Relucían como joyas si uno los contemplaba desde lejos, y la verdad es que, en la distancia, llegaron a deslumbrarme. Luego, cuando me acerqué a ellos, descubrí que su brillo era el de los cristales rotos. Supe que me habían atrapado, porque también yo me había empezado a resquebrajar.
En la lucha final, Rafael Chirbes, 1991.
Y continúa así todo el primer capítulo. Desde luego, con un principio así lo mejor es usar sombrero. Ya sabéis, para poder quitárselo.