El comienzo de la novela es ya original. En ella, el narrador se sorprende por la precisión con la que los narradores en primera persona recuerdan gestos y detalles que sucedieron hace años, tanto da que sean cinco o diez como cuarenta. Y esta idea es el camino que sigue con coherencia toda la novela, nunca se debe olvidar, siempre hay que ir. Así de bien lo expresa Landero en el epílogo: el tono está impregnado por la poquedad de la evocación.
Y luego está el lenguaje y la manera de utilizarlo. Dejo de nuevo que sea Landero quien me quite la palabra (para qué luchar): Tengo la sensación de que Gonzalo rehúye sistemáticamente, poderosamente, el encuentro frontal con las emociones. Prefiere dar un rodeo intelectual, pero como yo creo que tampoco le convence del todo, al final usa la ironía [y cómo la usa] para defenderse de la tentación intelectual y de la tentación sentimental.
En definitiva, muy recomendable. A mí me ha confirmado lo que ya me temía: cada día me gustan más las novelas cortas.

