2 de julio de 2008
Galeano, historias de la Historia
Hay un libro que me impactó en su momento, cuando me lo descubrieron. Es El libro de los abrazos, del uruguayo Eduardo Galeano. Desde entonces, desde que me atrapó, no he dejado de recomendarlo o regalarlo a los amigos. Creo que es un libro imprescindible para conocer la situación sudamericana (junto a Las venas abiertas de América Latina). Y ahora Galeano nos regala un nuevo libro (salió a la calle en abril, conjuntamente en España, México y Argentina), Espejos. Subtitulado Una historia casi universal, el libro nos abre los ojos a la otra Historia, la menos conocida, la que no quisieron contarnos o nos contaron manipulada. La Historia del olvido. A través de unas seiscientas historias cortas, el autor uruguayo abofetea a todos los que creen que el progreso abarca todos los rincones del planeta, ya que al terminar de leer cada una de las historias, uno se da cuenta de la gran injusticia que ha reinado en el mundo, que reina aún y lo que es peor, que reinará si no lo remediamos. Y este libro puede ayudarnos, porque para solucionar un problema lo primero es reconocerlo. Para cambiar el futuro hay que conocer el pasado, los errores, los aciertos. No importa el problema, importa la solución. Leamos pues. Y solucionemos, o intentémoslo. O al menos no vayamos por ahí enorgulleciéndonos de un progreso que no es real (porque no es completo).
Argos fue el nombre de un gigante de cien ojos y de una ciudad griega de hace cuatro mil años. También se llamaba Argos el único que reconoció a Odiseo cuando llegó, disfrazado, a Ítaca. Homero nos contó que Odiseo regresó, al cabo de mucha guerra y mucha mar, y se acercó a su casa haciéndose pasar por un mendigo achacaso y haraposo.Nadie se dio cuenta de que él era él. Nadie salvo un amigo que ya no sabía ladrar, ni podía caminar, ni moverse siquiera. Argos yacía, a las puertas de un galdón, abandonado, acribillado por las garrapatas, esperando la muerte. Cuando vio, o quizás olió, que aquel mendigo se acercaba, alzó la cabeza y sacudió el rabo.
Están allí, pintadas en las paredes y en los techos de las cavernas. Estas figuras, bisontes, alces, osos, caballos, águilas, mujeres, hombres, no tienen edad. Han nacido hace miles y miles de años, pero nacen de nuevo cada vez que alguien las mira. ¿Cómo pudieron ellos, nuestros remotos abuelos, pintar de tan delicada manera? ¿Cómo pudieron ellos, esos brutos que a mano limpia peleaban contra las bestias, crear figuras tan llenas de gracia?¿Cómo pudieron ellos dibujar esas líneas volanderas que escapan de la roca y se van al aire?¿Cómo pudieron ellos…?¿O eran ellas?
Los judíos, los cristianos y los musulmanes veneran a la misma divinidad. Es el dios de la Biblia, que responde a tres nombres: Yahvé, Dios y Alá, según quien lo llame. Los judíos, los cristianos y los musulmanes se matan entre sí diciendo que obedecen sus órdenes. En otras religiones los dioses son o han sido muchos. Numerosos olimpos hubo y hay en Grecia, en La India, en México, en Perú, en Japón, en China. Y sin embargo, el dios de la Biblia es celoso. ¿Celoso de quién? ¿Por qué le preocupa tanto la competencia, si es el único y el verdadero?
Podéis verle hablando sobre este libro en El Público Lee: aquí