18 de marzo de 2010

Post mortem

Siempre que leo una de estas noticias, hay una parte de mí -¿mi yo escritor?- que se revela con fuerza, con rabia, pero hay otra parte -¿mi yo lector?- que reconoce que sin este tipo de noticias, nunca hubiéramos podido leer numerosos textos, diarios, cartas, cuentos, novelas que han sido, son y serán importantes para el mundo de la literatura y en concreto, de la escritura, de eso que los talleres y cursos llaman creación literaria. Lo que no sabremos nunca es cómo hubiera sido ese mundo si determinadas personas no hubieran permitido que se publicasen determinadas cosas después de que muriese el autor.





Los nombres en esta ocasión son Agatha Christie y Salinger. A la primera la va a publicar Suma de Letras y el libro se titulará Agatha Christie. Los cuadernos secretos. Se trata de una recopilación de cuadernos de notas de la escritora inglesa, borradores, y dos relatos inéditos: La captura de Cerbero y El incidente de la pelota del perro. Y a Salinger, fallecido (si era él) hace menos de dos meses, lo expone públicamente desde el pasado martes The Morgan Library & Museum de Nueva York, en donde se conservan, entre otras muchas cosas, manuscritos originales de Dickens, Balzac o Bob Dylan. Lo que se expondrá serán cartas inéditas que el escritor estadounidense, autor de Nueve cuentos (1953), intercambió a lo largo de los años cincuenta y sesenta con uno de sus mejores amigos, Michael Mitchell, autor de la primera portada de El guardián entre el centeno (1951).



Me parece que los cuadernos de notas de un escritor, sus cartas, sus diarios, son algo demasiado íntimo como para airearlos sin su presencia y en la gran mayoría de los casos, sin su consentimiento. Las preguntas y dudas son muchas y surgen en espiral: ¿Por qué el escritor no rompió antes de morir lo que no quería que se publicase? ¿No pudo? ¿No quiso? Pienso ahora en Nabokov y en su novela El original de Laura, encerrada -la novela, no Laura- en una caja de seguridad de un banco suizo hasta que el año pasado su hijo decidió publicarla, rompiendo con ello una promesa que le hizo a su padre. Más preguntas: ¿Es el escritor un personaje público por el hecho de publicar lo que escribe? Y sus obras, ¿son suyas? ¿Son de la editorial? ¿Son de los herederos? ¿Son de todos? ¿No son de nadie? ¿Y sus diarios, sus notas, aquello que en un principio no se escribió para ser publicado? Y las cartas, ¿interesan literariamente o como una simple manera de descubrir la vida privada de un escritor? Múltiples preguntas, múltiples respuestas. Pero hay algo, un nombre, que me hace decantarme, casi siempre, del lado de los que piensan que hay que publicar: Kafka. Si no es por Max Brod, ni Kafka ni leches. Y eso son palabras mayores.