Así es, Milán Kundera tiene nueva novela, y nadie lo sabía. Aún no la ha escrito, o quizás esté escrita entre las páginas de todas las que ha publicado. Esa novela en apariencia invisible y que contiene los silencios de un escritor, todo lo que cuenta sin contarlo. El tema de esta, recurrente en casi todos los escritores, es el pasado.
Puede que nunca sepamos la realidad de lo que pasó, aunque yo tengo mi versión, ficticia, por supuesto. Pero antes recapitulemos para los que no conozcan el caso. El lunes 13 de octubre el semanario checo Respeckt, al parecer una de las revistas checas con mayor prestigio, publica una noticia en la que acusa a Kundera de delatar a un tal Miroslav Dvoracek a la policía comunista en 1950, cuando el escritor tenía veinte años. Como consecuencia del chivatazo, Dvoracek fue detenido y condenado a pena de muerte. Finalmente cumplió veintidós años de cárcel y trabajos forzados en una de esas minas de uranio a las que fueron condenados tantos presos políticos en aquella época. Durante todos estos años vivió -ahora en Suecia- con la convicción de que la delatora que lo privó de libertad fue Iva Militká, la chica que lo había acogido en su habitación de la residencia de estudiantes -situada en el barrio praguense de Dejvice y de la que Kundera era delegado- el día de la detención. La fuente de esta información, que cita el propio semanario checo que destapa el caso Kundera sin confrontarla previamente con la opinión del literato, es un informe del Instituto para la Investigación del Régimen Totalitario en Praga, un informe que no está firmado por Kundera y que no incluye número identificativo alguno, sólo la fecha de nacimiento. Este instituto, por lo visto y leído, se fundó para estudiar el funcionamiento interno de los totalitarismos y hasta ahora sólo se ha dedicado a buscar revelaciones escandalosas sobre personas que luego han resultado ser inocentes. A este respecto, el vicepresidente del gobierno checo ha dicho que sería preciso fijar unas reglas para el instituto que concreten quién es la autoridad que dice lo que se puede publicar. El líder de la oposición ha asegurado que eliminaría el instituto en caso de ganar las próximas elecciones legislativas, "trasladaremos esta labor histórica a los científicos, ya que no debe ser susceptible de politización".
Kundera, desde su casa a las afueras de París – donde vive desde que le negaran la nacionalidad checa- y en forma de comunicado de prensa, desmiente la noticia y dice que no conoció siquiera al estudiante que supuestamente delató según el semanario Respeckt.
Esto es lo que publican los principales periódicos españoles en páginas visibles de sus respectivas secciones culturales los días trece y catorce de octubre. Y lo curioso, aunque cada vez lo es menos, es que todos ofrecen titulares de lo más llamativos –léase sensacionalistas- con la excepción, que yo sepa, de El Mundo, que al menos incluye en el titular que Kundera desmentía la acusación, aunque el tono del texto posterior es igual de acusatorio. Eso sí, en el cuerpo de la noticia, eso que poca gente lee -y que ni siquiera existe apenas en esos periódicos gratuitos que poco ayudan al buen periodismo de prensa-, se aseguran de incluir al artículo de la revista checa como fuente. Pero no quiero hablar, en este artículo al menos, de los males que aquejan actualmente al periodismo, que en lugar del cuarto poder ahora es un acólito partidista de los que aspiran a él en donde cada medio-grupo defiende los intereses de la opción política que respaldan. Es decir, a perdido su esencia (al final se me ha soltado la tecla…)
Unos días después de que la noticia sorprenda a la mayoría (que pensamos que aquello no nos cuadraba del todo, como cuando no queremos darnos cuenta de que ese gigante fuerte y todopoderoso que era nuestro padre cuando lo mirábamos desde abajo se ha convertido –porque culpa de nuestro crecimiento, no de su debilitación- en un tipo barrigudo y más bajito que nosotros), unos días después, digo, salen nuevas versiones de los hechos.
Una es la de Zdenek Pesata, historiador de literatura checo, que manifiesta a la agencia de noticias CTK que quien delató a Dvoracek no fue Kundera, sino otro Miroslav, un tal Miroslav Dlask, que casualmente es, oh sorpresa, el novio de Iva Militká, la chica que refugió a Dvoracek en la residencia de estudiantes.
Otra versión nueva, que corrobora la anterior y exculpa a Kundera, es la de Václav Havel, escritor que fue presidente checo entre 1989 y 1992. En un artículo publicado en la misma revista que ha desatado la polémica –honra tardía- Havel, desde el conocimiento de la vida bajo un régimen totalitario, exime de culpa a Kundera. Esto, para la escritora checa Monika Zgustova, que ha seguido el caso, debería valer para poner punto y final a la trama.
Y para completar todas las versiones, el jefe del PEN club checo (curiosa fuente), Jiri Dedecek, ha declarado que la acusación ha sido un argumento de marketing excelente, “ahora la gente comprará mucho más los libros de Kundera (esto, lejos de ser malo, es bueno, me digo yo) para descubrir en ellos algunos aspectos de su vida que antes no veía, para que comparen su verdadera vida con sus héroes literarios”. Esto ya no tanto, porque en muchos casos la curiosidad de los lectores se convierte en impertinencia, aunque no lo pretenda.
Estas tres variaciones de la trama inicial no han sido publicadas -o lo han sido pero de una manera desproporcionada a cómo publicaron la noticia original- por casi ninguno de los medios internacionales. Curioso. ¿Qué tienen contra Kundera? A priori, me refiero, antes de que se destapase el “escándalo”. ¿Tan fuerte era su odio por este escritor, que por otra parte, como mis lectores sabéis, es uno de mis favoritos?
Dvoracek, joven piloto que huyó de Checoslovaquia tres años después de acabada la guerra, sobrevive en un campo de refugiados alemán. Allí es reclutado por el servicio de inteligencia checo, que entonces organizaban los estadounidenses. Su misión: regresar a Praga y ganarse la confianza de un industrial. Dvoracek tiene miedo, no se fía de nadie, no sabe qué país se va a encontrar. Entonces recuerda el nombre de una antigua amiga, Militká. Si ella no lo ayuda nadie lo hará. Militká le ofrece refugiarse en la residencia de estudiantes en la que ella vive. A mediodía, mientras come con su novio Dlask, la chica le cuenta que esa noche no vaya a verla a la residencia, que tiene a Dvoracek oculto. Esa misma noche Dvoracek es detenido.
Pasa el tiempo y Dlask y Militká se casan. Durante sesenta años ninguno de los habla de aquella noche en la que detuvieron a Dvoracek. Hasta que antes de morir, Dlask le indica a su mujer, con un gesto cansado de su mano ya casi inerte, que se acerque a él. Entonces le susurra, nadie más lo escucha, que aquel día de 1950 fue él quien delató al chico que ella metió en su habitación, “se lo dije a Milán, aquel chico que era delegado de la residencia y que ahora es un escritor famoso. Él es el culpable”. Fueron las últimas palabras de Dlask.
Unas palabras que pretendían ocultar que él fue quién delató a Dvoracek, y que lo hizo roído por los celos, y para proteger a su novia –la único que lo ataba a aquel país, a la vida. Para no descubrirse, para que Militká no pensara que era un traidor y lo abandonase, Dlask dio el nombre del delegado de la residencia, un tal Milán Kundera. Por eso la firma del escritor no estaba en aquel documento. Porque no fue él quien traicionó a Dvoracek. Fue Dlask. Y fue por amor.
Toda una novela que el mismo Kundera podría escribir.
De lo que ocurrió en realidad que cada uno saque sus conclusiones.
Artículo: Once escritores, entre ellos varios Nobel, salen en defensa de Kundera (3 de noviembre)