Escribe Javier Marías en su artículo dominical en EPS:
La frase en cuestión es a menudo rematada por otra similar, pero aún más explícita: “Las personas pasan, las instituciones permanecen”, como si estas últimas no fueran, desde la Iglesia hasta el Athletic de Bilbao, obra e invención de las personas, y en realidad no estuvieran al servicio de ellas, sino al revés. Lo cierto es que a lo largo de demasiados siglos se ha logrado hacer creer eso a la gente, que todos estamos al servicio de cualquier intangible y que somos prescindibles en aras de su perpetuidad. No es, así, tan extraño que esas afirmaciones categóricas y vacuas gocen de tan magnífica reputación, ni que quien deja de suscribirlas sea tenido por un apestado. ¿Cómo, que no está usted dispuesto a sacrificarse por la empresa, Fulánez? ¿Un soldado que no se apresta a morir por su país en toda ocasión? ¿Un revolucionario que no delata a sus vecinos? ¿Un fiel que pone reparos a hacerse saltar por los aires si con ello mata a tres infieles? ¿Un creyente que no abraza el martirio antes que abjurar de su fe? ¿Un futbolista que no rechaza una jugosa oferta económica para seguir con el club que lo forjó? He ahí ejemplos de un egoísta, un cobarde, un desafecto, un traidor, un apóstata, un pesetero. El que no pone algo por encima de sí mismo, de las personas y de sus afectos sólo se hace acreedor al insulto y al desprecio.
Se refiere a esa frase que consiste en anteponer un ente superior a la expresión “…está por encima”. La Iglesia está por encima de eso, la Patria está por encima de eso, etc. El caso es que, igual que otras veces estoy en desacuerdo con muchas opiniones de Marías, en esta ocasión me parece acertada su reflexión en este párrafo sobre algo que entronca con las palabras que escribió Gombrowicz:
No es una gran cosa tener ideales. Lo que sí es una gran cosa es no incurrir en nombre de unos grandes ideales en unas pequeñas falsedades.