznar
- Carrillo
- Belén Esteban
- Guardiola
- Facebook
- mitología griega
- El Corte Inglés
- Perdidos

En cambio, si escribo “Libros sobre...” (en plural), estas son las opciones:

- vampiros
- la guerra civil española
- mitología griega
- el holocausto
- Egipto
- la Segunda Guerra Mundial
- drogas
- embarazo
- Zapatero
- vampiros y amor (sic)


Conclusiones:

- Con las bobadas que se lía uno...

- No sé lo que es una “maestría en glifos”.

- No entiendo por qué una persona busca un libro sobre El Corte Inglés. Entendería que lo buscara en El Corte Inglés (si no hay más remedio) o bajo El Corte Inglés (en el aparcamiento).

- También escapa a mi entendimiento por qué a alguien le interesa un libro sobre Belén Esteban. O bajo Belén Esteban, contra Belén Esteban, para Belén Esteban, desde Belén Esteban, con Belén Esteban... Estoy pensando que, al poner tantas veces el nombre de Belén Esteban, puede que aparezca mi blog como primer resultado cuando alguien busque “Belén Esteban”(aunque como no aparece en el título)... Por el momento, de tanto escribir Belén Esteban, ya casi me parece el nombre de alguien de quien nunca he oído hablar, como cuando repites muchas veces una palabra y te acaba resultando extraña. ¿Belén Esteban? No la conozco. No creo que haya ningún súbdito español (sincero) capaz de responder eso.

- Aparecen en ambas listas Zapatero y la mitología griega.
Puedo imaginar al presidente sentado a la cabecera del Olimpo, sábana en ristre: a un lado, los sindicatos; al otro, la patronal.
Por otra parte, llama la atención tanto interés por la figura del presidente y de los dioses griegos en un país que en la actualidad parece (mayoritariamente) católico y anti-Zapatero. Esto puede ser porque los que responden a esas encuestas no se meten en Internet a buscar “libros sobre”, sino “libros contra”. O puede ser por otra cosa.

- Cuando los internautas buscamos un libro sobre algo, uno sólo, podríamos decir que es por curiosidad*: en este caso, según las búsquedas en google, en general nos interesan los nombres propios, las figuras públicas (y en particular, las más brillantes). En cambio, cuando buscamos más de un libro, podríamos decir que nos mueve un interés que va más allá de la curiosidad, queremos más información, contrastar, etc: en este caso, según las búsquedas en google, nos interesan amplitudes que van más allá de un único individuo-personaje y afectan o tratan de colectivos.

- La primera lista es un perfecto resumen de país, o de lo que le interesa a eso que hemos dado en llamar opinión pública, en este orden posiblemente: los chascarrillos, el fútbol, las series televisivas-americanas, las redes sociales, los políticos (que no la política)...


20 de junio de 2010

Apenas una gota más

¿Por qué no iba yo a sumarme a la incesante tormenta de aniversarios que se celebran cada día, casi cada hora? Ayer se cumplieron dos años de la presentación de El abrazo de piedra en Sevilla (al final fue la única presentación). Quizás lo dejé demasiado solo, pero ya no hay vuelta atrás. No me guarda rencor, me conoce mejor que nadie. Por lo visto está bien, me llegó una carta suya a comienzos de año. Dice que no puede quejarse. Ha logrado colarse en un buen número de estanterías, mesitas de noche, bolsos, se metió en un tren hacia Lisboa, y en otro hacia París, incluso llegó al otro lado del charco después de un largo viaje. Según me contaba en su carta (escueta, testamentaria), ha aprendido mucho en estos dos años. Me preguntaba que para cuándo ese hermanito tan esperado. No sabría contestarle. Cómo decirle que va a nacer diferente a los demás. Cómo explicarle el miedo a lo desconocido, a lo prematuro.
Si quieres conocer a mi segundo primer hijo, pincha aquí. Él lo haría por ti.
Para los que queráis conocer al tercero, paciencia (infinita).

Evolución de un niño entre los 19 y los 24 meses, según la web Cosas de la Infancia: Logra mayor control de su cuerpo, se levanta y se sienta con mayor facilidad, camina con mejor coordinación de costado y hacia atrás, puede correr, girar y detenerse sin caerse. No dice nada de si puede ya desarrollar alergia al polvo, que es lo importante.

19 de junio de 2010

Insomnio, de Chivite (IV)

EL PESIMISMO
En cierto modo, admiro a los optimistas [...] Pero hay una cosa que no soporto de ellos: que se burlen de mi pesimismo. Que lo interpreten como una debilidad. O como una anomalía. Y que traten de reconvenirme y corregirme [...] Ser pesimista es lo coherente. Pero los optimistas no lo ven tan negro. O, sencillamente, cambian de canal en el momento oportuno.
Creen que el pesimista es alguien que sufre un extraño desarreglo. Lo observan con piedad. Y están convencidos de conocer el remedio adecuado [...] Ignoran que el optimismo no puede enseñarse. Que no es educable.
Los optimistas son criaturas [...] muy beneficiosas para la conservación del equilibrio emocional de la especie: digieren gran parte de la maldad que hay en el mundo y la hacen desaparecer en silencio [...] Y eso es algo que nunca dejará de admirarme. Porque, si se fijan bien, los más acérrimos defensores del optimismo suelen ser, paradójicamente, aquellos con los que más duramente se ceba el infortunio.
En cualquier caso, penar que todo está bien (o que si no lo está, pronto se arreglará) tiene que resultar agradable, no digo que no. Y muy sano [...] Los pesimistas solemos tener problemas de estómago.


(capítulo 70)

16 de junio de 2010

Insomnio, de Chivite (III)

LA FELICIDAD
Por supuesto que al final siempre nos sentimos solos y un poco decepcionados. Pero ése no es el problema. Eso es, sencillamente, inevitable. Además, la soledad no tiene por qué ser tan terrible. El verdadero problema ahora es la felicidad. Esa obsesión. La maldita felicidad ha adquirido un protagonismo asombroso. En particular, como cuestión permanentemente irresuelta. Como algo inaplazable y urgente.
Tengo la impresión de que todo el mundo anda ahora muy preocupado con su felicidad. Alguien, alguno de esos avispados filósofos de masas, ha estado por ahí diciendo que tenemos la obligación de ser felices, y ha organizado una buena. De modo que ves a toda esa gente preguntándose: ¿soy feliz?, ¿soy realmente feliz?, ¿qué se supone que debería hacer ahora, más temprano que tarde, para ser todavía más feliz de lo que soy? Les ves haciéndose esa clase de preguntas y no puedes menos que pensar que aquí está fallando algo.

(Capítulo 29: de la felicidad)

13 de junio de 2010

Insomnio, de Chivite (II)

LA PATRIA
Aunque la palabra patria suele tener a menudo feos compañeros de parranda. Por un lado, esas ceremonias insufribles donde se recitan poemas y se entonan cancioncillas (o bien penosamente tiernas o bien demasiado feroces). Y, por otro, la empedernida jauría de patriotas que enarbolan estandartes, gritan ¡viva! Y hacen exhibiciones de puntería. Esto vale, desde luego, para todas las patrias. Es más bien lamentable, pero siempre ha sido igual.
(Capítulo 21: de la nostalgia)


LO SIENTO: no sé cómo hacer para que que no me edite los videos cortados por la mitad de la pantalla... ¿O sólo me pasa a mí?

8 de junio de 2010

La escritura: ¿afición o trabajo?

La respuesta mayoritaria, por suerte y por desgracia, se encuentra en una pregunta que alguien le hace a un escritor en algún lugar del mundo en estos momentos: ¿Pero vives de lo que escribes o trabajas en algo?

6 de junio de 2010

Castán y Holiday

Es definitvo: este tío escribe de puta madre. Es muy bueno. Hablo de Carlos Castán. Su último libro, Sólo de lo perdido, me ha parecido aún mejor que Museo de la soledad y Frío de vivir. Tiene un peligro Castán, el mismo que tiene Billie Holiday (recuerdos para Salva): pueden atraparte en su dolor. Entonces te sientes perdido en el planeta y en los días que se suceden como las espinas de una corona (La baba y el carmín). Te has convertido en uno de sus personajes.

5 de junio de 2010

Tu vida sin ti

Tu vida es siempre la de alguien más.

Lo dice Luis Magrinyà en una entrevista en El País. Me da rabia citar la misma frase con la que el periodista titula la entrevista en el periódico, pero ha sido inconsciente, y la frase me parece buenísima. Magrinyá acaba de publicar su último libro, Habitación doble. Y ha decidido grabar un vídeo promocional, gesto muy poco habitual pero que en un futuro cercano puede convertirse en cotidiano para los escritores. En fin, otros tiempos. Quizá mejores. Yo, desde luego, prefiero un vídeo como este a una monótona presentación en la que se repiten una y otra vez las mismas sentencias dogmáticas cargadas de lugares ya comunes de tan usados.

4 de junio de 2010

Delibes y el Campo Grande


El escritor y periodista Ramón García (nada que ver con el de las campanadas) es autor de una biografía de Delibes titulada El quiosco de los helados (Destino, 2005) en honor al lugar por donde los dos escritores, autor y biografiado, pasearon juntos durante treinta años.



Es sabido que Delibes era un enamorado del Campo Grande. Le gustaba especialmente el entorno de la Fuente de la Fama y la Fuente del Libro, en donde era fácil verlo leyendo el periódico o recogiendo las hojas secas que empezaban a caer de los árboles, quizás con la mirada de una ardilla clavada en el cogote, o secundado por uno de esos bellos monstruos de cuento oriental que pueblan el jardín.




En uno de esos paseos entre escritores, Delibes declaró que había pocos lugares en el mundo tan apacibles y gustosos como este parque nuestro. García le dijo:
-¿En el mundo has dicho?
Y Delibes respondió:
- En el mundo he dicho.

2 de junio de 2010

Relatos perdidos

Uno nunca sabe lo que pasará cuando empieza a escribir en una hoja en blanco, cuando empieza a cantar. Nunca se sabe lo que habrá al otro lado. Quizás no haya nada al final de estas palabras. Podemos tener claro el final de lo que vamos a contar, el lugar desde el que contarlo o la forma que tomará el fondo: esto depende de cada escritor, incluso de cada historia. Hay escritores que planifican cada paso del viaje y conocen el destino hacia el que van (son escritores “turistas”). Y los hay que hacen camino al andar (“viajeros”). Ambas posturas son igual de dignas y por tanto, respetables. Y como digo, en muchas ocasiones no depende tanto del escritor como del relato que se está escribiendo. Pero no podemos saber lo que reflejará ese espejo que es la hoja en blanco para un escritor. Un espejo que refleja lo que hay (lo que se ha vivido, se ha imaginado, se ha deseado), no lo que a nosotros nos gustaría que hubiera. Si las hojas escritas reflejasen siempre lo que el escritor tiene en su cabeza, lo que cree que quiere y puede escribir (y no se debería escribir sin creerlo), el mundo se llenaría de escritores geniales. Todos podrían serlo. Pero sabemos que esto no es así. La escritura, la que nace del conflicto entre el individuo y lo demás, la que sirve para conocerse a uno mismo y por tanto al mundo, la que se pone al servicio de los sueños y frustraciones del escritor, puede sorprendernos. Y puede perderse. Sin más, sin una razón aparente.
¿Dónde van los relatos que nunca llegan a escribirse? Y las notas perdidas, las ideas olvidadas (Azcona decía que las buenas siempre vuelven), los argumentos que nunca se transformaron en trama, las libretas tiradas a la basura, los cuadernos arrancados, los folios arrugados o despedazados, esos proyectos de los que nos habla Carmen Martín Gaite desde El cuarto de atrás (Destino, 2005), esos impulsos que se encienden como fuegos fatuos, al calor de ciertas lecturas, pero luego, cuando falta el entusiasmo, de poco sirve volver a la fuente que lo provocó, porque lo que se añora, como siempre, es la chispa del encuentro primero. ¿Dónde queda esa chispa que una vez fue un relato, al menos en potencia? Puede que los escritores no seamos más que los encargados de ir recogiendo esos relatos que un día se encendieron, quizás hace siglos. Encontrarlos y contarlos. Porque todas las historias merecen ser contadas. No hay relato por el que no valga la pena buscar. Al final del camino, lo escribió Bukowski, estarás solo con los dioses y las noches arderán en llamas. Llevarás las riendas de la vida, hasta la risa perfecta. Es por lo único que vale la pena luchar. Aunque sólo sea un momento.



Para Aga, por las borracheras cantadas, por los brindis escritos.


Por cierto, en la segunda parte de la canción, cambia el ritmo (se acelera), aunque el otro día Fito se lo pasara por el fitipaldi en el concierto de Sevilla (para una que tocaron de Platero...). En el disco, si no me equivoco, es Robe, el de Extremo, quien hace los coros en ese pequeño "subidón, subidón".

1 de junio de 2010

Editores

Me gusta trabajar con un editor que se lee mis libros, que los anota, que los comenta conmigo; que, después de leer alguno de ellos, me dice que ha salido malherido, como yo mismo salgo después de haberlo escrito; con el que se establecen afinidades electivas hasta el punto de que, poco a poco, la relación adquiere una textura afectiva.

Tengo sólo una vida y hace años que elegí dedicarla a la literatura, y no al comercio.

Me cuido de no poner las bases de mi economía en la esperanza de libros que no he escrito, tampoco firmo contratos anticipados, ni que liguen mi siempre frágil novela futura: todo eso me parece que tiene que ver más con la especulación que con el trabajo y me resulta una actitud tan poco ejemplar como la de los que compran en la bolsa.


Las tres citas pertenecen a una charla que dio Rafael Chirbes en Valencia en julio de 2008, charla incluida en su último libro, Por cuenta propia: leer y escribir. Tendría que haber estado allí. Lo bueno es que mi piedra no es de esas con las que pueda tropezarse dos veces. Es demasiado grande, aunque sé que en realidad no lo es tanto. Pero ahora mismo parece que fuera una catedral.

27 de mayo de 2010

Literatura y fantasmas

El último libro de uno de los maestros vivos se puede contemplar desde diversos ángulos. Es una historia de fantasmas. Es un paseo privado por la literatura irlandesa, junto a Joyce y Beckett, entre otros. Es un funeral –con pretensión paródica- por la era de la imprenta y por la edición literaria, pero también por los auténticos escritores y por los lectores con talento, y por todo lo que se echa en falta hoy en día. Es un viaje a Dublín con los amigos. Es Dublinesca, la última de Vila-Matas. El mayor fantasma de la literatura actual.



La pregunta es quién es el fantasma que aparece de una manera u otra en la novela -si no me fallan las cuentas- hasta en once ocasiones. Tantas como ocasiones en las que aparece en el Ulysses ese personaje desconocido que ha dado mucho que hablar a estudiosos y especialistas, entre ellos a Nabokov. Ese personaje que aparece por primera vez en el capítulo sexto que tanto se cita en Dublinesca, y que hace pensar a Bloom: Siempre aparece alguien que no te esperas para nada. Para el escritor ruso, el misterioso (des)conocido como Macintosh, es el propio Joyce, que de esta forma se incluyó en su propia obra como el pintor de la vieja Italia colocaba su rostro en un rincón oscuro de su lienzo. Joyce permitió a su personaje contemplar a su creador. ¿Habrá hecho lo mismo Vila-Matas con su protagonista?



El fantasma podría ser el personaje desconocido de la novela de Joyce. Podría ser el escritor genial que Riba nunca encontró (mal secreto de todo editor). Podría ser el duende de la infancia, el genius latino, la primera persona que hubo en nosotros. Podría ser Vila-Matas, que se dibuja en el lienzo como Joyce. Podría ser Joyce. Podría ser Malachy Moore, el doble del joven Beckett que pasea por los lugares más insospechados. Podría ser el propio Riba, ignorante, entusiasmado con la reaparición del autor. Pensemos lo que pensemos, tendremos razón. O puede que la tenga Dublín. Y puede, además, que sea verdad que hay focos de espacio y tiempo conectados entre sí, focos entre los que podemos viajar los denominados vivos y los denominados muertos y de ese modo encontrarnos (¿Lost?).
Para un análisis más complejo de la novela, para un análisis, recomiendo leer los tres lamentos que lleva publicados hasta el momento Portnoy: Dublinesca I, Dublinesca II, Dublinesca III.

17 de mayo de 2010

Momo

Por suerte o por desgracia (o por cuestión generacional), no inicié mi aventura con los libros a partir de Stevenson, Verne, Salgari y compañía. Mi primer libro, el primero que recuerdo (aunque hubo otros antes, los de El Barco de Vapor) es Momo, de Michael Ende, en la edición de Alfaguara de 1991, traducida por Susana Constante (el original se publicó en 1973). Lo leí gracias a mi profesor de Lengua, a quien, por cierto, llamaban El Masca, no recuerdo si porque era el más calvo o el más cabrón. En cualquier caso, demostró buen criterio al escoger este libro para sus alumnos (en algún sitio he leído que actualmente hay profesores que, también con buen criterio, recomiendan su lectura en esa maligna fábrica de valores que es Educación para la Ciudadanía). Tenía un cierto miedo a releerlo. Siempre existe el riesgo de que un libro que recuerdas con cariño se estropee cuando lo lees años después, en mayor medida si la primera lectura fue en la infancia. No ha sido este el caso.



Momo sigue siendo como la recordaba. Una niña sin pasado (se sabe que escapó de un orfanato) que vive debajo de un antiguo anfiteatro olvidado a las afueras de una ciudad grande en la que sus habitantes eran oyentes y mirones apasionados que amaban los teatros y sabían admirar la ficción:

Cuando escuchaban los acontecimientos conmovedores o cómicos que se representaban en la escena, les parecía que la vida representada era, de modo misterioso, más real que su verdadera vida cotidiana. Y les gustaba contemplar esa realidad.



Momo sigue siendo pequeña, el pelo muy ensortijado, negro como la pez, y siempre va con una falda hecha de remiendos de diferentes colores que le llega hasta los tobillos y un chaquetón viejo demasiado grande para una niña tan flaca que no se podía decir si tenía ocho años sólo o ya tenía doce. Sus dos mejores amigos son aún Beppo, un viejo callado, y Gigi, un joven parlanchín. Su guía, una tortuga llamada Casiopea. Y sus enemigos, los de toda la sociedad, todavía son los hombres grises, siempre con un cigarrillo en la boca (se ve que Ende fue el antecedente de Mercedes Milá).
Momo sigue pareciéndome una magnífica novela infantil sobre el tiempo. Toda la historia es un alegato a favor del tiempo como un derecho propio que hemos olvidado a fuerza de malvenderlo. Y es que, como dice el narrador:

Cada hombre tiene su propio tiempo. Y sólo mientras siga siendo suyo se mantiene vivo.

11 de mayo de 2010

Insomnio, de Chivite (I)



No es fácil provocar tantas reflexiones en 210 páginas sin resultar demasiado metafísico. Fernando Luis Chivite lo consigue en Insomnio (Acantilado, 2006) mediante 76 capítulos cortos y una sintaxis sencilla y directa que contrasta con el tono existencial de la novela, por la que planean el pesimismo (herencia de Bernhard), la contradicción, el dolor.



El narrador es un escritor que se parece a Chivite, un escritor que salió a buscar a Vallejo, Pessoa, Rilke, Trakl, y ha llegado a columnista de periódicos. Un escritor-narrador insomne, cuarentón, sin éxito literario, firme defensor del pesimismo irónico frente a la melancolía y la tragedia de la vida. Un escritor, según la clasificación que realiza uno de los personajes, introspectivo-periférico-indolente-invisible. Un escritor que cuenta su vida –y la de cualquiera- a través de la vida de decenas de personajes a los que conocemos por sus frustraciones y sus tragedias, que es lo mismo que decir por sus sueños y sus alegrías. Memorable el personaje de August Friedrich Byter (un tanto vilamatiano), un escritor que escribía para no enfriarse. Magnífica novela de la que seguiré hablando por escrito aquí. Además, salgo en la página 58 de la novela. Cito: Es el guardián de su elocuente mudez. Que no es lo mismo que ser callado.

7 de mayo de 2010

Frío de leer



Para los protagonistas de los cuentos de Carlos Castán (Barcelona,1960), vivir es un ejercicio triste. Así lo expresa el narrador de La vida por delante, uno de los relatos de Frío de vivir (1997). El propio Castán explica que recurre al lirismo, a eso que llamamos lirismo, y a la fuerza de la metáfora para tratar de entrelazar belleza y efectividad. Una belleza que se esconde en forma de prodigios fantásticos que están ahí, en medio de la realidad, aunque no siempre, y no todos, podamos verlos: Quizá el problema sea una manera inadecuada de entender el realismo [...] No podemos limitarnos a llamar realidad a la superficie de las cosas. Al otro lado de esa superficie (el libro se encabeza con una cita de Cortázar) encontramos, de la mano del autor y sus narradores –en buena parte, monologuistas de interiores-, historias de infancia y adolescencia, de venganza, de rutina, de deseos frustrados, que necesitan ese perfume lírico que Castán espolvorea con maestría para que el frío no sea helador.
Ese mismo narrador que antes nos habló, el de La vida por delante, dice:

...un amor que no te haga estallar los vasos contra las paredes, llamar a gritos al amanecer, asesinar a alguien o caminar descalzo sobre brasas o hielo, ni es amor ni es nada.

Cambiad la palabra “amor” por la palabra “libro” y obtendréis una definición aproximada de lo que tiene que ser la literatura para Castán, a juzgar por los dos libros suyos que he leído hasta el momento: Frío de vivir y Museo de la soledad (los dos comienzan en un tren). Aguarda en la mesilla Solo de lo perdido (Destino,2008), pero sospecho que es más de lo mismo, de lo mejor. Al menos de lo más particular.
Dato: Frío de vivir fue editado en 1997 por Zócalo, una pequeña editorial zaragozana ahora llamada Onagro; un año después lo reeditó Salamandra. Con Museo de la soledad pasó al contrario: fue una editorial grande, Espasa, quien lo editó en 2000 y una editorial pequeña, Tropo Editores, la que lo reeditó siete años después.


29 de abril de 2010

Inauguración



LA FAMILIA DEL PINTOR, 2008 (Foto: Raul Andrade)

WINDSURF, 2008 (Foto: Raul Andrade).


ANA, 2008. Ilustración para el libro de cuentos "El que no vuela es porque no quiere", de Yago Moliní (editorial Mando Cohete)

MAUS, 2009 (foto: Juan Ramón Gallardo).

27 de abril de 2010

Leer y escribir cuentos

El cuento está muy necesitado de apoyos. El cuento es, junto a la poesía, el género más desasistido, frágil y vulnerable que existe. El cuento, como el coronel, no tiene quien le escriba. A veces fantaseo con la idea de que escribo piezas breves sólo para hacerle al cuento un poco de compañía, para hacerle caso, para que el cuento no esté tan solo, tan triste, tan abandonado. Para que el cuento y yo seamos uno.
Eloy Tizón en una entrevista realizada en 2006 por literaturas.com

Por suerte, la cosa ha cambiado y el cuento tiene cada día más escritores que le escriban (unos con más o menos oportunismo y calidad que otros, como en todo). Y lo que es más importante: más lectores que le lean.

24 de abril de 2010

Y dale con el periodismo

Según cuenta Javier Cercas en una de sus crónicas para la edición catalana de El País, recogidas en el libro Relatos reales (Acantilado, 2000), Saramago contó la siguiente historia -se hablaba de cómo los medios crean realidades ficticias- en la cena posterior a la entrega de un premio que le otorgaban en Gerona:
En un pueblo donde sólo hay un periódico, el ama de llaves que vive con el director del periódico le dice un día que ese año va a ser malo para la cosecha de la patata. El director le dice que se equivoca, pero ella insiste, y al día siguiente el titular del periódico reza: «Excelente año para la cosecha de patata». El ama de llaves le dice al director: «Tenía usted razón».

23 de abril de 2010

Libertad

Prefiero mis pájaros a tus jaulas.
Anónimo en una pared sevillana.

20 de abril de 2010

La impuntualidad

Cumplimos con nuestros horarios externos, pero la sensibilidad para el tiempo interior, para el tiempo del alma, la hemos eliminado.
Michael Ende

18 de abril de 2010

Remover y sacudir

Hace unas semanas vi cómo un hombre abandonaba el periódico en su asiento cuando se bajó del tren. Era la edición en español de Le Monde Diplomatique. En un artículo firmado por Pascual Serrano, autor, entre otros, del libro Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo (Península, 2009), leí la siguiente frase:

Buscamos informar para inconformar, para sacudir las comodidades de aquéllos a quienes les sobra, y para remover la pasividad de aquéllos a quienes les falta.


Una magnífica manera de definir lo que un periodista debería proponerse. Hoy en día se hace todo lo contrario.

17 de abril de 2010

Nunca reneguéis de los insomnios, a los que suele acudir la imaginación.
Ramiro Pinilla

14 de abril de 2010

Ficción y desmesura

Hay personas a las que no les gusta leer ficción porque piensa que sólo sirve para distraerse. Los argumentos para contradecir ese criterio son tantos (entre ellos, la cursiva) que no voy a recordarlos (disculpad la pereza). Simplemente voy a añadir uno más, relacionado con La noche de los tiempos, la novela de Muñoz Molina, y la situación política y judicial que vive este país últimamente.
Uno de los múltiples aciertos de la novela, a mi entender, es la manera en que el autor plasma –en el tono, en la atmósfera- la desmesura verbal que se vivió en España en los meses previos a la guerra (in)civil, y cómo eso contribuyó a desencadenar el conflicto.



El libro es un examen de conciencia: republicano en particular y español en general, sin edulcorante, o con mucho menos del habitual en ciertos autores. Hay palos para todos, palos que se dieron ellos mismos, no los inventa el autor en este caso. Palos para el comunismo sólo teórico de algunos, para Bergamín y su Alianza de Intelectuales Antifascistas, para la doble moral, tan de moda actualmente, para la desmesura cultural que ensalza a unos y sepulta a otros por dudosos motivos, para el exilio español en París, para el falso vanguardismo artístico, para los monárquicos, para los partidos que estaban representados en el Parlamento previo al levantamiento militar, para la Iglesia, para el fanatismo político. Sobre esto último, escribió Larra hace más de 175 años:

Cae una palabra de los labios de un perorador en un pequeño círculo, y un gran pueblo, ansioso de palabras, la recoge, la pasa de boca en boca, y con la rapidez del golpe eléctrico un crecido número de máquinas vivientes la repite y la consagra, las más veces sin entenderla, y siempre sin calcular que una palabra sola es a veces palanca suficiente a levantar la muchedumbre, inflamar los ánimos y causar en las cosas una revolución.

Ahora que con el caso del juez Garzón (y antes con la llamada ley de la memoria histórica) parece que vuelve a surgir (nunca se fue del todo) la cantinela de las dos Españas, bien haríamos todos en leernos la novela de Muñoz Molina, aunque nos pese (lo digo porque son 958 páginas, de las cuales no sobra ni una). ¿Para qué nos puede servir? Para calmarnos, para no sacar las cosas de quicio, para medir las palabras y el lenguaje, para tener conciencia de lo que fuimos y compararlo con lo que somos, para recordar que hubo un tiempo, hace menos años de los que parece, en el que todo el mundo se volvió loco, sin muchos aspavientos, poco a poco, todo el mundo empezó a sospechar de todo y de todos. Un tiempo en el que la desmesura provocó una competición por ver quien la decía o la hacía más gorda, por ver quién la tenía más grande. Hasta que se les fue de las manos, sin que muchos dieran crédito (como ahora los bancos). Me parecen buenas razones para leer una novela, una ficción. Bien harían muchos en leerla estos días, antes de hablar. Pero claro, entiendo que es más fácil abrir la boca que un libro. Ahí me quedo sin argumentos, y sin post.