Me gusta trabajar con un editor que se lee mis libros, que los anota, que los comenta conmigo; que, después de leer alguno de ellos, me dice que ha salido malherido, como yo mismo salgo después de haberlo escrito; con el que se establecen afinidades electivas hasta el punto de que, poco a poco, la relación adquiere una textura afectiva.
Tengo sólo una vida y hace años que elegí dedicarla a la literatura, y no al comercio.
Me cuido de no poner las bases de mi economía en la esperanza de libros que no he escrito, tampoco firmo contratos anticipados, ni que liguen mi siempre frágil novela futura: todo eso me parece que tiene que ver más con la especulación que con el trabajo y me resulta una actitud tan poco ejemplar como la de los que compran en la bolsa.
Las tres citas pertenecen a una charla que dio Rafael Chirbes en Valencia en julio de 2008, charla incluida en su último libro, Por cuenta propia: leer y escribir. Tendría que haber estado allí. Lo bueno es que mi piedra no es de esas con las que pueda tropezarse dos veces. Es demasiado grande, aunque sé que en realidad no lo es tanto. Pero ahora mismo parece que fuera una catedral.