19 de junio de 2010

Insomnio, de Chivite (IV)

EL PESIMISMO
En cierto modo, admiro a los optimistas [...] Pero hay una cosa que no soporto de ellos: que se burlen de mi pesimismo. Que lo interpreten como una debilidad. O como una anomalía. Y que traten de reconvenirme y corregirme [...] Ser pesimista es lo coherente. Pero los optimistas no lo ven tan negro. O, sencillamente, cambian de canal en el momento oportuno.
Creen que el pesimista es alguien que sufre un extraño desarreglo. Lo observan con piedad. Y están convencidos de conocer el remedio adecuado [...] Ignoran que el optimismo no puede enseñarse. Que no es educable.
Los optimistas son criaturas [...] muy beneficiosas para la conservación del equilibrio emocional de la especie: digieren gran parte de la maldad que hay en el mundo y la hacen desaparecer en silencio [...] Y eso es algo que nunca dejará de admirarme. Porque, si se fijan bien, los más acérrimos defensores del optimismo suelen ser, paradójicamente, aquellos con los que más duramente se ceba el infortunio.
En cualquier caso, penar que todo está bien (o que si no lo está, pronto se arreglará) tiene que resultar agradable, no digo que no. Y muy sano [...] Los pesimistas solemos tener problemas de estómago.


(capítulo 70)