Una de las consecuencias de la autocensura provocada por la corrección
política, la constante etiquetación de ideas y opiniones (para meterlas
en un mismo saco y así poder archivarlas en uno u otro bando) y el miedo
a ofender (o más bien, a que nos rechacen por haber ofendido) es que
cada vez que opinamos, analizamos o criticamos algo, sentimos la
necesidad de criticar también su (supuesto) contrario, aunque la
equiparación sea absurda o no venga a cuento en ese momento. También
está la variante exculpatoria previa: declarar que no somos sospechosos
de subjetividad, que lo nuestro es una crítica objetiva, apolítica,
neutral, como si eso fuera posible. Aquello de "Está mal que Fulano robe
patatas, pero también que Mengano coma patatas todos los días". O la
excusatio non petita: "Yo nunca he votado a (añadir cualquier partido
político) pero creo que tienen razón cuando dicen que bla bla bla". Muy positivo todo para el intercambio productivo de ideas, para el
debate público, para la autocrítica, en fin, para todo lo necesario en
una democracia sana.