9 de mayo de 2013

Cine y literatura, hasta el infinito y más allá


A partir de este mes empiezo a colaborar con el periódico digital TRIBUNA INTERPRETATIVA. Este es el texto de mi primer artículo, publicado el 8/05/2013:


Mucho se ha escrito sobre la relación entre estas dos artes clásicas. Cine y literatura, literatura y cine, ambos se dan la mano a menudo en busca del fondo que hay detrás de toda forma: la historia. Para ello cuentan, entre otras, con dos herramientas principales: la palabra y la imagen, si bien ambas se entremezclan en la mente del lector y el espectador, en la actualidad fundidos en uno debido a la presencia masiva de las pantallas y lo audiovisual en nuestra vida cotidiana. Pareja de hecho hace mucho tiempo, no parece probable que el cine y literatura vayan a separar sus caminos. Todo lo contrario.


Tanto monta

Desde la aparición del invento de los hermanos Lumière, el cine ha ido aumentando de manera progresiva su influencia en la literatura. Más allá de la novelización de películas o series, es sobre todo en la estructura y en la mirada en donde más se nota ese ascendente. Igual que sucedería más tarde con la llegada de la televisión y ahora ha ocurrido con Internet, el cine modificó la interpretación de la realidad y nuestra relación con ella, y por tanto, la manera de representarla en las ficciones literarias. Así, del mismo modo que anteriormente la literatura había contribuido a dar forma al lenguaje cinematográfico, el cine ha dejado su huella en la literatura gracias a esa evolución tanto en la manera de mirar como en la de contar y entender lo que vemos.


Monta tanto

La influencia de la literatura en el cine se centra más, en apariencia, en la adaptación concreta del contenido, pero no sólo. Ya D.W.Griffith y Sergei Eisenstein, considerados los padres de la narrativa y el montaje cinematográficos, reconocieron la influencia que ejerció en sus películas la obra de Charles Dickens (uno de los escritores más adaptados), sobre todo en cuanto a la estructura y el lenguaje. Es decir: la manera de contar, más allá de lo que contaban.

Son innumerables las películas basadas en libros u obras literarias. Más de las que pensamos. En el mes de mayo, hasta cuatro estrenos de la cartelera serán una adaptación literaria: 360, de Fernando Meirelles (obra teatral La ronda, de Artur Schnitzler), La mula de Michael Radford (novela de Juan Eslava Galán), La Estrella de Alberto Aranda (novela de Belén Carmona) y Hijo de Caín de Jesús Monllaó Plana (novela de Ignacio García-Valiño).

Todos podemos reconocer que Ana Karenina (2013), la última versión de Joe Wright, está basada en la obra de Tolstoi, o que Di Caprio interpreta al millonario imaginado por Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby (2013). Son clásicos, libros ya conocidos antes que las películas, por más que estas puedan aumentar la difusión de aquellos. Pero qué ocurre con tantos libros que también son la base de tantas películas y sin embargo no son tan (re)conocidos. 

A lo largo de la historia del cine, son muchos los casos de obras literarias “engullidas” por el alcance y la fama de la película a la que dieron origen de una u otra manera. Algunos ejemplos: Perdición (1944), el clásico del cine negro de Billy Wilder, viene de la novela Double Indemnity (Pacto de sangre en España), de James M. Cain. Uno de los nuestros (1990), de Scorsese, está basada en un ensayo de Nicholas Pileggi, Wiseguy (1986). Y un caso “extremo”, El milagro de Ana Sullivan (1962), película dirigida por Arthur Penn y basada en la obra teatral homónima de William Gibson (guionista de la película), que a su vez es una versión de Story of my life, la autobiografía escrita por Helen Keller, la protagonista de la historia real.

Si avanzamos más en el tiempo, sin salir de nuestras fronteras, encontramos también muchos ejemplos, como La piel que habito (2011), de Almodovar, inspirada en la novela Tarántula (2003), del francés Jonquet Thirrey. O La lengua de las mariposas (1999), de José Luis Cuerda, basada en tres cuentos del libro de Manuel Rivas ¿Qué me quieres, amor?De todo esto podríamos sacar una pequeña conclusión (positiva, si se quiere) sobre la literatura: influye más de lo que podría parecer, aunque no sea de una manera directa y (re)conocida. Está a kilómetros de distancia de afectar a la sociedad como lo hacía en siglos anteriores, y no hay duda de que está a años luz de ser tan protagonista como el propio cine, y no digamos ya la televisión, a la hora de formar gustos y opiniones. Pero lo cierto es que la literatura sigue estando ahí, sembrando historias que luego germinan en pantalla grande o pequeña, de una forma más o menos explícita, de una manera más o menos libre, acertada o equivocada, aunque luego los flashes y los premios deslumbren otros orgullos y las críticas y buena parte del público olvidemos el origen de todo aquello.