A partir de este mes empiezo a colaborar con el periódico digital TRIBUNA INTERPRETATIVA. Este es el texto de mi primer artículo, publicado el 8/05/2013:
Mucho se ha escrito sobre
la relación entre estas dos artes clásicas. Cine y literatura, literatura y
cine, ambos se dan la mano a menudo en busca del fondo que hay detrás de toda
forma: la historia. Para ello cuentan, entre otras, con dos herramientas
principales: la palabra y la imagen, si bien ambas se entremezclan en la mente
del lector y el espectador, en la actualidad fundidos en uno debido a la
presencia masiva de las pantallas y lo audiovisual en nuestra vida cotidiana.
Pareja de hecho hace mucho tiempo, no parece probable que el cine y literatura
vayan a separar sus caminos. Todo lo contrario.
Tanto monta
Desde
la aparición del invento de los hermanos Lumière, el cine ha ido
aumentando de manera progresiva su influencia en la literatura. Más allá de la
novelización de películas o series, es sobre todo en la estructura y en la
mirada en donde más se nota ese ascendente. Igual que sucedería más tarde con
la llegada de la televisión y ahora ha ocurrido con Internet, el cine modificó
la interpretación de la realidad y nuestra relación con ella, y por tanto, la
manera de representarla en las ficciones literarias. Así, del mismo modo que
anteriormente la literatura había contribuido a dar forma al lenguaje
cinematográfico, el cine ha dejado su huella en la literatura gracias a esa
evolución tanto en la manera de mirar como en la de contar y entender lo que
vemos.
Monta tanto
La
influencia de la literatura en el cine se centra más, en apariencia, en la
adaptación concreta del contenido, pero no sólo. Ya D.W.Griffith y Sergei
Eisenstein, considerados los padres de la narrativa y el montaje
cinematográficos, reconocieron la influencia que ejerció en sus películas la obra
de Charles
Dickens (uno de los escritores más adaptados), sobre todo en cuanto a la
estructura y el lenguaje. Es decir: la manera de contar, más allá de lo que
contaban.
Son innumerables las películas
basadas en libros u obras literarias. Más de las que pensamos. En el mes de
mayo, hasta cuatro estrenos de la cartelera serán una adaptación literaria: 360,
de Fernando Meirelles (obra teatral La ronda, de Artur Schnitzler), La
mula de Michael Radford (novela de Juan Eslava Galán), La Estrella
de Alberto Aranda (novela de Belén Carmona) y Hijo de Caín de Jesús
Monllaó Plana (novela de Ignacio García-Valiño).
Todos podemos reconocer que Ana Karenina (2013),
la última versión de Joe Wright, está basada en la obra de Tolstoi,
o que Di Caprio interpreta al millonario imaginado por Scott
Fitzgerald en El
Gran Gatsby (2013). Son clásicos, libros ya conocidos antes que las
películas, por más que estas puedan aumentar la difusión de aquellos. Pero qué
ocurre con tantos libros que también son la base de tantas películas y sin
embargo no son tan (re)conocidos.
A
lo largo de la historia del cine, son muchos los casos de obras literarias
“engullidas” por el alcance y la fama de la película a la que dieron origen de
una u otra manera. Algunos ejemplos: Perdición (1944), el
clásico del cine negro de Billy Wilder, viene de la novela Double
Indemnity (Pacto de sangre en España), de James M. Cain. Uno de los nuestros
(1990), de Scorsese, está basada en un ensayo de Nicholas Pileggi,
Wiseguy (1986). Y un caso “extremo”, El milagro de Ana Sullivan
(1962), película dirigida por Arthur Penn y basada en la obra teatral
homónima de William Gibson (guionista de la película), que a su vez es
una versión de Story of my life, la autobiografía escrita por Helen
Keller, la protagonista de la historia real.
Si
avanzamos más en el tiempo, sin salir de nuestras fronteras, encontramos
también muchos ejemplos, como La piel que habito
(2011), de Almodovar, inspirada en la novela Tarántula (2003), del francés Jonquet
Thirrey. O La lengua de las mariposas
(1999), de José Luis Cuerda, basada en tres cuentos del libro de Manuel Rivas ¿Qué me quieres, amor?De todo esto podríamos sacar una pequeña conclusión
(positiva, si se quiere) sobre la literatura: influye más de lo que podría
parecer, aunque no sea de una manera directa y (re)conocida. Está a kilómetros
de distancia de afectar a la sociedad como lo hacía en siglos anteriores, y no
hay duda de que está a años luz de ser tan protagonista como el propio cine, y
no digamos ya la televisión, a la hora de formar gustos y opiniones. Pero lo
cierto es que la literatura sigue estando ahí, sembrando historias que luego
germinan en pantalla grande o pequeña, de una forma más o menos explícita, de
una manera más o menos libre, acertada o equivocada, aunque luego los flashes y
los premios deslumbren otros orgullos y las críticas y buena parte del público
olvidemos el origen de todo aquello.